A inicios de la década de 1820, un hombre de unos setenta años, con una clara demencia senil, proclamaba a los cuatro vientos que había envenenado a Wolfgang Amadeus Mozart muchos años atrás. Este pobre anciano no era otro que el compositor Antonio Salieri (1750-1825) que, con sus palabras, no hizo sino espolear la leyenda (cada vez más extendida) de que entre él y su colega había existido siempre una feroz rivalidad.
En realidad, los rumores del supuesto envenenamiento corrían por Viena mucho antes de las polémicas declaraciones del compositor italiano. Poco antes de morir, y sintiéndose muy mal, Mozart había confesado a su esposa que creía que lo estaban envenenando. Y más tarde, fallecido ya el austríaco, se extendió la habladuría de que habían acabado con él mediante agua tofana, un veneno original de Nápoles, lo que apuntaba directamente a Salieri y a su camarilla…
¿Qué hay de cierto en todo ello? ¿Podemos considerar como verdadera la declaración de un Salieri senil que, además, en un momento de lucidez se retractó firmemente de sus palabras? ¿Eran realmente enemigos Mozart y Salieri? En el artículo de hoy, rastreamos las posibles pistas acerca de esta supuesta rivalidad y analizamos si la leyenda del envenenamiento del compositor austríaco tiene alguna base real.
Wolfgang Amadeus Mozart y Antonio Salieri: ¿enemigos irreconciliables?
En las décadas finales del siglo XX el rumor adquirió dimensiones sonadas con el estreno, primero, de la obra de teatro Amadeus, del dramaturgo Peter Shaffer, y, segundo, con la versión para el cine que de ella realizó Milos Forman en 1984. En el filme contábamos con un espléndido F. Murray Abraham en el papel de Antonio Salieri y un excelente Tom Hulce como W. A. Mozart. Tras visionar la película, a muchos no les cupo ya ninguna duda sobre la existencia de una acérrima rivalidad entre ambos compositores; si bien, en este caso, quien sentía una animadversión obsesiva era el italiano.
No solo esto. Si bien en el filme no aparece ningún envenenamiento, sí que muestra cómo Salieri, enloquecido por los celos, encarga a Mozart su famoso Réquiem, bajo identidad anónima, para que el compositor fallezca de puro agotamiento. Muy romántico y turbulento.
Pero ¿hay algo de verdad en esta historia, más allá de un mero atractivo argumental? Actualmente, los historiadores creen que nunca existió la enemistad que proclama la leyenda y materializa la película, aunque sí es cierto que pudo haberse dado algún roce puntual entre ambos músicos, lo cual no era para nada extraño en un mundo donde la competencia era muy dura. Desde luego, lo que sí se descarta categóricamente es el bulo del asesinato. Pero examinemos más detenidamente cada uno de los aspectos y lleguemos a nuestras propias conclusiones.
El gran Antonio Salieri
En la película de Forman se da a entender que Salieri tiene celos del mayor talento de su colega y que Mozart llega a adquirir más fama que él en algunos momentos. La realidad fue bastante diferente.
En la Viena del siglo XVIII, Antonio Salieri era el músico por excelencia, codiciado por la aristocracia y la monarquía y, probablemente, el mejor pagado. Nacido en 1750 en Legnago, en la región del Véneto, era seis años mayor que Mozart y había sido el primero en alcanzar el reconocimiento del público; especialmente, con su famosa ópera Armida (1771), que tuvo un tremendo éxito. De hecho, el italiano fue nombrado director de ópera italiana en Viena y maestro de la capilla imperial de los Habsburgo, lo que suponía un honor indiscutible (y unos tremendos honorarios, todo hay que decirlo).
¿Es posible que un músico tan afamado y aplaudido, que podía permitirse una buena vida, pudiera tener celos de aquel muchacho que todavía estaba dando sus primeros pasos en la ciudad imperial?
Recordemos que Mozart provenía de Salzburgo, de donde venía huyendo de la tiránica opresión que ejercía sobre él (y sobre su arte) el arzobispo Hyeronimus von Colloredo (1732-1812). Mozart no se caracterizaba precisamente por poseer un carácter sumiso y apacible, y, además, sus relaciones con la Iglesia siempre fueron tirantes. Pronto se rebeló contra la autoridad demasiado asfixiante de su mecenas e intentó probar suerte, en solitario, en la Viena imperial.
Es decir, que mientras que Antonio Salieri era ya un compositor reputado, Wolfgang Amadeus Mozart luchaba con uñas y dientes para hacerse un hueco entre la nómina de músicos que pululaban por la ciudad y se disputaban los puestos de maestro de los hijos e hijas de las acaudaladas familias de la nobleza.
Una documentada admiración mutua
En la película de Milos Forman también aparece un Salieri exultante a quien todo el mundo alaba. En cambio, Mozart va empobreciendo a medida que pierde el favor del emperador y de la élite, para terminar muriendo en la pobreza. Sin embargo, el Salieri de Amadeus es plenamente consciente de la superioridad creativa de su colega; sabe, con su innato instinto musical, que Mozart es un genio incomprendido que, con el tiempo, lo va a superar con creces.
Esta es la explicación de los corrosivos celos que siente el italiano hacia el austríaco. Unos celos tan agresivos que lo llevan a concebir un sádico plan para acabar con el que considera su rival, el único capaz de hacerle sombra. De hecho, en varios momentos de la película, Salieri reconoce su mediocridad, mientras que alaba la genialidad de su enemigo.
