Hay muchas formas de perder a alguien. Hay formas de perder una relación que son claras: cuando hay infidelidad, abandono o el vínculo se agota lentamente. Pero hay una que es silenciosa, progresiva y profundamente dolorosa: dejar de hablar.
No hablo del silencio tranquilo que existe entre dos personas que se entienden con solo mirarse. Hablo del silencio que nace cuando las palabras se endurecen o se esconden, cuando las emociones se guardan por miedo a molestar, y cuando la pareja se convierte en dos personas que conviven, pero ya no se miran.
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Como psicóloga y sexóloga, he escuchado frases similares una y otra vez en consulta: “Nos queremos, pero ya no nos entendemos”, “Siento que hablo sola”, “Todo se volvió rutina, ni siquiera discutimos ya”. Detrás de esas palabras repetidas suele esconderse algo más profundo: una pérdida de conexión emocional que comenzó en silencio, cuando dejaron de contarse lo que realmente sentían.
Hablar no es lo mismo que comunicarse
Decimos muchas cosas todos los días. Conversamos sobre lo cotidiano: las finanzas, las responsabilidades familiares, lo urgente de cada día.
Comunicar en pareja significa abrir espacios para compartir lo que sentimos, lo que pensamos y lo que necesitamos, sin máscaras ni miedo. Significa poder decir “me duele esto”, “me gustaría aquello”, “necesito que me abraces más” o “últimamente siento que no soy prioridad”. Pero también comunicar con el cuerpo, con la mirada, con la disposición real a escuchar y comprender.
Puede parecer evidente, pero es justo lo que más se descuida con el paso del tiempo.
La trampa del día a día
En la mayoría de los casos, el silencio entre dos personas no surge por falta de amor, sino por desgaste no atendido. A veces ocurre por rutina, por cansancio, por estrés acumulado. Nos acostumbramos al “todo bien” automático, a resolver sin profundizar, a correr sin detenernos a revisar cómo estamos, cómo está el otro, cómo está la relación.
Con el correr de los días, esos momentos para compartir desde el corazón se van haciendo menos frecuentes. No solo la sexual, también la emocional. Dejamos de preguntar cómo se siente la otra persona en su mundo interior. Nos concentramos tanto en lo funcional que lo emocional queda a un lado.
Y un día, sin saber cómo, ya no sabemos qué decirnos.
Expresar lo que sentimos con honestidad y empatía, en lugar de criticar, acerca más que mil explicaciones.
Una de las claves que más trabajo en consulta es cambiar el enfoque de la comunicación de la culpa a la vulnerabilidad. Cambiar el “siempre haces” por un “yo siento” puede abrir un puente donde antes había defensa. El primer enfoque culpa, el segundo abre una puerta.
No siempre es el mensaje lo que duele, sino la forma en que se entrega.
La comunicación no es solo hablar. No solo importa lo que se dice, sino cuándo se dice, cómo se dice y con qué propósito se comparte. Es recordar que no estamos frente a un enemigo, sino frente a alguien a quien amamos (aunque a veces no sepamos demostrarlo bien).
El cuerpo también habla
En el campo de la sexología, entendemos que la comunicación también ocurre sin palabras, a través del cuerpo y sus gestos. El cuerpo también necesita sentirse mirado, tocado, reconocido. Una relación en la que ya no hay caricias, donde los gestos se vuelven fríos y las miradas esquivas, es una relación que pide atención.
No todo se dice con palabras. Pero cuando no hay palabras ni gestos, el vínculo se enfría.
Recuperar el contacto físico, el juego, la ternura, también es una forma de comunicarse. No solo con el otro, sino con una parte de uno mismo que quizás también ha estado silenciada.
Herramientas prácticas para fortalecer la comunicación
Elijan momentos específicos para hablar sin distracciones. No todo se resuelve entre prisas o al final del día agotados. Reservar un espacio diario para hablar, aunque sea por unos minutos, puede reavivar la cercanía emocional.
Escucha sin interrumpir. A veces, lo que más se necesita es una presencia atenta que escuche sin interrumpir, sin corregir, solo estando ahí. A veces, una escucha genuina transforma más que cualquier respuesta brillante
Validad lo que sentís, aunque no lo compartáis. No necesitas estar de acuerdo con todo lo que tu pareja siente, pero sí puedes reconocer su emoción como válida.
Eviten hablar cuando están muy alterados. Es preferible pausar una discusión y retomarla con más calma que decir cosas que dañen irreparablemente.
Sean honestos, incluso cuando dé miedo. Guardarse lo que duele solo acumula distancia. Hablarlo con respeto, aunque duela, es un acto de amor.
Comunicación íntima: el lenguaje del deseo
El deseo sexual también habla. Y muchas veces se apaga cuando la comunicación emocional está rota. Las parejas que no se hablan desde la emoción, difícilmente pueden tocarse desde el placer.
Poder decir “me gusta esto”, “esto me incomoda”, “me encantaría probar algo distinto” no debiera ser incómodo, pero lo es si no hay confianza. Y la confianza no se construye solo en la cama, sino en el día a día, en los pequeños gestos de cuidado, en cómo resolvemos los conflictos.
Una pareja que se escucha en lo cotidiano, también se escucha en lo erótico.
Conclusión: hablar es cuidar
La comunicación no es la solución mágica a todos los problemas de pareja. Pero sí es la puerta por donde empieza todo lo que puede sanar.
Las relaciones que se sostienen desde la comprensión mutua y el deseo de conectarse, logran atravesar momentos difíciles sin fracturarse.
Porque al final, lo que más duele no es que se acabe el amor. Lo que más duele es no haberlo podido decir a tiempo.
Así que si tienes algo que decir, hazlo. Habla desde el cariño, no desde el impulso. Habla desde la calma, no desde la prisa por tener razón.


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