Qué duda cabe de que Marcello Mastroianni es una de las grandes estrellas de la pantalla. Y no solo de su país natal, Italia, sino del cine internacional. Nada menos que 160 películas tiene en su haber este monstruo del celuloide, en las que interpreta a una galería variadísima de personajes, que van desde los papeles cómicos que le hicieron famoso en los 50 a los roles dramáticos con los que se consagró como actor.
Y es que existen pocos actores tan versátiles como Mastroianni. Injustamente considerado un latin lover (él siempre abjuró de este apelativo, que le horrorizaba), el actor italiano tiene una de las carreras más interesantes de la historia del cine que, a menudo, ha sido infravalorada. Hoy, aprovechando que este mes de septiembre se cumplen 100 años de su nacimiento, hacemos un repaso a la vida y trayectoria cinematográfica del icónico protagonista de La Dolce Vita, Marcello Mastroianni.
Breve biografía de Marcello Mastroianni, el gran actor italiano protagonista de La Dolce Vita
Como suele suceder, existían dos personajes tras el nombre. Uno, el Marcello Mastroianni del celuloide, aquel que tildaron de latin lover tras el taquillazo de La Dolce Vita de Federico Fellini (estrenada en 1960); y otro, el Marcello auténtico, un hombre bastante tímido y sensible que siempre detestó el apelativo que se le había impuesto.
Este mes de septiembre de 2024 se cumple un siglo de su llegada al mundo, en una pequeña y modesta localidad del Lacio italiano. A pesar de no haber gozado de una larguísima existencia (falleció a los 72 años, en 1996), Marcello Mastroianni dejó tras de sí una impecable carrera como actor que, a menudo, ha sido un tanto infravalorada. Repasemos a continuación su trayectoria como artista y como hombre.
Una modestísima infancia
Marcello Vincenzo Domenico Mastroianni nació el 26 de septiembre de 1924 en una pequeña localidad del Lacio italiano, Fontana Liri. Fue inscrito dos días más tarde en el registro civil, por lo que, a menudo, en sus biografías citan el día 28 como su natalicio.
En cualquier caso, el pequeño Marcello vino al mundo en una familia muy modesta, formada por un restaurador de muebles y una mecanógrafa. La pobreza de su familia era notable, y Marcello recordó en alguna entrevista que dormía en la misma cama que su madre hasta la avanzada edad de 27 años. Aún así, en sus memorias (ver bibliografía) el actor recuerda su infancia con cariño extremo.
Cuando Marcello era todavía muy pequeño, la familia se traslada a Turín y, más tarde, a Roma. En esos años de infancia, Marcello disfrutaba con las películas que llegaban de Hollywood, y admiraba a los grandes galanes como Gary Cooper o Clark Gable. Sin embargo, parece ser que su “primer amor” fue la arquitectura (su primer trabajo fue en el despacho de un arquitecto), arte que le fascinaría durante toda su vida.
Actuar es como jugar
Marcello Mastroianni no concebía el trabajo de actor como algo complicado. Para él, se asemejaba más bien a los juegos de la infancia, en los que cada niño interpretaba, de forma espontánea, un papel. Así lo declaró en su famosa entrevista Sí, ya me acuerdo, el gran testamento de su peripecia vital, que más tarde se editó en formato libro y que constituye uno de los más valiosos documentos para comprender la figura del actor.
No, para Mastroianni no tenía sentido aquello que aseveraban algunos actores, que “se retiraban a un monasterio” para “meditar” sobre su papel. Para él todo era fluido, automático; se convertía en el personaje con naturalidad extraordinaria y, quizá por eso, sus actuaciones resultan tan convincentes.
Actuar era para él como un juego, y, de hecho, así empezó todo. Acudía con su madre a hacer de extra en algunas de las películas que, en los años treinta y cuarenta, se realizaban en Italia, al abrigo del recién nacido Neorrealismo italiano, que intentaba capturar la sociedad italiana de posguerra. Puede que, en aquellos años, el jovencísimo Marcello no se hubiera planteado seriamente ser actor. Sin embargo, su talento innato era demasiado evidente.
La forja de un (gran) actor
El primer filme en el que apareció “oficialmente” fue Marionette, de 1939, cuando contaba con solo quince años. Fue participando paulatinamente en varias películas, mayoritariamente comedias, que, una vez terminada la guerra y pasada la agonía de la posguerra, empezaban a ganar terreno al Neorrealismo. La gente quería olvidar, no ver reflejada en la pantalla su propia miseria.
Su primer gran éxito fue Noches Blancas, de 1957, una versión cinematográfica de la novela corta del mismo título del escritor ruso Fédor Dostoievsky (1821-1881). La acción se traslada de San Petersburgo a Italia, pero la esencia de la historia es la misma: dos jóvenes solitarios y desesperanzados que se encuentran una noche y deciden aliviar su soledad con el diálogo y la compañía.
Marcello interpreta a Mario, el joven solitario, con una fuerza y contención que provocan realmente la emoción en el espectador. Se trata de una actuación sobria y, al mismo tiempo, extraordinariamente elocuente, en la que la misma sencillez es el pasaporte a una credibilidad absoluta del personaje, que no es, en absoluto, estridente ni exagerado (como podría haberlo sido, dado el romanticismo que entraña el guión). Con su compañera de reparto, María Schell (1926-2005), el actor italiano construye un magnífico tándem que sostiene espléndidamente un filme en el que apenas salen más personajes.
