Cuando hablamos de arte medieval, no nos suele venir a la mente el arte carolingio, a pesar de que supuso uno de los episodios más sobresalientes de creación artística en la Edad Media. Circunscrito a los años (escasos, por otro lado) que duró la dinastía carolingia, que gobernó el reino de los francos entre los siglos VIII y IX, el arte carolingio significó, en parte, una recuperación de la cultura romana, que se materializó en la figura del miembro más importante de la dinastía que, además, le dio el nombre: Carlomagno. En el artículo de hoy vamos a analizar brevemente en qué consiste el arte carolingio y por qué este periodo supuso un auténtico renacimiento en plena época medieval.
El arte carolingio y la Renovatio Imperii
Para entender de forma plena el sentido del arte efectuado durante la época carolingia debemos conocer cuál fue el contexto que lo promovió. Ya hemos comentado que este arte se circunscribe a la dinastía de los carolingios, iniciada por Pipino III El Breve en 751 y finalizada con la muerte de Carlos el Gordo poco más de un siglo más tarde.
Se trata, por tanto, de un periodo histórico relativamente breve que, sin embargo, dejó a la posteridad obras de gran belleza, cuya creación se enmarca en la Renovatio Imperii (Renovación del imperio) que inició Carlomagno, el gran monarca de la dinastía, con su coronación como emperador de romanos en la Navidad del año 800.
Carlomagno, emperador de romanos
Hijo del primer rey de los francos, Carlos, más tarde conocido como el Magno (c. 742-814) fue coronado en 768 junto a su hermano Carlomán (751-771). La repentina muerte de este y la minoría de edad de su hijo propició que los nobles del reino reconocieran de facto a Carlomagno como único soberano.
Los francos eran uno de los pueblos germánicos que penetraron en los límites del imperio romano en el siglo V, procedentes de la zona oriental del Rin. Se asentaron en el territorio de las actuales Bélgica y Francia como federados de los romanos (es decir, como aliados), y fueron el primer pueblo bárbaro que se convirtió al cristianismo en la figura de su rey Clovis (466-511), el iniciador de la dinastía de los merovingios.
La conversión al cristianismo permitió a los francos un acercamiento a la población galorromana, así como al poder oriental (el emperador bizantino) y al papa de Roma. De hecho, y junto a los visigodos, los francos fueron el pueblo germano más romanizado de los que se establecieron dentro de las fronteras del imperio.
Con la coronación de Carlomagno como emperador de romanos en el año 800 quedaba establecida simbólicamente la condición del rey franco como continuador del imperio romano y, por tanto, de su cultura. Si bien el título de emperador romano seguía recayendo en el emperador de Oriente, el legítimo titular, recordemos que, en el momento de la coronación de Carlomagno, el puesto se consideraba vacante, en tanto que la que se ceñía la corona imperial era una mujer, la emperatriz Irene (c. 756-802). La condición femenina de Irene, así como los intereses del papa y del propio Carlomagno, propiciaron que este último accediera al trono imperial e iniciara, así, una reconstrucción del imperio romano en la parte occidental del Europa, de forma paralela a Bizancio.
El proyecto cultural del nuevo emperador de romanos era colosal. El monarca se rodeó de eruditos de diferentes procedencias, e instauró en la nueva capital del imperio, Aquisgrán (actual Aix-la-Chapelle, Alemania) una corte de sabios y artistas que fue conocida como la Nueva Roma. La intención no era otra que recuperar la cultura clásica y proyectar una imagen renovada del recién nacido imperio como baluarte de la sabiduría, el arte y las letras.
Así, el proyecto de renovatio de Carlomagno puede resumirse en dos aspectos: por un lado, y como ya hemos comentado, una recuperación del saber clásico (que por cierto nunca se había perdido del todo); y, por otro, y en tanto que emperador ungido por el papa, la protección a ultranza de la fe romana como cohesionadora del imperio. Es en este contexto donde debe entenderse el espectacular auge artístico y cultural que se desplegó en las fronteras del Regnum Francorum en el siglo IX.
