Cuando pensamos en una adicción, es probable que lo primero que nos atraviese la mente es la imagen de una persona que presente un consumo problemático de alguna sustancia química, como alcohol o nicotina. Pero no toda adicción involucra la ingesta de sustancias. De hecho, las personas podemos volvernos adictas a una infinidad de estímulos del medio que, además, no son ajenos al contexto sociocultural en el que estamos inmersos. En las sociedades occidentales actuales, el acceso masivo a Internet y a las tecnologías de la información y comunicación se ha tornado un arma de doble filo. Por una parte, la era digital ha dotado a nuestra cotidianeidad de un amplio abanico de posibilidades y comodidades; pero por otra, trajo consigo la masificación de las redes sociales y los videojuegos, estímulos capaces de succionarnos frente a las pantallas por muchísimas horas, más de las que desearíamos por nuestra propia voluntad.
Aunque el uso excesivo de las tecnologías es perjudicial para la salud física y mental, no es en sí mismo patológico. No obstante, cuando una persona pierde el control respecto a sus propias acciones, experimenta ansiedad e irritabilidad cuando no puede acceder al estímulo que le genera placer —el smartphone, por ejemplo—, y el tiempo excesivo dedicado a dicho estímulo incide en sus demás áreas vitales, como el trabajo, los estudios o los vínculos interpersonales, es probable que presente una adicción conductual.
El número de personas que presentan adicciones conductuales ha ido en aumento en relación al avance de los últimos desarrollos tecnológicos, pero no se limita a ese dominio. También podemos volvernos adictos a los juegos de apuestas, al sexo o a las compras. Esto se debe, como veremos a continuación, a que existe un mecanismo enraizado en nuestra neurobiología, el sistema de recompensa, al cual podemos adjudicar el hecho de que los seres humanos —y otras especies— seamos potenciales víctimas de adicciones conductuales.
¿Qué es el sistema de recompensa y para qué sirve?
El sistema de recompensa es un conjunto de vías neuronales que posibilitan la transmisión de información entre distintas áreas de nuestro sistema nervioso central que, al activarse, consiguen que experimentemos una sensación de placer. Esto sucede ante la presencia de determinados estímulos del medio que nuestro cerebro cataloga como útiles para la supervivencia, de modo que la activación del sistema de recompensa ocasiona que a futuro nos expongamos nuevamente a dichos estímulos placenteros.
Contar con un sistema de recompensa ha sido fundamental a nivel evolutivo ya que, como señalamos, los estímulos a partir de los cuales experimentamos placer son los mismos que podrían servir para asegurar nuestra supervivencia. Por ejemplo, comer y beber activan nuestro sistema de recompensa en tanto posibilitan la nutrición; también así lo hace el sexo ya que es necesario para reproducirnos; o el vínculo social con los demás puesto que necesitamos de la pertenencia a grupos para enfrentar los desafíos del medio.
Las estructuras y neurotransmisores involucrados en el sistema de recompensa
Para comprender cómo las adicciones conductuales alteran nuestro sistema de recompensa, es necesario saber qué estructuras lo conforman. A grandes rasgos, éstas son las siguientes:
1. Área tegmental ventral
Normalmente, su actividad está inhibida por el efecto del GABA, el neurotransmisor inhibidor principal de nuestro sistema nervioso. Cuando se percibe la presencia de un estímulo placentero, como un alimento cuando tenemos hambre, ese efecto inhibidor sobre el área tegmental ventral cesa, y las neuronas de dicha área comienzan a producir dopamina. La dopamina es el neurotransmisor principal involucrado en la activación de nuestro sistema de recompensa, y es la que genera la obtención de placer.
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2. Núcleo accumbens
Es un núcleo cerebral subcortical parte de nuestro sistema límbico, cuya función es la integración de la información emocional y motora. En el núcleo accumbens hay receptores para la dopamina proveniente del área tegmental ventral, pero asimismo puede sintetizarla, lo que permite la comunicación con la corteza prefrontal, entre otras áreas.
