La crisis sanitaria de la pandemia del SARS‑CoV‑2 ha llevado a los medios de comunicación a poner el foco en las áreas de los hospitales dedicadas a los enfermos con sintomatología directamente generada por el virus.
Sin embargo, no debemos pasar por alto que buena parte de esta crisis se ha plasmado en la salud mental de las personas, incluso de aquellas que jamás se han visto contagiadas.
Y es que las complicaciones psicológicas derivadas tanto del miedo al contagio y la percepción del riesgo como del aislamiento generado por las restricciones ante la pandemia han dañado mucho el equilibrio emocional de buena parte de la población. De ello hablaremos con la psicóloga y terapeuta Elisabet Rodríguez Camón.
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Entrevista a Elisabet Rodríguez Camón: las consecuencias psicológicas de la COVID-19 más frecuentes
Elisabet Rodríguez Camón es Psicóloga General Sanitaria experta en la atención a adultos, niños y adolescentes, con consulta en Granollers. En esta entrevista nos habla sobre el modo en el que la pandemia del coronavirus ha afectado a la salud mental de la sociedad.
Elisabet Rodríguez Camón
Elisabet Rodríguez Camón
Psicología General Sanitaria (Población infantojuvenil y adulta)
¿Cuáles son los tipos de problemas psicológicos en los que has notado el impacto del coronavirus en la sociedad?
En este último año se han incrementado sobre todo las consultas por sintomatología ansiosa y depresiva en adultos, y también ha aumentado la presencia de dificultades en la interacción social en población infantil.
En el primer caso, estamos trabajando con muchos casos de trastornos de pánico y agorafobia, fobias específicas a contraer enfermedades y también trastornos obsesivos compulsivos. Además, en muchas demandas nos centramos en abordar estrategias para el manejo de la incertidumbre, una problemática que también se está acentuando en la última época.
En cuanto a los estados depresivos, muchas de las consultas se vinculan con una interrupción de muy diversos proyectos vitales, con una pérdida de la realización de una gran parte del ocio, y finalmente un mayor nivel de aislamiento social que está exacerbando los sentimientos de soledad.
Esto último también está derivando en una problemática muy concreta, que es el temor y la evitación a enfrentar situaciones sociales. Nos estamos encontrando con muchas situaciones en las que el hecho de expresarse emocionalmente y comunicar una diferencia de criterio, solucionar discrepancias, reafirmar las propias decisiones, entre otras, está dejando de verse como un proceso natural para convertirse en un fenómeno adverso. Así, también estamos realizando muchas intervenciones destinadas a re-entrenar el repertorio de habilidades sociales de los pacientes.
¿Qué aspectos de la pandemia pueden llegar a favorecer la aparición de trastornos como la depresión?
Como comentaba anteriormente, un estado prolongado en el tiempo en el que se dan restricciones de contacto social, en el ocio disponible, incluso en algunos casos imposibilidad de mantener el puesto de trabajo o de una rutina en general, conlleva diversas consecuencias que pueden derivar en la generación de síntomas depresivos.
En primer lugar, las consecuencias de la pandemia y del confinamiento han provocado un aumento en el volumen de tiempo diario «libre» para pensar y repensar. A nuestra mente, menos ocupada, le hemos puesto más fácil el hecho de sobreanalizar los escasos eventos, motivados por las restricciones, experimentados en el día a día. Un aspecto clave en este punto se vincula estrechamente con el estilo de razonamiento que utilicemos las personas; este puede ser más racional, y por tanto más saludable, o puede contener ciertas distorsiones que magnifiquen los aspectos negativos de los sucesos que vivimos.
Es muy importante saber detectar estos sesgos cognitivos y modificarlos, puesto que lo contrario puede conducirnos a normalizar este tipo de pensamientos pesimistas y a adoptar un sistema de creencias general más irracional, el cual con mayor probabilidad contribuye a potenciar el malestar psicológico.
Por otra parte, un segundo factor que ha podido contribuir en el desarrollo de estados depresivos ha venido originado por las propias restricciones de acceso a las actividades placenteras de las que se podía disfrutar antes de la pandemia. En concreto, nuestra cultura latina es más dada a la interacción social y a la actividad fuera de casa. Por ello, estamos más habituados a este tipo de funcionamiento social.
Además de esto, cabe considerar los postulados de la teoría de las necesidades humanas de Maslow, la cual defiende la relevancia de sentirse vinculado emocionalmente a otras personas, donde la afiliación y el reconocimiento social son elementos esenciales. Así, un estado de aislamiento mantenido en el tiempo puede conllevar consecuencias psicológicas adversas a los individuos que las experimentan.
Y en cuanto a los trastornos de ansiedad, ¿qué perfiles de personas crees que son más vulnerables a una situación así?
Según el consenso de autores expertos en la materia, se dan diversos factores que pueden predisponer a una persona a manifestar mayor vulnerabilidad a este tipo de trastornos, algunos más de carácter interno y otros más de tipo ambiental o externo.
En cuanto a los primeros, existen ciertos perfiles personales que presentan de forma más marcada rasgos de neuroticismo, un componente que se define por baja estabilidad emocional, tendencia a la preocupación o nerviosismo como aspectos más relevantes. También suelen estar más acentuadas características como la elevada sensibilidad o la aprensión.
