En la actualidad podemos observar un notable incremento de los problemas asociados a la agresividad y a la violencia en nuestra sociedad. Uno de los motivos que parece señalarse como papel clave en esta cuestión es la impulsividad.
En la teoría propuesta por E.S. Barrat, se propone que ciertos estímulos elicitan o provocan sentimientos de ira que pueden llegar a generar conductas agresivas. El proceso de socialización funciona en ocasiones como factor de protección para inhibir esta conducta agresiva, pero a veces nos encontramos precisamente que la impulsividad suele estar asociada a ciertos déficits en dichos mecanismos de inhibición. El resultado es que las personas con altos niveles de impulsividad tienen problemas para inhibir sus conductas agresivas cuando se ven expuestas a la emoción de la ira.
En este caso, María José Polo, psicóloga colaboradora de Psicólogos Málaga PsicoAbreu nos habla sobre la relación existente entre la impulsividad y la conducta agresiva.
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El vínculo entre la agresividad y la impulsividad
A lo largo de nuestras vidas estamos expuestos continuamente a tener que tomar decisiones de forma impulsiva; todo ello forma parte de forma cotidiana de nuestro día adía. A veces estas decisiones nos podrán traer consecuencias positivas, pero en otras ocasiones también pueden resultar en consecuencias negativas de las que nos podamos arrepentir.
Según la teoría de Dickman, se pueden distinguir dos tipos de impulsividad; la impulsividad funcional y la impulsividad disfuncional.
La impulsividad funcional se definiría como la tendencia a tomar decisiones rápidas cuando la situación implica un beneficio personal, vendría a ser una toma de decisiones con cálculo de riesgo incluido.
Sin embargo, la impulsividad disfuncional, se definiría como la tendencia a tomar decisiones rápidas e irreflexivas en situaciones en las que nuestra estrategia no es la óptima, esto suele acarrearle a la persona en cuestión una serie de consecuencias negativas.
La impulsividad puede ocasionar a veces conductas agresivas entre las que se incluyen las agresiones verbales. Los signos o características de la conducta impulsiva están relacionadas con la impaciencia, la tendencia a la búsqueda de riesgo y de placer, la necesidad de recompensa inmediata, problemas para realizar un análisis adecuado de las consecuencias de sus propios actos, la dificultad para inhibir conductas, problemas para planificar y dificultades de autocontrol.
Las diversas causas de aparición están relacionadas con variables biológicas, psicológicas y sociales. Atendiendo a la perspectiva psicológica, existen distintos enfoques que apuntan a que la conducta impulsiva es el resultado de la observación y la imitación por aprendizaje vicario de un modelo agresivo.
Numerosas investigaciones encuentran una relación directa entre el estilo educacional del ámbito familiar y la instauración en el niño (y posterior adulto) de unas conductas determinadas asociadas a los valores familiares. La exposición a modelos agresivos podría influiría de forma negativa en la personalidad del niño, generando en la infancia y la etapa adulta, problemas de autoestima, miedo a relacionarse con los demás, estado de ánimo bajo, etc.
Además del ámbito familiar , ha de reconocerse la importancia de la interacción social que se produce en el contexto escolar o laboral en el desarrollo de la personalidad del individuo. Las relaciones sociales infructuosas o escasas pueden privar al niño de situaciones en las que aprender a frustrarse de modo adecuado, llegando en la etapa adulta a mostrar conductas de ira y agresividad ante la aparición de cualquier conflicto, incluso los de menor importancia.
Agresiones verbales
La conducta verbal agresiva tiene lugar cuando las palabras que usamos, el tono empleado o los gestos que usamos para enfatizar el lenguaje crean una sensación de intimidación , temor, culpa o vergüenza en la otra persona. La conducta verbal violenta se caracteriza por amenazas, insultos, críticas, gritos, órdenes y juicios de valor.
Tratamiento terapéutico para la impulsividad y la agresividad
Los psicólogos especialistas en control de impulsos pueden facilitar recursos a los pacientes que les sirvan para mejorar la autoestima, la asertividad, las habilidades sociales, el autocontrol y la relajación.
Mediante la terapia cognitivo-conductual se puede actuar en tres niveles distintos.
Cognitivo
El psicólogo debe trabajar con los pensamientos distorsionados de la persona, ayudándolo a identificar y corregir ideas irracionales o creencias disfuncionales. Además, se facilitará la obtención de nuevas respuestas alternativas ante la resolución de futuros conflictos.
Conductual
En este punto de la terapia se trabajan distintas técnicas para intentar inhibir la conducta agresiva o al menos disminuirla en frecuencia e intensidad. Una de las técnicas más utilizadas es la de “tiempo fuera” donde la persona se retira del medio donde suele producirse la conducta agresiva. Esta conducta nos da la oportunidad de que observen los cambios (normalmente positivos) de no tomar una decisión “en caliente”.
Emocional
En este punto de la terapia se otorgan herramientas al paciente para que aprenda a identificar los indicadores emocionales que suelen aparecer justo antes de la conducta violenta. El reconocimiento de estos signos suele servir para anticiparse y controlar que la conducta agresiva no aparezca.
Para ello pueden ser de gran ayuda técnicas de afrontamiento como las técnicas de relajación y las técnicas de concentración o Mindfulness. También será importante generar alternativas de expresión emocional más adecuada; en este sentido conocer y entrenar la comunicación asertiva pueden convertirse en un elemento clave para las personas con problemas de conducta verbal agresiva e impulsividad.