Así es cómo un coach ayuda a gestionar las emociones

Un resumen de las estrategias usadas en el coaching para facilitar la gestión de emociones.

Así es cómo un coach ayuda a gestionar las emociones

Todos los seres humanos, por el mero hecho de serlo, sentimos en nuestra propia piel un auténtico catálogo de emociones. En algún momento de nuestras vidas, todos nos hemos enfrentado a una situación en la que nos sentimos furiosos, hasta tal punto que se nos enrojeció el rostro y nuestra reacción espontánea fue gritar. Por otra parte, también todos hemos experimentado una sensación de calma y serenidad tras resolver un conflicto; o, por qué no, nos hemos sentido eufóricos tras conseguir algún logro, tan activados que apenas podíamos quedarnos quietos.

A pesar de ello, en algunos contextos —contextos sociales, por ejemplo—, la forma que tenemos de gestionar nuestras emociones puede ser problemática o desadaptativa para relacionarnos con el entorno. En tal caso, siempre que no estemos ante una psicopatología, empezar un proceso de acompañamiento con un coach puede ser de gran utilidad para aprender estrategias de gestión de las emociones.

La naturaleza de las emociones

Aunque es habitual oír a muchas personas afirmar con convicción que no saben gestionar sus emociones, en especial durante o después de un momento de crisis, la realidad es que sí saben hacerlo. De no ser capaces de gestionar nuestras emociones, no podríamos haber llegado hasta aquí. Se trata de una gran ventaja evolutiva. El ser capaces de reconocer nuestras emociones, que son universales y por lo tanto compartidas entre todos los seres humanos, nos ha conducido tanto a nivel individual como en el plano filogenético —o sea, como especie— a llegar hasta donde hoy en día nos encontramos.

Las emociones son señalizaciones y reacciones causadas por el organismo, que se desencadenan a partir de acontecimientos externos o internos, y que han prevalecido a lo largo de milenios porque su valor era sumamente adaptativo. Los seres humanos somos capaces de traducir nuestras sensaciones corporales en acciones específicas. Por ejemplo, cuando experimentamos miedo en un sitio oscuro y en apariencia desolado, nadie elegiría quedarse quieto a pasar la noche en ese lugar (¡y menos mal!). Las emociones nos proveen de información sobre el mundo y nosotros mismos; pueden ser grandes indicadores de que hay aspectos de nuestras vidas que requieren de nuestra acción, y por lo tanto, ninguna emoción es intrínsecamente negativa.

Ahora bien, no podemos llevar a cabo un análisis sobre las emociones humanas si recaemos una y otra vez en pensarlas únicamente como sensaciones útiles para contextos peligrosos para la vida humana, en el sentido estricto de la palabra, como un callejón oscuro o la cercanía a un león. Las emociones también permean en cada uno de nuestros acercamientos con otros seres humanos. Quizás, podemos experimentar mucha vergüenza después de hacer un comentario que suponemos que la otra persona lo considerará como una tontería. La vergüenza también puede ser abordada desde una perspectiva, en última instancia, evolutiva, ya que el rechazo del grupo social podría haber supuesto en tiempos primigenios la muerte de un individuo de la especie. Puede que, cuando sentimos vergüenza al relacionarnos con otros, no exista ningún riesgo de exclusión que afecte nuestra supervivencia de forma real. ¿Pero por qué sentimos emociones incluso cuando los peligros son abstractos, hipotéticos, desajustados respecto de la realidad?

El motivo por el cual esto ocurre remite a la posibilidad específicamente humana de haber internalizado el lenguaje, pudiendo establecer relaciones entre diversos conceptos y eventos de la realidad sin que éstos hayan sucedido en realidad. Sin embargo, el hecho de que no exista un riesgo sustancial en nuestros vínculos interpersonales tampoco ha de desprestigiar el valor que tienen las emociones como mensajeras de aquello que es importante para nuestras vidas.

Todos gestionamos nuestras emociones (pero de formas distintas)

Tanto situaciones reales como hipotéticas pueden desencadenar respuestas emocionales en nosotros de lo más intensas. Cómo será así que podemos enfadarnos con una persona porque creemos que ha cometido cierto acto en base a ciertos indicadores —lo que otra persona nos dijo, lo que suponemos, sus gestos—, y no porque tengamos la certeza absoluta de que lo haya hecho. Para lidiar con nuestros conflictos del día a día, todas las personas regulamos nuestras emociones de alguna u otra manera. Por lo tanto, cuando alguien sostiene a capa y espada que “no sabe regular sus emociones”, en verdad, lo que está queriendo expresar es que no cuenta con los recursos necesarios para gestionar sus emociones de forma efectiva. En otras palabras, todos gestionamos nuestras emociones, pero no todos lo hacemos de la mejor manera posible. Por ejemplo, una persona podría, con el objetivo de calmar su angustia, permitirse experimentarla sin resistencias; en contraposición, otra podría recurrir al alcohol como medida para apaciguar ese estado emocional tan desafiante. Como es lógico, las consecuencias de ambas conductas no serán las mismas.