Pero volvamos de nuevo a los hechos. ¿Qué relación tenían exactamente estos dos personajes, a la luz de los testimonios históricos? Sus contemporáneos insisten en que Salieri nunca dio muestras de envidia hacia Mozart, más bien al contrario. Estos testimonios mencionan incluso que, la noche del estreno de La Flauta Mágica, Salieri estaba más que encantado con la ópera y que se levantó en diversas ocasiones a aplaudir y a gritar: “Bello, bello…!” Su entusiasmo para la que iba a ser la última ópera de Wolfgang era, pues, más que evidente.
En verdad, y tal y como sostienen Isabel Margarit y Ana Echeverría en su magnífico análisis sobre la relación de ambos artistas, no parece esta una actitud propia de alguien consumido por los celos. Por otro lado, se sabe que ambos compositores colaboraron en alguna ocasión, como solían hacer muchos músicos de la época (Mozart compuso varias piezas para Caterina Cavalieri, soprano amante de Salieri), lo que nos da a entender que, en principio, Mozart tampoco ninguneaba el talento musical de su compañero.
Un tira y afloja musical
No obstante, y para ser objetivos, debemos reseñar que sí se dieron algunas tiranteces entre ambos. Unos roces que, por otro lado, no eran nada raro en la troupe musical afincada en Viena, donde la competencia era altísima. Sabemos, por ejemplo, que, en una ocasión, Salieri le “quitó” el puesto de maestro de música de la princesa de Wurtemberg a su colega. Pero, para ser justos, debemos añadir que a Mozart no le gustaba nada enseñar, pues carecía de paciencia para con sus discípulos; una profesión que, en cambio, Salieri disfrutaba y en la que además era extraordinariamente bueno.
En 1786, el estreno de Las bodas de Fígaro, la que sería una de las óperas más famosas del compositor de Salzburgo, obtuvo muy mala crítica y un escaso éxito de público. Leopold Mozart, el padre de Wolfgang, acusó a los músicos italianos de Viena, comandados por Salieri, de haber realizado un boicot en toda regla contra la obra de su hijo. Sin embargo, esto no parece demasiado probable, puesto que, en el momento del estreno, Salieri no se encontraba en Viena, ni siquiera en Austria.
El enigmático Requiem
Y llegamos finalmente al enigmático encargo del Requiem, que, en verdad, nada tuvo de enigmático. Sí que es cierto que el personaje que pidió la obra a Mozart no dio al principio su nombre, pero no se trataba, para nada, de Antonio Salieri, sino de un aristócrata (Franz von Walsegg), un oportunista y músico aficionado que quería hacer pasar el Réquiem como suyo. En todo caso, lo extraño del encargo no hizo sino alimentar la leyenda.
La historia se complica con las declaraciones de Constanze, la esposa de Mozart, que afirmó que, durante un paseo por el Prater (cuando al compositor le quedaban pocas semanas de vida) su marido le confesó que creía que estaba siendo envenenado. Constanze mantuvo esta versión hasta el final de sus días (como así lo hizo su segundo esposo, Georg Nikolaus von Nissen), lo que no ayudó para nada a aclarar los hechos.
La muerte más misteriosa
¿Habían envenenado realmente a Mozart? ¿O se trataba simplemente de una paranoia del compositor, trastornado por el agotamiento y la enfermedad? ¿Inventó Constanze la escena del Prater…? En realidad, el misterio es más difícil de aclarar por la imposibilidad de conocer de qué falleció exactamente el músico. En su partida de defunción pone que la muerte fue provocada por una “fiebre miliar aguda”, pero los síntomas que describieron sus más allegados apuntan a varias posibilidades.
Su hijo Karl afirmó que, los días previos a su muerte, estaba tremendamente hinchado, y uno de sus biógrafos (precisamente, el que sería el segundo marido de su esposa) manifestó que apenas podía moverse y era preso de muchos vómitos. El malestar ya le había sobrevenido en Praga, a finales del verano de 1791. A partir de entonces, su estado no hizo sino empeorar, con breves episodios de aparente recuperación. Mozart seguía trabajando, especialmente en el famoso Réquiem. Según algunos testigos, la víspera de su muerte estaba ensayando algunos pasajes en su casa de Viena.
¿Había sido Mozart envenenado? Ningún historiador da por buena esta teoría en la actualidad. Dado que la salud del compositor nunca había sido óptima (había padecido un sinnúmero de enfermedades desde niño), los estudiosos creen que la muerte pudo ser consecuencia de algún mal que arrastraba desde la infancia, como, por ejemplo, una fiebre reumática aguda. No obstante, no hay todavía (ni parece que habrá nunca) nada claro.
En todo caso, no fue Antonio Salieri quien mató a Mozart con veneno. Tampoco fue él quien le encargó el Réquiem que, según la película de Forman, lo llevó a la tumba. Ni por supuesto parecen haber indicios serios de una enemistad grave, más allá de ciertos roces residuales. La leyenda se forjó tras la muerte del austríaco, y fue alentada, ya en pleno Romanticismo, por artistas como Aleksander Pushkin (1799-1837), que escribió una obra de teatro sobre la supuesta rivalidad de los dos compositores.