3. Corteza prefrontal
La corteza prefrontal es el área de nuestro cerebro a la que se asocian funcionalmente nuestras capacidades cognitivas superiores, como la resolución de problemas y atención voluntaria, pero asimismo las funciones ejecutivas características de nuestra especie. Algunas de éstas son la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva, el control inhibitorio y la toma de decisiones. Tales facultades son puestas en práctica para asegurar la repetición de la conducta que nos generó placer.
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La alteración del sistema de recompensa en las adicciones conductuales
Ahora bien, sabemos que el sistema de recompensa se activa ante la presencia de estímulos relevantes para la supervivencia, lo cual hace que nos sintamos bien. El problema con las sustancias o conductas que se vuelven adictivas reside en que, a pesar de no ser necesarias para asegurar la supervivencia, nuestro cerebro percibe como si así fuera y desarrolla una tendencia a repetirlas. Gracias a otro neurotransmisor, el glutamato, excitador y muy importante para el aprendizaje y la consolidación de la memoria, queda fijada una huella sináptica que afianza tal repetición comportamental. En algún momento se creyó que la activación del sistema de recompensa sólo aplicaba para las adicciones a sustancias químicas, pero cada vez hay más apoyo a la idea de que muchas adicciones conductuales también lo consiguen.
Por otra parte, como la persona que sufre una adicción conductual busca continuar con sus comportamientos problemáticos a causa de la activación del sistema de recompensa, comienza a haber una presencia abundante, recurrente y sostenida de ciertos neurotransmisores como la dopamina no prevista para el sistema nervioso. En consecuencia, los receptores para estos neurotransmisores se saturarán, disminuirán y alterarán, ya que el sistema nervioso se está adaptando a la modificación química cerebral producto de la adicción.
El problema reside en que, a medida que el sujeto lleva a cabo la conducta con mayor frecuencia, el placer que obtiene de ese mismo estímulo comienza a ser insuficiente. Esto se debe a la alteración química cerebral que mencionamos. Por lo tanto, se ve forzado a jugar cada vez más y más a las máquinas tragaperras o a pasar más horas en el teléfono con el objetivo de sentir el mismo placer, pero dañando su sistema nervioso a costa de ello. Se trata de un circuito que esclaviza a la persona, ya que para tener una gratificación similar se necesita cada vez más de ese comportamiento, lo que podría llegar hasta el punto de ser lo único relevante en su vida. Es habitual que las actividades de las que solía disfrutar ahora le resulten aburridas. Esto es lógico si tenemos en cuenta que, como el adicto se acostumbra a estímulos tan intensos para sentir algo de placer, los “otros placeres” resulten insuficientes.
Por último, la persona adicta tiene dificultades para mantener la abstinencia ya que los cambios químicos cerebrales no le permiten sostener la decisión de dejar de hacer una conducta que, en el largo plazo, le hará daño a ella y a su círculo vincular cercano. Como mencionamos, la corteza prefrontal está asociada a nuestras funciones ejecutivas. Una de ellas es el control inhibitorio, es decir, la capacidad de inhibir ciertas conductas que son inadecuadas socialmente o incongruentes con nuestros propósitos racionales. En el cerebro adicto, el control inhibitorio es deficiente: la persona no puede controlar sus impulsos a llevar a cabo este comportamiento problemático, y si lo consigue, experimenta altos niveles de irritabilidad y ansiedad propios de la abstinencia.
Recuperarse de una adicción conductual es tan difícil como hacerlo de una adicción a una sustancia química, ya que el sustrato neurobiológico que se ve afectado es el mismo. Conocer esta información es vital para comprender que no se trata de una mera cuestión de voluntad, como muchas personas allegadas al adicto creen, sino de una dependencia que está anclada a nuestra biología humana. Reconocer la complejidad de este asunto no pretende ser desesperanzador, sino que incita a concientizar acerca de la importancia de consultar con un equipo interdisciplinario de la salud mental cuanto antes para recuperarse de una adicción conductual.