El rol del coach en la gestión emocional

Cada persona ha aprendido, a lo largo de su historia personal, ciertas formas de regulación emocional. De esta forma, ha configurado un repertorio de conductas posibles para enfrentarse al entorno que podrían no ser efectivas en todos los contextos ante los que se enfrenta. El lugar del coach en la gestión de emociones es el de ayudar al consultante a reconocer cuáles son las estrategias que utiliza para gestionar sus emociones, evaluar si son éstas útiles en determinada situación —es decir, ponderar qué consecuencias tienen sus actos en el corto, mediano y largo plazo—, y, en caso de dilucidar que algunas de ellas son desadaptativas, colaborar en el desarrollo de nuevos comportamientos.

Específicamente, algunas de las formas en las que un coach interviene para trabajar en la gestión de emociones con el consultante son las siguientes:

Identificar las emociones

El terapeuta ayuda al coachee a identificar sus propias emociones mediante la formulación de preguntas, las cuales intentan que éste pueda poner en palabras qué es lo que siente. El trabajo de identificar una emoción también trae consigo un componente psicoeducativo, a saber, comunicarle al consultante que todas las emociones son normales, que no hay emociones “positivas” o “negativas”, y que, aunque sean desagradables, en algunos escenarios podrían ser grandes maestras. En consecuencia, esa persona podrá desarrollar una mirada autocompasiva, ya que experimentar emociones incómodas no es en sí mismo un problema, sino una prueba de que es humano. En todo caso, el problema reside en qué acciones lleva a cabo el paciente en consecuencia de sus emociones.

Reconocer un patrón de comportamiento

El coach ayuda al coachee a reconocer cuáles son sus formas recurrentes de comportarse a raíz de la emoción que siente. Las personas solemos movernos por caminos más o menos estables a lo largo de nuestra vida. La pregunta que un terapeuta podría proponer al paciente es la siguiente: cuando te sientes triste (o ansioso, angustiado, con miedo…), ¿qué sueles hacer inmediatamente? ¿Te permites sentir esa emoción, sin resistencias? ¿O llevas a cabo alguna otra actividad para evitarla?

Reconocer las consecuencias de evitar las emociones

Este trabajo podría poner en evidencia que hay algunos patrones que en el largo plazo le traen más consecuencias negativas al coachee que beneficios. Por ejemplo, si un paciente cada vez que se dirige a la playa durante sus vacaciones se siente muy apenado por cómo luce en traje de baño y, por lo tanto, decide recluírse en el hotel, ¿cómo se sentirá en el largo plazo? Es probable que haya conseguido regular esa emoción al evitar ir a la playa, pero, ¿a qué costo? ¿Qué cosas importantes para él o ella habrá puesto en riesgo con tal de minimizar los efectos de esa emoción?

El consultante podrá notar que, en muchas ocasiones, quizás una mejor alternativa es permitirse sentir esa emoción tan desagradable y llevar a cabo acciones comprometidas con aquello que le importa, incluso en presencia de esa emoción. Por ejemplo, podría acudir a la playa incluso sintiéndose apenada, porque, por un lado, todas las emociones son pasajeras más allá de su intensidad; y, sobre todo, porque no quiere dejar de disfrutar sus vacaciones con sus amigos a causa de esa emoción.

Desarrollar nuevas formas de regulación emocional

En última instancia, el terapeuta podría brindarle herramientas al consultante para evaluar si seguir aquello que la emoción le demanda —quedarse en el hotel por vergüenza, no ir a esa fiesta por ansiedad, gritarle a la pareja por enojo— es útil o no en determinado contexto. Y es que los comportamientos no pueden ser analizados ajenos al contexto: gritar fuerte en un escenario de emergencia podría ser sin lugar a dudas uno de los comportamientos más eficaces que podría desplegar una persona; no así si quisiera resolver un conflicto interpersonal.

Escuela Europea DE Coaching

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El desarrollo de nuevas formas de regulación emocional se idea, evalúa, trabaja y entrena en consenso con el consultante. Este trabajo lleva tiempo, ya que modificar el repertorio conductual no es una tarea sencilla. Nuestras formas de actuar suelen estar muy arraigadas en nosotros, ya que las hemos repetido a lo largo de nuestras vidas como estrategias predilectas para lidiar con nuestras emociones. Sin embargo, de la mano de un profesional de la psicología o del coaching formado en el tema, los cambios en la gestión de emociones pueden aumentar sustancialmente el bienestar y satisfacción de una persona con su vida.

  • Bresó, E., Gabriela, M. R. Y., & Andriani, J. (2013). La inteligencia emocional y la atención plena (mindfulness) como estrategia para la gestión de emociones negativas. Psicogente, 16(30), 439-450.
  • Hayes, S. (2013) Sal de tu mente, entra en tu vida. Desclée De Brouwer.

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La Escuela Europea de Coaching, fundada en el año 2003, se sirve del coaching para potenciar el crecimiento y progreso de personas y organizaciones. El objetivo es contribuir a mejorar sus resultados mediante metodologías de aprendizaje que promueven la autonomía de cada participante, de modo que cada uno lidere su propio desarrollo personal y profesional. En estos programas de formación se parte del análisis de oportunidades y retos, y de fortalezas y debilidades, para maximizar las posibilidades de éxito.

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