Encuentro con Fellini y pasaporte al éxito
Pero será en 1960 cuando la carrera de Marcello Mastroianni cambiará para siempre. Ese año participa en la icónica La Dolce Vita, de Federico Fellini, una auténtica obra maestra del cine que representó su pasaporte al éxito. La anécdota de cómo le ofreció Fellini el guión es tan curiosa que vale la pena contarla. Cuando Marcello recibió el guión, todas las hojas estaban en blanco; todas, menos una, en la que aparecía un dibujo (del mismo Fellini) donde se podía ver un hombre nadando en el mar, con un enorme pene erecto alrededor del cual se divertían unas sirenas…
La verdad es que el dibujo, más allá de la broma, concentra a la perfección la esencia del filme, que gira en torno a un periodista, Marcello (curiosamente, el personaje lleva el mismo nombre que el actor) que se mueve por una Roma frívola y sin sentido que, tras el desastre de la guerra, intenta encontrar un rumbo coherente. El Marcello de la ficción se ve envuelto, así, en una espiral de sexo, fiesta y alcohol, mientras desperdicia el máximo don que posee: el de la escritura.
“Latin lover, ¿de qué…?”
A pesar del gran éxito que supuso La Dolce Vita (y, más tarde, 8 ½, también de Fellini, que fue, según el propio Marcello, la mejor película de su carrera), el filme supuso el inicio de una fama que Mastroianni detestó siempre: la de conquistador, ese “macho italiano” seductor y granuja con el que nunca se identificó.
De hecho, en la ya citada entrevista Sí, me acuerdo… un indignado Marcello Mastroianni se lamenta de que lo tachen de latin lover a él, cuando, en realidad, había interpretado papeles que nada tienen que ver con el típico “macho alfa”. Efectivamente, si repasamos su trayectoria cinematográfica, encontramos, entre otros, a un hombre impotente que no puede satisfacer a su esposa (Il bell’Antonio, 1960), un marido cornudo en la desternillante comedia Divorcio a la italiana (1961), y un homosexual represaliado durante el fascismo en la excelente Una giornata particolare (1977). Así, consternado y medio resignado, Mastroianni exclama en la entrevista aquello de “Latin lover, ¿de qué…?”
La verdad es que, más allá de sus interpretaciones, Marcello Mastroianni poseía una personalidad muy dispar a la que le adjudicaban. Es cierto que gozó de numerosas relaciones amorosas (a pesar de estar casado con Flora Carabella desde 1950 y con la que tuvo a Barbara, fallecida en 2018), pero, lejos de ser un mero divertimento o un modo de vida, el actor siempre buscó la seguridad de un vínculo sólido. Su relación más famosa fue con la también actriz Catherine Deneuve, con la que tuvo una hija, Chiara Mastroianni (n. 1972), y con la que apareció en varias películas.
El tándem perfecto
Pero la mujer con la que más se relaciona a Mastroianni es con su eterna partenaire cinematográfica, la excepcional Sophia Loren (n. 1934). Su primer filme juntos fue Peccato che sia una canaglia (1954) una divertida comedia a la que seguiría La bella mugnaia (1955) y La fortuna di essere donna (1956), películas que consagrarían el tándem Mastroianni-Loren, que aparecerían juntos en un total de ocho películas.
La química entre ambos actores resulta evidente en la pantalla, y este es uno de los secretos de que sus filmes sean tan convincentes. A pesar de ser solo muy buenos amigos, ambos tuvieron que soportar durante toda su vida las preguntas constantes de la prensa, obcecada en ver en su relación un vínculo romántico.
Ieri, oggi, domani (1963) es sin duda una de las mejores comedias del dúo (junto a la famosa Matrimonio a la italiana), en la que Sophia lleva la voz cantante y hace gala de su talento interpretando a tres personajes completamente dispares: una mujer napolitana que vende tabaco ilegalmente, una joven rica de Milán y una prostituta romana que hace promesa de abstinencia para ayudar a un seminarista. El resultado son tres historias hilarantes, en las que Mastroianni está también absolutamente perfecto.
La pareja también participó en dramas, como la emotiva I girasoli (1970) y la no menos impactante Una giornata particolare (1977), en las que ambos están en el cénit de su talento artístico. Especialmente en esta última, Marcello realiza una espléndida actuación, en la que interpreta a un hombre homosexual represaliado por el régimen fascista. Loren es su vecina, una ama de casa frustrada que descubre en su vecino a un inesperado confidente y amigo.
“Sí, ya me acuerdo…”
Si bien las décadas de 1960 y 1970 representan el culmen de la carrera artística de Mastroianni, la de 1980 supuso un cierto declive que, aún así, cuenta con títulos más que notables, como Ginger y Fred (1986), de nuevo bajo la dirección de Fellini, y Ojos negros (1987), de Nikita Mikhalkov.
Su última película, Voyage to the beginning of the world, se estrenó póstumamente en 1997. Mastroianni había fallecido en diciembre del año anterior, víctima del cáncer que arrastraba desde hacía tiempo. En el filme, Marcello interpreta a Manoel, un anciano director que rememora con nostalgia la vida, lo que no puede ser más adecuado para cerrar una trayectoria.
Ese mismo año de 1997 todavía se estrenó otra película de Mastroianni, su gran testamento vital: Sí, ya me acuerdo, una extensísima entrevista dirigida por su última compañera, Anna María Tató (más tarde editada en formato libro) en la que el gran actor italiano va recordando poco a poco toda su trayectoria como artista y como ser humano. Una de las últimas escenas muestra al equipo de rodaje de Voyage to the beginning of the world ofreciéndole un pastel por su 72º cumpleaños. La muerte le sorprendería apenas dos meses más tarde.
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