Ya desde antes de nuestro nacimiento y, hasta el momento en que morimos, pasamos toda una vida estableciendo y deshaciendo vínculos con las personas de nuestro entorno cotidiano. Sin embargo, algunas de estas relaciones son tan intensas que su desvanecimiento tiene fuertes repercusiones psicológicas. ¿Cuál es el impacto emocional de la ruptura de pareja?
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El establecimiento de vínculos emocionales
Como seres gregarios que somos, las personas nos relacionamos e interactuamos con otros para comunicar lo que sentimos o lo que nos transmiten en un momento dado, para hacer peticiones, para debatir, para compartir actividades, etc. En cualquier caso, algunas de las relaciones que establecemos implican una mayor intensidad emocional que otras, como ocurre en el caso de nuestros progenitores, nuestros amigos más cercanos, o nuestra pareja.
Este tipo de vínculos se caracterizan porque aportan (o esperamos que así sea) un alto grado de seguridad emocional. Dicho de otro modo, hay un nivel elevado de confianza en la otra persona, lo que significa que nos sentimos más capaces de compartir con él o ella no sólo nuestras fortalezas, sino también nuestras debilidades. Esto es especialmente significativo cuando encontramos una pareja romántica, ya que esta persona va a tener la posibilidad de conocernos en múltiples facetas de nuestras vidas, con los “pros” y los “contras” de nuestra forma de ser. Por ello, Robert Sternberg hablaba de tres elementos que consideraba cruciales para que una pareja pudiese hablar de amor pleno: la intimidad, la pasión y el compromiso.
La intimidad hace referencia a la comunicación en la relación, aquello que se dice, el manejo de los conflictos, y las actividades que se comparten, esto es, la intención de pasar tiempo de calidad con la otra persona. La pasión, por otra parte, hace referencia al componente más estrictamente sexual, al contacto físico que se produce en la pareja debido a la atracción que existe entre ambos, y a la búsqueda de dicho contacto con el otro como un momento de unión no sólo física, sino también psicológica.
Por último, el compromiso es un factor determinante en tanto a que se relaciona con la voluntad de ambos miembros de mantener la relación en el tiempo. Es el proyecto de vida conjunto, en el que el uno está presente para el otro en cualquier planificación a medio y largo plazo.
El desgaste de la relación de pareja
Hemos mencionado qué tres elementos son clave para el óptimo funcionamiento de una relación, pero, a menudo, encontramos que alguno (o varios de ellos) no se están dando de la forma adecuada en una pareja.
Una comunicación ausente o poco asertiva, una pobre gestión del conflicto, escaso o nulo respeto entre las partes, falta de actividad sexual, o un compromiso dudoso con la relación son algunos de los problemas más frecuentes en las relaciones de pareja. De hecho, suele producirse un “efecto cascada” que significa que, cuando un elemento falla, es muy probable que los demás se vean afectados por éste. Por ejemplo, si la comunicación lleva algún tiempo siendo inadecuada en la relación, es muy probable que ello afecte al ámbito sexual y, por ende, a la intención de continuar como pareja a medio o largo plazo.
Cuando aparecen dificultades en la relación, los miembros de la pareja o matrimonio pueden intentar solventarlas con sus propios recursos y estrategias o, viéndose muy sobrepasados, con la ayuda de un psicólogo de pareja que pueda servirles de orientación y ofrecerles pautas para mejorar aquellos aspectos que se señalen como deficitarios. En aquellos casos en los que ambos miembros tienen una buena disposición para colaborar con lo que el psicólogo pueda proponerles, el proceso de terapia es muy rápido y eficaz.
Sin embargo, hay situaciones en las que los recursos de la relación se agotan, la búsqueda de ayuda es demasiado unilateral (por sólo una de las partes) o llega cuando la pareja lleva tanto enfrascada en su problemática que ha llegado a desgastar emocionalmente a uno o ambos miembros. En estos casos, lo más habitual es que la pareja o matrimonio (o alguno de ellos) pacte o proponga una ruptura/separación, de forma que cada uno pueda continuar con su vida de forma independiente y superar de manera individual algunas de las dificultades experimentadas mientras estaban unidos.
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El impacto emocional de la ruptura
En aquellas situaciones en las que el vínculo existente no ha sido suficiente para resolver los problemas de la relación, la sensación de pérdida llevará a un proceso similar a un duelo, hasta que la persona llegue a la aceptación de la ruptura.
Es muy probable que aparezcan sentimientos de frustración, impotencia y rabia cuando no se ha podido resolver la situación, sobre todo cuando se haya puesto un esfuerzo notable en ello. Asimismo, la ruptura supone una modificación de hábitos y rutinas ya que, muy probablemente, existiera una “costumbre” de funcionar en relación al otro, por lo que se requiere una adaptación al cambio que no sólo implica aspectos emocionales, sino también de pensamiento y conducta.
Además, cuando hay menores implicados, la separación o ruptura extiende la necesidad de adaptación al cambio también a ellos, que muchas veces se ven fluctuando semanalmente entre un progenitor y otro y, con frecuencia, también “arrastrados” por los juegos de poder que se puedan establecer.
¿Cómo podemos trabajar los psicólogos con estos casos?
Aunque no es frecuente, sí es posible que una expareja acuda al psicólogo en busca de asesoramiento para gestionar mejor su separación, esto es, para facilitar el proceso para ambos. Con una actitud proclive por parte de los dos, nuevamente la intervención se convierte en un proceso mucho más ágil y con buenos resultados.
No obstante, lo más probable es que la expareja/ex matrimonio busque ayuda psicológica cuando hay menores implicados, debido a la necesidad de pautas externas que les permitan manejar la situación de la manera menos conflictiva posible. En estos casos, es fundamental que el psicólogo explore que con la expareja cómo era su funcionamiento en aspectos de comunicación, interacción, convivencia y cuidado de los menores cuando estaban juntos, y cuál es su objetivo a conseguir estando separados.
Es importante delimitar con ambos qué es lo que pretenden conseguir con el proceso de terapia, ya que se va a trabajar para que sean un equipo de cuidadores, aun estando separados. Se debe fomentar la escucha y la empatía, facilitando un entorno de seguridad en el que prime el respeto hacia las dos partes y la meta principal de conseguir un entorno emocionalmente saludable para los menores. Cuando conseguimos esto, estamos garantizando una evolución muy favorable en los estilos de crianza, y un mayor nivel de bienestar tanto para los adultos, como para sus hijos.
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