Una madre se pregunta si quizá su hijo es distante porque, cuando era pequeño, solía desahogar el estrés que le causaba su trabajo mientras cenaban. Este sentido de culpa es muy común en los primeros años. La psicología, sin embargo, recomienda no estancarse en ese sentimiento, sino más bien revisar la conexión emocional para restaurar.
La falta de reflexión de los adultos sobre sus acciones nocivas tiene efectos a largo plazo en el desarrollo de los menores. Así lo describe la psicóloga Concepción Martínez Vázquez en una investigación sobre la reparación del trauma en la infancia: “Docentes de todas las etapas educativas presencian en las aulas situaciones de hostilidad, apatía, reactividad emocional desproporcionada, comportamiento impulsivo. Y es que el trauma infantil no entiende de edades, factores sociales o económicos. Aunque su origen se encuentra, casi siempre, en las etapas más tempranas del desarrollo”.
Es decir, que los progenitores tienen una responsabilidad alta para prevenir consecuencias dolorosas. Lo primero es reconocer que un error es una oportunidad para aprender y enseñar, porque los menores también toman como ejemplo la forma en la que sus padres asumen una equivocación o alguna situación inesperada.
“Los adultos podrían aprender más sobre el principio de concebir los errores como oportunidades para educarse observando a los niños mientras experimentan. Los menores no malgastan el tiempo en sentirse incapaces cada vez que se caen. Simplemente, se vuelven a levantar. Si se hacen daño en la caída, pueden llorar durante unos minutos antes de volver a levantarse solos, pero no incorporan a su experiencia culpa, crítica ni otros mensajes contraproducentes”, dice Jane Nelsen, psicóloga y educadora, conocida por desarrollar la crianza positiva.
La responsabilidad de corregir y pedir perdón
Perder el miedo a reconocer estas situaciones y, en ocasiones, a pedir perdón les enseña a los niños valores como la empatía, la honestidad y el sentido de la responsabilidad. “Sabrán reconocer sus errores y también se harán responsables de ellos”, añade la psicóloga Elaine Wolfenzon en su artículo El poder de las disculpas.
Hay situaciones que se subsanan asumiendo la responsabilidad. Dependiendo de su gravedad, sin embargo, pueden desencadenar un trauma. “Se me ocurre también pensarlo como la reparación de algo que se rompió, algo que se dañó. Pienso en el concepto de trauma. Es decir, cuando hay un evento intenso que el menor no puede procesar de la misma forma que lo hace en otras situaciones de su vida. La reparación es un proceso de elaboración simbólica que les permite integrar en la psique diversas experiencias y situaciones vitales, donde los principales mediadores son la madre, el padre o la persona que ejerce la función de cuidar”, explica a Psicología y Mente la psicoanalista argentina Victoria Ojeda.
Los procesos de elaboración simbólica, particularmente en momentos en los que las emociones y reacciones suben de nivel, son esenciales en el desarrollo emocional de los menores. “Más en los primeros años –insiste Ojeda–, desde que nacen hasta que comienzan a andar. Es esta posibilidad de encontrar, a través de los otros, una comprensión más clara de lo que sienten y afecta sus cuerpos (que puede ser ira, enojo, tristeza, alegría) desde lo simbólico”.
Abrir espacios de diálogo, entonces, permite a los menores elaborar sus propios procesos. “Por los efectos subjetivos, hay situaciones que demandan el acompañamiento de un analista y, si hay que hacer algún trabajo con los padres con relación al malestar de los menores, también se lleva a cabo”, añade Ojeda.
Lo primordial es identificar lo que puede estar afectando a los niños y tomar acción sobre la responsabilidad de cada uno para lograr un cambio. Esto repercutirá no solo en la autoestima y el manejo de sus emociones, sino en la relación que construyen a lo largo del tiempo.
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