La soledad ha sido descrita y poetizada desde que el tiempo es tiempo. El ser humano es un animal social por naturaleza, pero no tiene por qué desear adscribirse a sus normas sociales.
Por ello, la soledad puede tener por significado la libertad para buscar un camino propio, pero también la exclusión desde fuera que sufre una persona al no cumplir las normativas sociales.
En este sentido, entendemos por soledad lo que ocurre cuando las personas viven solas voluntaria o involuntariamente, pero nos centraremos más en la sensación de soledad o desamparo, es decir, las que no eligen voluntariamente estar o sentirse aisladas. La pregunta que en el mundo de la salud mental nos hacemos es: ¿hasta qué punto la soledad puede afectar a la enfermedad?
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El impacto de la soledad en la salud mental
Según datos de 2019, en España hay 4,7 millones de hogares unipersonales, de los cuales 2 millones son personas mayores de 65 años. Además, diferentes estudios confirman que una de las mayores afecciones psicológicas que sufre esta población es el sentimiento de soledad.
Por otro lado, gran parte de los adolescentes con ideas o intentos suicidas han expresado sentirse solos e incomprendidos como parte del problema. Asimismo, según el psiquiatra Diego Figuera, la pobreza y la soledad son las principales causas psicosociales que favorecen la aparición de enfermedades mentales.
Con todo esto, también queremos señalar lo que los poetas han escrito de las mil y una maneras: que estar solo implica dolor, y el dolor prolongado y sin consuelo lleva a la locura más profunda. ¿Relación con el desarrollo de un trastorno mental? Toda la del mundo.
La ausencia es noche, noche sombría ¿En qué ofendimos al cielo un día, que así nos niega su tibia luz? Nublos, de Fernando Celada,
Las diferentes formas de la soledad
A continuación, expondremos las diferentes maneras de manifestarse ese sentimiento de soledad y cómo nos afecta psicológicamente. Además, relacionaremos cómo la sociedad refuerza la soledad en sus diferentes mensajes.
Estar o sentirse solo
Esta diferencia brilla cuando atendemos a algunas personas con carencias afectivas en consulta. Dinero, éxito social y profesional, parejas estables, salud física y estética… y sin embargo, son personas que agachan la cabeza y se encogen cuando expresan cómo se sienten.
Puede que hayan aprendido a relacionarse y a captar la atención de otros de un modo muy eficaz, pero su problema con mostrarse vulnerables o permitirse espacios de intimidad convierte esta gran habilidad en una coraza que, contradictoriamente, hace persistir un sentimiento devastador de soledad.
Aunque en los centros escolares se incentive el trabajo en equipo o colaborativo, sigue perdurando un mensaje desde la sociedad del estilo de “soluciona tus problemas solo, porque si no eres débil”, “emparejarse es atarse”, “la imagen es lo más importante, aprende a vestirte y ve al gimnasio”… Lo único que consigue de este modo es seguir asociando el éxito y la fortaleza con la propia soledad. Una vez más, toda una contradicción con nuestra naturaleza social.
A esto podemos sumar la falsa ilusión de comunidad que se genera en las redes sociales, con los emoticonos y los likes como símbolo de admiración. Tanto las habilidades sociales para vincularnos a otros como la tolerancia a la frustración por estar solos son ingredientes que se pierden si basamos la interacción social en estas plataformas digitales.
Al final, en vez de ser una comunidad que mira a una persona en una pantalla (la televisión hace 20 años), somos una persona que se siente mirada por la comunidad cuando solo hay una cámara. Si, la tecnología nos da facilidades en nuestro día a día, pero hay batallas que estamos perdiendo, y caemos en forma de selfie.
Por otro lado está el mundo de los videojuegos. Los adolescentes pasan cada vez más tiempo jugando en sus cuartos, conectados con amigos virtuales para superar los retos que suponen esos juegos. El riesgo aquí es instrumentalizar esas relaciones para el ocio y no crear vínculos cercanos de seguridad en los que confiar los secretos más profundos. Jugar es sano y entretenido, pero el mundo real siempre supondrá el mayor reto, vivir, y necesitamos aliados para superarlo.
Cuando una persona reconoce en sí misma esta diferencia entre estar o sentirse solo, es cuando se genera la sensación de libertad, ya que puede elegir las compañías, y puede hacerlo acorde a sus necesidades, sin confundir las redes sociales como verdadero espacio de encuentro e intimidad. Los adolescentes necesitan a sus referentes adultos para enseñarles y recordarles cómo se hace, mirar a los ojos, llamar por teléfono, quedar a dar una vuelta, en resumen, aprender a estar presentes analógicamente, no tanto virtualmente.
Soledad como elemento que se agrava con otras patologías
Si sumamos la soledad sentida como rechazo, abandono y desamparo por parte de la red de apoyo a la necesidad de regulación y equilibrio emocional, el resultado son problemas de gestión fisiológica-emocional que están muy relacionados con los diferentes trastornos mentales, tanto para provocar directamente su aparición como para empeorarla drásticamente.
Tal es el caso de la ansiedad y la depresión, trastornos que van muy parejos a una sensación de incomprensión que dificulta la comunicación. Es difícil saber qué vino antes, si “el huevo o la gallina”, en el sentido que la incomprensión puede producir frustración, y esta afecta a la hora de demandar ayuda, generando sensación de invasión o exigencia desmesurada a quienes intentan ayudar, intensificando esa sensación de incomprensión y, por lo tanto, soledad sentida, una y otra vez, como un círculo vicioso sin fin.
En otros casos, como el duelo o el Trastorno de Estrés Postraumático, la falta de apoyo social entra como uno de los factores de riesgo para la cronificación de la enfermedad. Esto quiere decir que si posteriormente al acontecimiento traumático o pérdida de alguien amado no hay un apoyo presente, tanto en forma de mensajes como de visitas, el cerebro, la mente y la persona se terminan por desmoronar.
Es posible que el aislamiento continuo se vea en ese contexto como una forma de protegerse del daño, aunque también puede verse como una manera de acomodarse a un ataúd personal.
Reflexión final
Es totalmente cierto que la soledad brinda oportunidades para ponerse a prueba, para descubrirse fuera de la zona de confort, para escucharse, para relajarse, para ampliar los límites de uno mismo... Pero siempre necesitaremos una zona de confort al que regresar, que alguien nos escuche y nos mire, que nos rete, que nos comprenda. Parafraseando la película Into the Wild, “la felicidad solo es real cuando se comparte”.