Todo ello deriva en el desarrollo casi innato de inhibición conductual ante lo desconocido o lo incierto. De hecho, en los trastornos de ansiedad un factor mantenedor de la sintomatología es precisamente la conducta evitativa, que impide que la persona perciba la situación que considera “amenazante” como superable, puesto que no logra enfrentarse a ella. Así, trabajar en la disminución de dicha evitación suele ser uno de los objetivos más importantes de la intervención en los trastornos de ansiedad.
Por otra parte, lo anterior puede combinarse con factores ambientales como estilos educativos represivos o demasiado autocríticos, donde se ha fomentado poco la autonomía y el afrontamiento activo ante las adversidades.
También se observa un componente significativo de responsabilidad ante los sucesos, por el cual la persona tiende a atribuirse erróneamente a sí misma la responsabilidad única de las situaciones en general y ello conduce al incremento del estado de alerta y vigilia a fin de controlar y evitar potenciales errores o equivocaciones propias.
Otra variable significativa hace referencia a la interpretación cognitiva que la persona elabora ante ciertas situaciones, por las cuales las clasifica como amenazas o peligros, cuando realmente no presentan ese valor. Esto último también contribuye a mantener un estado de tensión constante, lo cual puede derivar en cuadros de ansiedad con mayor probabilidad.
Finalmente, la ocurrencia de experiencias externas adversas anteriores como enfermedades, situaciones traumáticas, problemáticas que actúan como estresores derivadas de los distintos ámbitos vitales como el familiar, conyugal, profesional o social también pueden precipitar la aparición de este tipo de trastornos.
¿De qué manera han podido afectar las medidas de confinamiento a quienes ya tenían un trastorno psicológico asociado al aislamiento social?
En su agravamiento, indudablemente, y también en la aparición de otras problemáticas comórbidas a la original. El carácter “permanente” que está adoptando esta situación de pandemia es un factor que añade más complejidad a las problemáticas psicológicas que pudiera presentar una persona con anterioridad. El ser humano está preparado para tolerar un estado de estrés puntual, transitorio, circunstancial, el cual puede entenderse como adaptativo y natural; pero no lo está tanto para soportar ese mismo estado de incertidumbre, tensión o tristeza durante más de un año de forma ininterrumpida.
En el área de las relaciones sociales, como indicaba anteriormente, se han incrementado las problemáticas a la hora de lidiar, dialogar e interactuar con otras personas. El mecanismo de la habituación conductual explica que los estímulos o las situaciones que estamos acostumbrados a afrontar dejan de causar un estado de alerta en nuestro sistema nervioso.
Así, tras más de un año de pandemia, parece ser que el ser humano se ha “deshabituado” a este tipo de situaciones, y por tanto ha dejado de normalizarlas. En este año nos hemos encontrado muchos casos en los que el temor a la evaluación negativa, el sentirse observado y juzgado en contextos sociales se han acentuado notablemente.
¿El miedo a los contagios puede llegar a ser patológico?
Sí, por supuesto. Puede serlo con mayor probabilidad cuando se activan diferentes variables o factores actuando de forma conjunta; como comentaba antes, unos más internos y otros más contextuales. Cabe mencionar de antemano que la experiencia del miedo por sí misma no es un fenómeno problemático. Una creencia que se observa con frecuencia en los pacientes consiste en la tendencia a evitar experimentar lo desagradable.
El miedo es un claro ejemplo: a pesar de que genera sensaciones poco satisfactorias en nuestro organismo, el miedo es una emoción útil y necesaria porque nos comunica la existencia de un potencial peligro o amenaza real, y nos permite prepararnos para su afrontamiento. El problema está cuando en situaciones neutras donde no hay una amenaza real, la persona genera una interpretación cognitiva distorsionada e irracional y se produce la evitación conductual de su afrontamiento. Es en este momento cuando el miedo empieza a ser patológico.
¿Cómo es posible abordar estos problemas en terapia, desde el modelo cognitivo-conductual?
Desde el modelo cognitivo-conductual se trabaja a partir del análisis de la problemática en base a lo que se denomina el triple sistema de respuesta: las cogniciones y las emociones, las reacciones fisiológicas y los factores comportamentales, todos ellos muy relacionados entre sí.
De este modo, en función del motivo de consulta y orientación diagnóstica que presenta el paciente, se delimitan qué estilos de pensamiento y qué creencias son disfuncionales y se trabaja para lograr que este adopte un tipo de razonamiento más realista y racional. Por otra parte, se abordan contenidos de inteligencia emocional y se proporcionan recursos para aprender a identificar y expresar las emociones de manera más adecuada.
En cuanto al segundo factor, el fisiológico, se trata con mayor énfasis en problemáticas de ansiedad y estrés. En estos casos, se suele aplicar un entrenamiento en técnicas de respiración, de meditación tipo mindfulness y de ejercicios de relajación, a fin de disminuir y regular la activación nerviosa de la persona.
Finalmente, en cuanto a la variable conductual, se analizan patrones de comportamiento disfuncional y mediante técnicas como el modelado o el ensayo de conducta, se trabaja el aprendizaje y la práctica de alternativas comportamentales más efectivas, así como también se intenta promover el incremento de actividades placenteras cotidianas o el afrontamiento progresivo de situaciones complejas o problemáticas. El avance y la mejora en estos tres ámbitos se produce con mayor velocidad en pacientes que realizan las propuestas de tarea entre sesiones, por lo que realmente la terapia cognitivo-conductual se plantea como un proceso dinámico y de trabajo conjunto entre terapeuta y paciente.