La filosofía es una de las disciplinas más severamente perjudicadas por el auge de la mentalidad productivista: lo que no produce valor añadido de manera clara y manifiesta se desprecia y queda relegado al baúl de los elementos confusos sin utilidad.
Esta degradación del valor de la filosofía se ha visto de manera muy evidente en el ámbito universitario, pero en la enseñanza obligatoria las perspectivas no son especialmente propicia.
Filosofía y niños
¿Para qué invertir tiempo y dinero en potenciar una línea de conocimiento y competencia que se verá truncada al llegar la hora del mercado laboral?
A estos argumentos sociológicos hay que añadirle los psicológicos. Es una idea muy extendida la de que gran parte de los escolares no tienen por qué beneficiarse de la filosofía, puesto que la psicología del desarrollo muestra la dificultad (o imposibilidad) de los niños más pequeños a la hora de desenvolverse con las ideas abstractas.
Véase al respecto la teoría de las etapas de desarrollo de Jean Piaget. Desde luego, los estudios sobre el desarrollo de la conectividad cerebral (necesaria para crear abstracciones, que son propiedades compartidas por los objetos más variados) señalan que este no se consolida plenamente hasta la tercera década de vida. ¿Es, entonces, innecesaria la educación en el pensamiento crítico a los más pequeños?
Más allá de los contenidos, praxis
Una reciente investigación sugiere que enseñar filosofía a los niños puede producir una mejora significativa en su nivel de inteligencia. El estudio, llevado a cabo por investigadores españoles (Roberto Colom, Félix García Moriyón, Carmen Magro, Elena Morilla) y cuyos resultados se han publicado en Analytic Teaching and Philosophical Praxis, es una investigación longitudinal en la que se ha hecho un seguimiento durante 10 años, desde los 6 años hasta la finalización de los estudios secundarios, de un grupo al que se le impartieron clases en filosofía semanalmente (455 niños y niñas) y un grupo control al que no se le impartieron estas clases (321 niños y niñas). Tanto el grupo control como el grupo de tratamiento tenían el mismo perfil socioeconómico y los dos pertenecian al alumnado de escuelas privadas del área de Madrid.
Los resultados muestran que los miembros del grupo tratamiento incrementaron en 7 puntos su CI (habilidad cognitiva general) y 4 y 7 puntos en inteligencia fluida y cristalizada, respectivamente. Además, las clases de filosofía con niños redujeron la acumulación con el paso de los años del número de alumnos en la “zona de riesgo” (con una puntuación de CI relativamente baja), problema típico de las instituciones educadoras.
En cuanto a la influencia de estas sesiones en los rasgos de personalidad, los estudiantes de filosofía desde edades tempranas mostraron una tendencia a la extraversión, la honestidad y la emotividad. Estos rasgos podrían estar potenciados, más que por el propio contenido de las clases, por la modalidad de enseñanza que requiere la filosofía para ser enseñada en clases: los grupos de discusión, el debate para cuestionar ideas preconcebidas y la propuesta continua de interrogantes. La filosofía con niños requiere de una estructura de las clases mucho más democrática en la que el alumno es un sujeto activo junto con el resto de compañeros y el profesor pasa a ser un facilitador y guía de las investigaciones del alumnado (algo que entronca muy bien con la teoría de la zona de desarrollo próximo de Vygotsky).
Un nuevo paradigma
Si recapitulamos, veremos que la particularidad de la filosofía no es tanto el contenido de estos estudios, entendido como “paquete de información” que es transmitido unilateralmente del docente a los alumnos, sino el papel de esta disciplina como marco propicio para formularse preguntas y proponer respuestas, es decir, elaborar una manera propia de ver el mundo. Esta dinámica de cuestionar cosas no tiene por qué ceñirse sólo a unos temas que no pueden ser abarcados por la mente del niño, al igual que el deporte es importante en todas las personas, independientemente de su capacidad para ganar masa muscular.
La filosofía puede constituir en sí misma un hábito saludable y un entrenamiento para las cuestiones trascendentales que vendrán en etapas más tardías de desarrollo, así como ofrecer un espacio en el que trabajar la gestión de la intersubjetividad y el entendimiento con los demás.