Niños que no saben perder: 5 claves para acompañar su frustración

¿Qué hay detrás de la dificultad de un niño para aceptar la derrota?

Niños que no saben perder: 5 claves para acompañar su frustración

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Perder —en juegos, deportes o situaciones cotidianas— no es fácil, ni siquiera para los adultos. Sin embargo, muchos niños lo viven con una intensidad emocional que sorprende a sus familias: rabietas, llantos, enfados prolongados o incluso conductas agresivas. Julia, madre de una niña de 9 años, lo expresa así: “Cuando mi hija ve que va a perder en un juego, explota.

Tira las cartas o las piezas por el aire, grita, se enfada. Y no hay forma de hacerle entender que no es tan grave”. Sonia, madre de un niño de 7 años, comparte una experiencia similar: “Cuando pierde en un partido de fútbol, pasa el resto del fin de semana irritable, contestón, de mal humor. A veces parece que todo el esfuerzo no ha servido para nada”.

¿Qué hay detrás de esa dificultad para tolerar la derrota? ¿Por qué algunos niños reaccionan con tanto malestar? ¿Y cómo podemos acompañarlos sin caer en la sobreprotección ni en la exigencia excesiva? Lejos de ser un capricho, estas reacciones suelen estar asociadas a una combinación de factores: una autoestima aún en desarrollo, escasa tolerancia a la frustración, pensamiento dicotómico (todo o nada) y una presión —muchas veces implícita— por destacar y rendir.

¿Qué se oculta detrás de la dificultad para perder?

“A ningún niño le gusta perder”, señala a Psicología y Mente Sonia Martínez, psicóloga y directora del centro Crece Bien. “Pero cuando la frustración es muy intensa o desproporcionada, suele deberse a que aún no ha desarrollado ciertas habilidades emocionales”, explica.

Por un lado, el niño o la niña que vive con mucha frustración la experiencia de perder puede tener una autoestima frágil: cree que si no gana, no resulta interesante para los demás. También puede tener una visión del mundo en la que solo lo que se gana tiene valor, y siente que no pertenece al grupo si no está entre los mejores.

Además, las creencias inflexibles y la lógica polarizada —ese pensamiento de “todo o nada”— tampoco ayudan: su imagen de éxito es demasiado perfecta, y cualquier error parece un fracaso total. Para colmo, siente emociones muy intensas que aún no sabe manejar, y anticipan burlas o críticas que le resultan insoportables.

Perder activa una sensación de “fallo” o de “no valer”, lo cual puede ser muy difícil de sostener si el niño tiene una autoestima vulnerable, un pensamiento rígido del tipo “si no gano, no valgo”, o una baja tolerancia a la frustración.

Martínez relata que ve este tema “muchísimo” en su consulta, especialmente entre los 5 y los 10 años: “A menudo los niños llegan enfadados, frustrados, con explosiones después de juegos o conflictos con amigos. Pero detrás de esa rabia lo que hay es miedo, inseguridad y una dificultad para aceptar que equivocarse o perder no les hace menos valiosos”.

¿Y como se aborda esta situación? “Trabajamos con ellos para desarrollar habilidades emocionales, aprender a gestionar la frustración, mejorar la autoestima y construir una relación más amable con los errores. También acompañamos a las familias, porque muchas veces los adultos, sin querer, alimentamos esa visión rígida del éxito”.

El impacto del entorno: ¿qué modelo les ofrecemos?

Precisamente, la forma en que los adultos valoramos el rendimiento influye directamente en cómo los niños enfrentan la derrota. Si constantemente oyen frases como “hay que ser el mejor”, “tienes que ganar”, o si solo reciben atención o elogios cuando hacen las cosas bien, acaban asociando su valía personal al resultado.

La presión no siempre es explícita. Inés, madre argentina residente en Berlín, lo cuenta desde su experiencia: “En Alemania, la competencia empieza antes de nacer. He visto a madres embarazadas haciendo cola en una guardería para inscribir a bebés que aún no habían nacido. En el fútbol pasa lo mismo: cuesta mucho entrar en un club, mantenerse en el equipo y ser convocado. He visto a mi hijo llorar por no ser convocado a un partido. Se sentía excluido, como si no valiera”, relata.

