En mis años como terapeuta he presenciado como muchas personas viven presas de un gran fantasma que les atormenta: su nombre es culpa. Son personas que no logran disfrutar plenamente su vida porque suelen privarse de experiencias, tomar decisiones, asumir retos, cerrar círculos en su vida por sentirse culpables.
Por eso hoy decidí escribir unas cuantas ideas básicas que le permitan reflexionar sobre este gran fantasma que atormenta nuestras vidas y en ocasiones no nos damos cuenta.
Lo que entendemos por culpa
Comencemos por explorar un poco el término: la culpa. Solemos definir este concepto como un sentimiento desagradable nacido de la sanción, el señalamiento acusador o la condena producida por “algo que hicimos o que no hicimos y se asumía que debíamos hacer o no hacer”.
Este señalamiento genera sentimientos como la tristeza, el remordimiento, el lamento, la angustia, la impotencia y la frustración.
Los pequeños juicios imaginarios
Estos casos podemos encontrarlos con suma facilidad en asuntos judiciales, en los que una persona es sentenciada o condenada a cierta pena por cometer un delito. Dichos procesos suelen ser muy desgastantes emocionalmente para los implicados, notándose fácilmente un deterioro no sólo psicológico-social, sino también físico.
Precisamente, sobre este punto me interesa reflexionar. En consulta suelo mencionarles a mis pacientes que, consciente o inconscientemente, suelen vivir en un constante “juicio” en el que, lamentablemente, ellos mismos son quienes se obligan a sentarse en la “silla de los acusados”.
De esta manera, se trata de ejemplificar lo desgastantes que suelen ser sus vidas, por la propia decisión de “sancionarse o reprocharse” por “lo que se hace o no se hace en la vida”. Es decir, en muchas ocasiones no existe ese “otro que señala”, sino que es la misma inflexibilidad del sujeto la que se acusa.
Cuando la culpa se la pone uno mismo
Partiendo de esta premisa, se deja claro que la culpa es la decisión exclusiva del sujeto para estar poniéndose la condena a sí mismo.
La crianza y la educación recibida en general puede influenciar en la adquisición de conductas auto-punitivas, pero una vez que se pasa a la vida adulta, somos responsables de cambiar nuestro repertorio de tal manera que adquiramos cada vez más herramientas emocionales asertivas.
El ejemplo del segundo idioma
Para aclarar este punto suelo ponerle el siguiente ejemplo a mis pacientes.
Cuando se es niño, muchas veces, los padres no pueden brindarles a sus hijos la opción de adquirir una segunda lengua; mientras son niños y adolescentes, están sujetos a las posibilidades que le permitan sus padres. Y si les preguntan por qué no hablan otro idioma, con mucha naturalidad dirán que sus padres no pueden brindarles esa opción.
Pero cuando se es adulto, ya no pueden justificarse hablando sobre lo que sus padres no pudieron brindarles, pues teóricamente ya es absoluta responsabilidad de ellos proveerse de todas las herramientas profesionales necesarias para competir en el mercado laboral, y cuanto más necesitados estén de una herramienta para destacar en el campo profesional, mayor debería ser su esfuerzo por conseguirlo.
De esta misma manera, si nuestros padres no pudieron brindarnos las herramientas necesarias para tener salud mental y por ende, calidad de vida, de adultos es nuestra responsabilidad adquirir nuevos recursos. Por eso, utilizar la culpa asertivamente es una decisión absoluta de la persona. Lo ideal es saber gestionar estas creencias y sentimientos para hacer que nuestra calidad de vida mejore en aquellas áreas en las que puede mejorar.
¿Por qué se debe exterminar la culpa cuando no es asertiva?
La culpa genera sentimientos desgarradores, porque hace prisionera a la persona ante una situación emocional.
Ejemplo: imaginemos que cerca de donde vivimos ocurre un desastre natural y muchas personas queridas se vieron afectadas; sentimos su dolor y preocupación, por tanto, si está en nuestras posibilidades corremos a auxiliarlos, procurando dar lo mejor de nosotros ante tal catástrofe; casi impensable sería que una persona se coloque unas esposas en sus manos y se ate a la cama, de tal manera que sienta el dolor de sus amigos pero sin poder hacer nada.
Este precisamente es el panorama que asumen las personas que se culpan; se quedan paralizadas, se lamentan, sienten dolor, pero no asumen acciones que le permitan mejorar el panorama. Se quedan “atadas”, “prisioneras” en su sentimiento sin capacidad de colaborar.
Formas de compensación
Es necesario aclarar que en ocasiones las personas claramente asumen la responsabilidad de sus actos, en el tanto buscan maneras de compensar su error. Por ejemplo, si en una pareja uno de los dos fue infiel, es posible que se reconozca el error y que la persona luche por recuperar la confianza, de tal manera que no se queda en lamentaciones o sanciones, sino en la manera de volver a recuperar la estabilidad emocional de la pareja en caso de querer continuar juntos. Es decir, la culpa nos permite sensibilizarnos ante el sentimiento humano y por ende, delimitar ciertas acciones para la sana convivencia. Está sería la utilización asertiva de la culpa.
No obstante, en muchas ocasiones las personas se sienten culpables por acontecimientos que no son su responsabilidad. Volviendo a uno de los ejemplos, sería como si la persona se sintiera responsable por el desastre natural, el cual arrasó con el vecindario y por ende, comience a disculparse con los otros y no logre continuar con su vida por la tristeza que le ocasiona la experiencia.
La culpa que nos ata
De esa misma manera, las personas pasan gran cantidad de su vida sumidas en esta “creencia irracional” de que se es responsable de acontecimientos que pertenecen al propio transcurso de la vida. Y lo difícil del caso es que se genera un círculo, pues al “paralizarse” y no buscar maneras alternas de mejorar la situación, se cae en el reclamo o a las lamentaciones constantes.
Por eso, cuando se les ayuda a las personas a encauzar la culpa se les cuestiona si realmente desean liberarse de esos sentimientos desagradables. La pregunta más importante que debo hacerles como terapeuta es: “¿Quiere asumir la responsabilidad de su vida?”. Porque eso implica en muchas ocasiones emprender acciones que inconscientemente evitamos asumir. En algunos casos, de hecho, se dan cuenta que es más cómodo estar lamentándose por el pasado que empezar a construir el presente.
La temporalidad
Otro aspecto importante mencionar en el tema de la culpa es su temporalidad. La culpa, como ya se mencionó, nos ayuda para sensibilizarnos ante aquellas acciones que hacemos o dejamos de hacer y que nos permite enmendar o mejorar como personas; pero debe estar inscrita dentro de un tiempo. Tiene un inicio y un fin, así como un objetivo que como se menciona se centra en la superación.
No obstante, se distorsiona su uso cuando inicia pero no finaliza, es decir, cuando nos sentimos mal por una falta que cometimos pero continuamente nos estamos recriminando una y otra vez.
En materia legal suele escucharse que una persona paga condena solo una vez por delito. En este caso es igual; la persona realmente se arrepiente del daño cometido, se disculpa, demuestra su arrepentimiento y continúa viviendo. Sin embargo, a muchas personas se les hacen imposible poner ese punto final y reviven una y otra vez sus sentimientos negativos por el daño que ocasionaron a la otra persona.
En este punto suelo hacerles la siguiente pregunta a mis pacientes: ¿cuál es el fin de convivir con ese sentimiento de culpa? ¿Será acaso que nos funciona para victimizarnos, manipular, o evitar asumir responsabilidades? Es sumamente importante que las personas encuentren la verdadera razón por la cual se culpabilizan. Es el inicio para lograr obtener cambios.