Los niños pequeños están atentos a todo lo que sucede a su alrededor. Esto implica que, en muchas ocasiones, presencian conversaciones en las que las personas de su entorno no están de acuerdo. Pero, ¿cuándo empiezan realmente a entender lo que está sucediendo?
Recientemente se ha publicado un estudio en el que se revelan datos realmente interesantes y novedosos. A lo largo de este artículo explicamos cómo se llevó a cabo, cuáles fueron dichos hallazgos y qué implicaciones tiene esto para las familias.
¿Qué implica “entender un desacuerdo”?
El lenguaje verbal es una de las principales características que nos diferencia del resto de los animales. Sin embargo, esta capacidad que tenemos para comunicarnos suele llevarnos también a los desacuerdos. Estos se producen por muchos motivos, ya que cada persona vive y experimenta el mundo a través de sus propias “gafas”, su perspectiva, en base a su historia personal.
Los niños y las niñas llegan a este mundo y desde el momento en que salen del útero materno deben aprenderlo todo sobre el entorno que les rodea. Por ello, necesitan poder confiar en lo que dicen sus personas de referencia con más frecuencia de lo que lo necesita un adulto que ya tiene más conocimiento y criterio propio.
Aunque inicialmente puede parecer que entender lo que es un desacuerdo es simplemente ver que hay dos —o más— personas diciendo cosas diferentes, en realidad, va un poco más allá. Manejar desacuerdos implica poder reconocer las diferencias, evaluar la credibilidad que tiene cada persona o fuente de información y, a veces, generar un criterio propio.
Todo este proceso es crucial de cara al desarrollo del pensamiento crítico que tanto va a necesitar a lo largo de su desarrollo, tanto en la escuela como en la edad adulta.
¿Cómo puede estudiar esto la ciencia?
Tal y como mencionamos anteriormente, los niños y las niñas van aprendiendo, a través de lo que sucede en su entorno, cómo funciona el mundo en el que viven. Por ello, las diferentes variables sociales, culturales y también familiares son cruciales en el desarrollo.
En relación con los desacuerdos, estudios previos han demostrado que una de las formas en las que aprender a resolverlos es confiando en la persona que mayor confiabilidad les transmite a la hora de dar su argumento. Es decir, cuando se encontraban con dos personas que decían cosas contradictorias, preferían a la persona más confiada en vez de la persona que parecía más dubitativa.
El problema que encontraron los autores del artículo publicado recientemente en Developmental Science es que en estos estudios solía darse únicamente dos opciones a elegir (un informante u otro). Como consecuencia, los investigadores querían saber si los niños pueden formar nuevas ideas ante las contradicciones, es decir, no elegir una u otra de las que aportan los informantes.
Para ello, reclutaron a 92 niños de entre 5 y 10 años de la Bahía de San Francisco. Les plantearon una tarea informática de unos 15 minutos que consistía en un juego de detectives en el que ayudaban a identificar al monstruo que estaban buscando. Los propios autores destacan cómo litigación del estudio el tamaño de la muestra y la falta de diversidad en la misma.
¿Cuáles son las principales conclusiones de este estudio?
Los resultados que observaron estos investigadores aportan información relevante para una mejor comprensión del desarrollo de las criaturas. Cuando ambos “testigos” —del crimen que se investigaba en el juego planteado como tarea— estaban de acuerdo, los niños tendían a seguir el consenso.
En las situaciones en las que un testigo se mostraba más seguro o confiado que el otro, las criaturas —independientemente de su edad— eran más propensos a elegir la opción que defendía ese testigo. Los autores señalan que este resultado sugiere que incluso los niños más pequeños (de 5 a 7 años) son sensibles a esta seguridad y lo interpretan como una señal de credibilidad.
El patrón revelado que fue más novedoso se dio cuando ambos testigos ofrecían respuestas distintas con el mismo nivel de seguridad o confianza. En estos casos, los niños de 8 años o más fueron significativamente más propensos a elegir una opción intermedia. Esto implica que combinaban ambas perspectivas para llegar a una nueva conclusión que ninguno de los dos informantes había expresado de forma explícita.
A modo de resumen, este estudio reforzó la idea de que los niños desde bien pequeños se basan en la confianza o la seguridad que perciben en un informante para decidir a quién creer en caso de obtener información contradictoria. Sin embargo, alrededor de los 8 años se produce un cambio importante y es que aparece la capacidad de construir un criterio propio en lugar de depender únicamente de uno externo.
¿Por qué justamente a los 8 años?
Aunque en el estudio mencionado no se explica específicamente por qué sucede a los 8 años y no en otro momento del desarrollo, hay diferentes teorías que nos pueden ayudar a comprender mejor qué sucede cuando las criaturas llegan a esta edad.
Según la propuesta, ampliamente aceptada, de Piaget, a los 8 años los niños y las niñas ya se encuentran en la etapa del desarrollo cognitivo de las operaciones concretas. Esto implica que se desarrolla el pensamiento lógico para resolver problemas. Es importante tener en cuenta que el razonamiento abstracto todavía no se da.
Además, en esta etapa también se produce, entre otras muchas cosas, lo que se conoce como “descentración”, hecho que implica que ya pueden tener en consideración las perspectivas de los demás. Anteriormente, su pensamiento estaba centrado en sí mismo.
¿Qué implican estos resultados?
Aunque, como comentábamos anteriormente, los propios autores exponen que sería interesante replicar el estudio con una muestra más amplia y diversa, estos resultados son realmente interesantes.
A nivel familiar, nos permite tener una mayor comprensión y, como consecuencia, poder ajustar las expectativas que tenemos sobre nuestros hijos de forma más realista.
A la vez, este conocimiento puede ser una fuente de motivación que lleve a los padres y las madres a ayudar a sus criaturas a desarrollar el pensamiento crítico. Por ejemplo, en vez de expresar nuestra “verdad” como la absoluta y única podemos plantear preguntas que les hagan pensar y obtener más información.
En esta misma línea, tanto a nivel familiar como a nivel social es importante que tomemos conciencia de lo impotente que es enseñar a las niñas y los niños a evaluar las fuentes de la información y el nivel de credibilidad que tienen. Esto les beneficiará tanto a corto como medio y largo plazo.
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