La capilla palatina de Aquisgrán y la arquitectura carolingia
Uno de los ejemplos más impresionantes de esta renovación cultural es, por supuesto, el complejo palatino de la capital, Aquisgrán, del que sólo nos queda la capilla. Inspirada en la basílica de San Vital de Rávena (aunque debidamente simplificada), consta de una planta central octogonal con un ábside semicircular en su lado occidental y dos absidiolos en el norte y el sur del edificio. En la entrada de la capilla, precedida por un atrio porticado, se encontraba una impresionante fachada, levantada a modo de arco triunfal. El interior es realmente impresionante, con decoración de mármoles de color y mosaico, de evidente referencia bizantina.
La conexión con Bizancio y con la cultura romana resulta todavía más obvia si tenemos en cuenta que el mismo Carlomagno visitó Rávena en diversas ocasiones y que, en 787, escribió al papa Adriano I para pedirle que se le enviara material procedente de esta ciudad, así como de Roma, para decorar su palacio. El resultado debió ser un impresionante complejo palatino, levantado a mayor gloria del emperador, del que, lamentablemente, sólo nos queda la capilla.
El arquitecto responsable del impresionante conjunto de Aquisgrán, Eudes de Metz (742-814), es el mismo que llevó a cabo las obras de otro de los edificios importantes de la arquitectura carolingia, el oratorio de San Germigny-des-Près, en la región del Loira. De planta también centralizada, presenta influencia visigoda en los arcos de herradura. San Germigny-des-Près tiene además el honor de contener el único mosaico bizantino de toda Francia, una impresionante representación de dos ángeles custodiando el Arca de la Alianza que, curiosamente, ocupan el lugar en el que se solía representar a la Virgen o a Cristo.
Pero quizá el elemento más representativo y original de la arquitectura carolingia sea el llamado westwerk o anteiglesia. Se trata de un conjunto arquitectónico monumental que suele situarse ante el acceso de los edificios, y que está formado usualmente por una torre central y dos torres secundarias a los lados. Una de las construcciones que se conservan y en las que se puede observar esta característica carolingia es la abadía de Corvey, en la actual Alemania.
La miniatura carolingia
La manifestación artística más reconocida del arte carolingio son, sin duda, las hermosas miniaturas de los llamados Evangeliarios, recopilaciones de los cuatro evangelios canónicos. A pesar de no constituir un estilo único, se pueden reconocer dos corrientes importantes. La primera repite motivos clásicos de forma casi estricta, y fue especialmente impulsada por Luis, el heredero de Carlomagno, un monarca si cabe más clasicista que su padre. En cuanto a la segunda, representa una creación mucho más original y toma su inspiración de diversas fuentes; entre ellas, la plástica de los monasterios británicos, sin duda por influencia de Alcuino de York, uno de los eruditos que formó parte de la corte de Aquisgrán y que provenía de las islas.
En el mundo carolingio proliferaron los monasterios y sus respectivos scriptoria, los lugares donde se copiaban los textos clásicos, aderezados con maravillosas miniaturas. Además de Aquisgrán, la capital, que dio origen a la llamada Escuela de la Corte o de Ada, encontramos otros centros copistas como Saint-Gall, que poseía también una escuela propia fundada por Pipino III el Breve, y los centros de Tours y de Reims. La miniatura de este último es perfectamente reconocible por su trazo inquieto, asombrosamente próximo al expresionismo.
Una de las innovaciones de los scriptoria carolingios es la creación de una nueva tipografía de letra manuscrita, la llamada minúscula carolina, que sustituyó rápidamente a la intrincada escritura de época merovingia. Podemos valorar la gran importancia de esta innovación literaria si consideramos que muchas de las tipografías de letra actuales se basan en esta letra creada por los copistas de Carlomagno.
El fin de una era
La muerte de Carlomagno en 814 supuso el canto de cisne del imperio carolingio. Sus extensos dominios, que llegaron a ocupar grandes territorios de las actuales Alemania, Francia, Bélgica e Italia, se fragmentaron a raíz del famoso Tratado de Verdún (843), firmado por los tres nietos del gran Carlos. Mediante este documento, Lotario, Luis el Germánico y Carlos el Calvo se repartían el ya extinto imperio carolingio y se adjudicaban, respectivamente, la Francia media, la Francia oriental y la Francia occidental.
Con el Tratado de Verdún desaparecía el sueño de Carlomagno y su renovatio imperii. Sin embargo, unos años más tarde, renacería de nuevo en la figura del Sacro Imperio Romano-Germánico, que tuvo su raíz en la parte germánica del desmembrado imperio carolingio, y que daría lugar al arte otoniano, otro de los grandes renacimientos de la Edad Media.