¿Alguna vez has escuchado a un niño o una niña decir muy convencido/a que conseguirá hacer algo que es imposible? Las criaturas suelen mostrar esta tendencia hacia el optimismo y la confianza en prácticamente todos los aspectos de su vida.
Sin embargo, no son tantos los adultos que mantienen esta actitud ante la vida. La ciencia ha demostrado en numerosas ocasiones que, a medida que nos vamos haciendo mayores, vamos perdiendo el optimismo. Aunque hay diferentes propuestas teóricas que intentan explicar el porqué, no hay una única opción aceptada y consensuada.
A lo largo de este artículo hablamos sobre qué es el optimismo infantil. Además, profundizamos en las diferentes teorías que se plantean como posibles explicaciones y que más aceptación tienen en la actualidad.
¿Cómo definimos el optimismo en la infancia?
Habitualmente, el optimismo se define como una actitud mental, es decir, una forma concreta de ver e interpretar el mundo y los acontecimientos que se caracteriza por una predisposición a ver el lado positivo de las cosas y a pensar que todo va a salir bien.
De hecho, en muchas ocasiones, las personas optimistas suelen creen que tienen la capacidad (y las habilidades) de hacer que las cosas vayan bien. Cuando hablamos de optimismo en la infancia, se puede apreciar una tendencia sistemática a sobreestimar sus capacidades y habilidades, así como los resultados que van a obtener en un futuro.
A modo de ejemplo, podemos imaginar a un niño de 5 años que, pese a que suele llegar de los últimos en las carreras del recreo, está convencido de que hoy llegará el primero y la ganará.
Tal y como veremos más adelante, los autores de un estudio publicado recientemente consideran que el optimismo debería entenderse como un sesgo adaptativo. Aunque muchos adultos lo interpretan únicamente como ingenuidad, el optimismo cumple una función adaptativa. Al sentirse confiados/as, se atreven a explorar y probar actividades incluso cuando no salen como quisieran.
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El por qué del gran cambio: el optimismo disminuye con la edad
Decíamos previamente que el optimismo en la infancia actúa como un motor que impulsa a las criaturas hacia la exploración y, por tanto, al aprendizaje. Sin embargo, este exceso de confianza en sus habilidades y capacidades no se mantiene en el tiempo.
Existe evidencia científica diversa que ha demostrado que entre los 3 y los 9 años se produce una reducción sistemática del optimismo. Aunque durante décadas se ha estudiado este proceso, todavía no existe consenso en la actualidad sobre los motivos por los cuales sucede.
En 2024 se publicó un artículo en el cual se revisaban las tres posibles causas explicativas de la reducción del optimismo asociada a la edad. Las explicamos a continuación. Es importante tener en cuenta que no son mutuamente excluyentes y que el optimismo se conceptualizó como «predicciones o expectativas positivas sobre el yo futuro».
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Aprendizaje por experiencia
Según esta teoría, las experiencias que los niños y las niñas tienen en su día a día sirven para ir ajustando sus predicciones de éxito en el futuro. En base a esta propuesta, el optimismo que las criaturas muestran inicialmente va disminuyendo debido a dos fuentes de experiencia que van cambiando con la edad que son la propia experiencia y la interacción o retroalimentación social.
Es innegable que los niños y las niñas son inexpertos y deben aprender a hacerlo todo. A medida que van creciendo, de la misma forma que adquieren experiencia para realizar tareas específicas, también adquieren experiencia que les permiten predecir de forma más ajustada su desempeño en el futuro.
Por otro lado, el optimismo también puede ir disminuyendo a medida que los niños y las niñas van interactuando con el entorno. Parece ser que contextos como la escuela —en los que se focaliza tanto hacia la consecución de los objetivos, donde las notas representan el desempeño del “éxito” y las comparaciones son constantes— la retroalimentación que reciben les lleva a reajustar sus propias expectativas.
Desarrollo de teorías
Según este enfoque, los cambios que se producen en dos teorías —la del éxito y la de los pensamientos ilusorios— llevan a un cambio cualitativo en las propias creencias sobre el yo que tiene como consecuencia la disminución del optimismo.
Por un lado, la teoría del éxito defiende que en la primera infancia el optimismo es más elevado porque las criaturas atribuyen el éxito al esfuerzo (sería algo así como mucho esfuerzo equivale a éxito asegurado). De este modo, a medida que los conceptos «esfuerzo» y «capacidad» se van desarrollando y la relación entre ambos se va construyendo en el cerebro de la criatura, el optimismo va disminuyendo.
Por otro lado, los pensamientos ilusorios hacen referencia a la incapacidad que tienen los niños pequeños de diferenciar entre sus deseos y las expectativas sobre su persona o el mundo. Parece que los más pequeños tienden a pensar que es más probable que algo suceda cuanto más lo desean.
Conforme van creciendo, son más capaces de diferenciar entre sus deseos y sus expectativas. Como consecuencia, también diferencian más lo que desean de lo que es probable, o no, que suceda y, así, el optimismo iría reduciéndose.
Sesgos de aprendizaje por valencia
Esta propuesta teórica se centra en los cambios madurativos en los sesgos que se producen en el proceso de aprendizaje por valencias. Este concepto hace referencia a la tendencia que las personas tienen a aprender de forma diferente dependiendo de si la información que reciben es positiva o negativa.
En este sentido, una valencia positiva sería considerada información que refuerza, anima o indica éxito, mientras que una valencia negativa corrige, frustra o indica fracaso. Parece ser que a medida que los niños y las niñas se van haciendo mayores empiezan a aprender de los errores negativos (se equivocan o el resultado que obtienen es peor del que habían anticipado) y esto les hace ser más realistas.
Es importante tener en cuenta que no existen estudios con criaturas menores de 8 años que respalden esta teoría. Además, aunque explica los cambios que se producen a nivel cognitivo desde las bases neurobiológicas, no se puede negar la importancia del entorno y la experiencia personal.
La propuesta unificada
De hecho, lo que se plantea en este estudio como explicación de la disminución del optimismo es la integración, es decir, la unión de los principales aspectos de las tres teorías.
Los autores consideran que los factores ambientales y el entorno en el que las criaturas crecen interfieren tanto en las teorías y expectativas que los infantes tienen sobre sí mismos como en el desarrollo de los sesgos de aprendizaje. Como consecuencia, la velocidad a la que el optimismo disminuye también varía.
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