La sociedad atraviesa actualmente una clara crisis de valores. La ambigüedad moral está a la orden del día y el relativismo posmoderno más fuerte que nunca, quizás a causa de la globalización, que facilita el contacto y la empatía con otras culturas, quizás a causa de una decadencia de los valores previamente establecidos, condenados a revisarse sistemáticamente.
Sea como sea, ya no está tan claro qué es lo bueno y qué es lo malo. Unos valores son sustituidos por otros, en ocasiones contradictorios, y las personas más veteranas se resisten a cambiar mientras las nuevas generaciones lo van desmontando todo y volviendo a montar.
Uno de los valores que más arrasa estos últimos años es la libertad. La libertad de expresión, la libertad sexual, pero sobre todo, la libertad de elección, el derecho a elegir. Muchas veces, este valor es puesto en tela de juicio desde el argumento de “a más libertad, menos seguridad”, y no anda muy desencaminado.
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Educación en valores y libertad
Desde el punto de vista educativo, que unos ciudadanos fueran capaces de autorregularse, eligiendo libremente cada uno de sus pasos y con todo mantener una convivencia en armonía, es pura fantasía (en todos los sentidos de la palabra).
Sin embargo, la realidad está ahí, y la mitad de los pensadores opinan que el hombre es lobo para el hombre. Si como sociedad otorgamos demasiada libertad, habrá quien la use para sus propios beneficios, aun pasando por encima del prójimo, por lo que para ello creamos leyes, cuerpos de seguridad y cárceles, que no dejan de ser un mecanismo que regulen esa libertad.
Esta tensión es insostenible. No podemos por una parte defender que el feminismo es vestirnos como queramos, pero por otra parte condenar ciertas formas de vestir porque hipersexualizan la figura de la mujer, cosificándola. No podemos por una parte educar a nuestros estudiantes a través del aprendizaje constructivo, y por otra, valorar su rendimiento académico en una concreta escala numérica del 0 al 10.
La forma de que esta nueva ola de libertad fluya, es atendiendo, como siempre, a la educación en valores. Es cierto que la libertad es el camino para el óptimo funcionamiento en sociedad, pero esta libertad, esta capacidad de elegir, nos otorga poder, poder sobre nuestra vida y poder sobre la vida de nuestros semejantes. Esto puede ser escrito en cualquier época: todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.
La responsabilidad colectiva y la ética
La libertad trae consigo responsabilidad. Yo puedo tener la libertad de vestirme como quiera, pero actuar de forma responsable y escoger una opción que no contribuya a mantener valores hegemónicos de género, perjudiciales para mi sociedad y a la vez, legitimizar que otra persona escoja la otra opción sin juzgarla.
La responsabilidad no es una coacción, no es una cárcel. La responsabilidad es libertad, es la capacidad de elegir, pero de hacerlo con criterio y con reflexión. Elegir de forma responsable no es elegir “correctamente” (nada nos garantiza elegir “correctamente”), es simplemente no elegir a la ligera, ser conscientes de que lo que elegimos nosotros puede afectar a los demás, así como lo que eligen los demás nos puede afectar a nosotros.
Es por ello que consideramos muy importante educar en el valor de la responsabilidad en edades tempranas, e insistir en ello a lo largo de la escolarización.
Es crucial enseñar a los estudiantes a preguntarse qué pueden hacer ellos para conseguir sus objetivos, formarles en reconocer aquellas situaciones en las que disfrutan de alguna clase de poder que les conlleve esa responsabilidad o educando en empatía y demás habilidades sociales. Más que nada porque esta época de cambio no podrá consumarse si ese valor no tiene el protagonismo que necesita, y entonces nos dejará en debates eternos que, no solo no acabarán con los valores establecidos, sino que creará en muchas personas la sensación de hacer cosas contrarias a sus ideales, cayendo en el malestar conocido como disonancia cognitiva, o haciéndoles incapaces de elegir una opción u otra, cayendo en el malestar conocido como indefensión aprendida.