La cultura del rendimiento —en el deporte, en la escuela e incluso en el ocio— influye en cómo los niños interpretan sus errores. Y cuando el valor personal queda ligado al resultado, perder deja de ser un momento más del proceso y se convierte en un juicio sobre quiénes son.

“La competitividad en sí no es negativa”, aclara Martínez. “Puede ser una fuente de motivación y de crecimiento. El problema surge cuando el niño interpreta que su valor depende del resultado. Si gana, es válido; si pierde, no sirve. Esa visión genera mucha ansiedad y poco margen de aprendizaje”. Por eso, lo ideal es promover una competitividad saludable, centrada en el proceso, el esfuerzo, la cooperación y el disfrute, no en la comparación constante.

¿Qué dice la ciencia sobre la frustración al perder?

Diversos estudios han explorado por qué algunos niños toleran mejor la derrota que otros. Uno de ellos, de la Universidad de Vermont (EE.UU.), mostró que los niños con autoestima alta tienden a atribuir el fracaso a factores modificables -como el esfuerzo-, mientras que los de autoestima baja lo atribuyen a su propia falta de capacidad.

La teoría de metas de logro distingue entre dos orientaciones: una enfocada en la tarea -interés en aprender, mejorar, superarse- y otra en el ego: interés en ganar, destacar, compararse. Los niños con orientación a la tarea toleran mejor el fracaso. Así, un estudio publicado en el British Journal of Educational Psychology y hecho con más de 900 niños en campamentos deportivos, demostró que los que priorizaban el aprendizaje reportaban mayor autoestima y bienestar emocional.

A su vez, un estudio longitudinal de la Universidad de Arizona reveló que la participación en deportes de equipo está asociada a un autoconcepto físico más positivo que en deportes individuales y, en consecuencia, a una autoestima más sólida. Y en España, una investigación de la Universidad Isabel I con 1.180 adolescentes de Andalucía mostró que los jóvenes que practican deportes de contacto u oposición (fútbol, baloncesto, artes marciales) desarrollan una percepción más positiva de su competencia física y mejor autoestima que quienes hacen deportes individuales o no practican deporte.

Cinco estrategias para acompañarlos en casa

La psicóloga Sonia Martínez comparte cinco claves que utiliza en su consulta y que pueden aplicarse en casa para ayudar a los niños a gestionar mejor la frustración al perder:

1. Normaliza perder

Habla abiertamente de tus propios errores o fracasos. Contarles que tú también te has equivocado, que has perdido y que aprendiste algo, les ayuda a no sentirse solos ni “defectuosos”.

Recuerdo una vez que perdí un partido que me había preparado mucho. Me sentí mal, pero aprendí a valorar el esfuerzo y no solo el resultado

2. Entrena la frustración en casa

Aprovecha los juegos de mesa, retos, deportes u otras actividades para practicar la tolerancia al error. No evites que pierdan: enséñales que forma parte del juego y del aprendizaje.

“No pasa nada por perder. Lo importante es que lo intentaste y diste lo mejor de ti”

3. Refuerza el proceso, no solo el resultado

Haz énfasis en el esfuerzo, la constancia, la actitud o la mejora. No centres el reconocimiento solo en ganar.

“Me ha encantado cómo seguiste intentando, incluso cuando se complicó. Eso es lo que más valoro”

4. Evita etiquetas o burlas

Frases como “eres un mal perdedor” solo generan vergüenza y defensividad. En su lugar, valida su emoción y ofrece alternativas de expresión.

“Entiendo que estés enfadado. A veces perder molesta. ¿Qué podemos hacer con ese enfado?”

5. Cultiva una mentalidad de crecimiento

Ayúdale a ver que se puede aprender y mejorar, y que los errores no definen su valor.

Fomenta frases como “todavía no lo lograste” en vez de “no puedes”.

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Rosario Gabino. (2025, septiembre 15). Niños que no saben perder: 5 claves para acompañar su frustración. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/desarrollo/ninos-no-saben-perder-claves-acompanar-frustracion

Periodista

Periodista licenciada por la Universidad del Salvador de Buenos Aires, en Argentina. Ha trabajado para diferentes medios digitales, periódicos, radios y televisión. Durante 13 años trabajó para la BBC en Buenos Aires y Londres, donde se especializó en temas de salud, bienestar y psicología.

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