¿Alguna vez has pensado si hay diferencias entre hombres y mujeres en la expresión emocional?
Hay que tener en cuenta que una cosa es la vivencia y otra es la expresión. La vivencia de las emociones “básicas”, la alegría, el enfado, la sorpresa, la tristeza, el miedo y el asco, es universal. Existe un consenso sólido sobre esto. Además, todas las emociones humanas son necesarias, también las más “desagradables”: cumplen funciones.
Por otro lado está la expresión emocional: cómo se muestran al mundo. Aquí entran en juego la educación y la cultura. Así, a través de la llamada “socialización de género”, todavía a niños y niñas se les permite con más facilidad que expresen unas emociones, censurando otras.
El ejemplo más obvio es el de la tristeza: los niños no lloran. Pero... ¡Claro que lloran, ya que sienten la tristeza! Por el otro lado, a las niñas se les censura en mayor grado emociones como el enfado.
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Las plagas emocionales que afectan a las mujeres
Vamos a ver las 4 plagas emocionales en las mujeres, las que más se nos permite expresar pero no siempre son aliadas de nuestro bienestar:
1. La culpa
La culpa es una emoción moral. Sin culpa sería difícil tener cargo de conciencia y por lo tanto pedir perdón para solucionar un daño.
El problema llega cuando realmente no hemos cometido ningún error, como cuando nos sentimos culpables por sacar tiempo para nosotras o cuando nos flagelamos con dureza. O cuando nos sentimos culpables por tener éxito, sentimos que tenemos que disculparnos por ello.
Un cuento sobre la culpa de las mujeres
Érase una vez, la culpa.
A la culpa le encantaba su trabajo; se pasaba el día repartiendo justicia y reconociendo los errores cometidos para que no se repitieran y así reparar el daño.
Pero un día la culpa empezó a volverse más y más dura en sus juicios morales, distinguiendo de forma rígida aquello que estaba “bien” de lo que estaba “mal” y castigando de forma arbitraria y desproporcionada.
Tenía en cuenta faltas pasadas, faltas aún no cometidas e incluso faltas imaginarias o ajenas. Daba igual lo que hicieran las mujeres, ahí estaba la culpa.
"Si nuestra relación no funciona, es que yo tengo la culpa". "Si tengo éxito, pido perdón, me siento culpable". "Si descanso me sentiré culpable por perezosa".
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2. El miedo
Al igual que otros animales, el miedo nos ayuda a sobrevivir. Activa nuestro sistema lucha-huida-parálisis para ayudarnos a evitar un peligro o sobrepasarlo.
¿Cuándo se convierte en un problema? Cuando no estamos ante una verdadera amenaza para nuestra vida o integridad. Un ejemplo típico es el miedo paralizante a hablar en público.
Cuando nos lleva a desaprovechar oportunidades interesantes, oportunidades ya de por sí más complicadas de encontrar para las mujeres. Cuando nos paraliza, etc.
Un cuento sobre el miedo de las mujeres
Érase una vez, el miedo.
El miedo se sentía muy bien de saber que era necesario para sobrevivir: cuando había un peligro real, ayudaba a las mujeres a reaccionar. Se sentía útil, ya que los peligros reales no eran pocos.
Pero un día, el miedo empezó a cogerle gustillo a la sensación de alerta constante de las mujeres. Empezó a producirles temblor de rodillas ante situaciones que estaban lejos de ser una amenaza real. El miedo se hacía grande al mismo tiempo que impedía expresar, salir, y hacer grandes cosas.
"Me da miedo decir lo que pienso". "Me da miedo equivocarme". "Me da miedo estar sola y que me rechacen".
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3. La tristeza
La tristeza nos sirve para cerrar heridas, por ejemplo después de perder a un ser querido.
También para acercarnos entre las personas, para aliviarnos. Es probable que si expresamos pena, la gente se nos acerque para darnos consuelo, brindarnos apoyo...
Pero la tristeza se convierte en un problema cuando lo que queremos expresar realmente es otra emoción, como por ejemplo, el enfado.
También cuando pasan las semanas, seguimos tristes y no entendemos muy bien por qué. O sí entendemos por qué pero está empezando a afectar a otras áreas vitales, como la pareja, la familia, el trabajo, etc.
Un cuento sobre la tristeza de las mujeres
Érase una vez, la tristeza.
La tristeza sabía que era necesaria para favorecer el acercamiento entre las personas, para ganar en intimidad y en definitiva, para unir gente. Las mujeres se unían en el dolor y eso era muy reconfortante, porque lo aliviaba.
Pero un día, la tristeza se extralimitó. Se enganchó consigo misma, empezó a generalizar y cambió poco a poco la lente de las gafas de las mujeres por unas mucho más oscuras. A veces la vida en sí tenía cosas muy feas, como la desigualdad, pero las gafas nublaban aún más la vista.
"Me siento triste y no entiendo por qué". "A veces creo que estoy enfadada, pero me sale estar triste".
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4. La vergüenza
La vergüenza es una emoción social, que señala a los demás que respetamos las normas sociales aunque nos las hayamos podido saltar.
A diferencia de la culpa, no tiene en cuenta una acción que hemos cometido si no nuestra persona en conjunto. Tiene que ver con el miedo porque hay un temor a ser juzgadas negativamente y con la rabia, que dirigimos hacia nosotras mismas.
Un cuento sobre la vergüenza de las mujeres
Érase una vez, la vergüenza.
La vergüenza se sentía maravillosa por ser una de las responsables de conseguir cambios positivos en las mujeres. Sabía que era un motor de cambio, de mejora.
Pero un día la vergüenza empezó a hacer cosas raras, como paralizar a las mujeres. Le divertía teñirles las mejillas de rojo rubí, y desbocarles el corazón.
La vergüenza se había fusionado con el miedo: el miedo a ser juzgada negativamente, miedo a exponer necesidades y debilidades. Además, había encontrado el mal mayor de las mujeres: la baja autoestima, siempre pidiendo permiso, siempre pidiendo perdón.
"No me gusta que me halaguen, me da vergüenza". "Me dará mucha vergüenza cuando me vea desnuda". "Me siento inadecuada, rara".