En la sociedad contemporánea, las relaciones de pareja han adquirido un protagonismo desbordante, convirtiéndose en el centro de nuestras expectativas afectivas, emocionales e incluso existenciales. Lo que antaño era un entramado de apoyo colectivo, sustentado por comunidades, familias y redes de amistades, ha quedado reducido, en muchos casos, a un solo vínculo. Esta transformación plantea una pregunta fundamental: ¿es justo depositar en una pareja todas las demandas que antes eran compartidas por una red de relaciones humanas?
La psicoterapeuta Esther Perel aborda esta cuestión con una claridad incisiva. Según Perel, hemos trasladado a la pareja el peso de ser no solo nuestro amante, sino también nuestro mejor amigo, compañero espiritual, confidente y, en algunos casos, hasta nuestro terapeuta personal. "Le pedimos a nuestra pareja que nos dé lo que antes nos daba todo un pueblo," afirma, señalando cómo este fenómeno no solo sobrecarga al vínculo amoroso, sino que también genera frustración y desilusión cuando las expectativas no se cumplen.
“Un amor que lo sea todo”
El ideal romántico, reforzado por la literatura, el cine y las redes sociales, nos invita a buscar en nuestra pareja a esa persona que nos complete, que nos haga sentir plenos y realizados. Sin embargo, esta idea puede ser profundamente problemática. Perel argumenta que esta narrativa de completud no solo es irrealizable, sino que también ahoga la relación al imponerle una presión que ningún ser humano podría soportar. "Las parejas modernas están lidiando con un nivel de expectativas sin precedentes en la historia de las relaciones humanas," señala en una de sus charlas, recordándonos que esperar todo de una persona no solo es poco realista, sino también contraproducente para el vínculo.
Cuando la pareja se convierte en un "todo", inevitablemente surgen desencuentros. La otra persona, por mucho que nos ame, tiene límites: no puede cubrir todas nuestras necesidades ni llenar todos los vacíos que llevamos dentro. En este sentido, las frustraciones que emergen no hablan tanto del otro como de nuestras propias proyecciones y demandas insatisfechas. ¿Qué parte de esa carga corresponde realmente a la pareja y cuál pertenece a nuestra historia personal y nuestras carencias emocionales previas?
El costo de la desconexión comunitaria
El traslado de tantas expectativas hacia la pareja no ocurre en un vacío. Es, en gran parte, una consecuencia de la individualización de la sociedad contemporánea. Con el debilitamiento de las comunidades y el ritmo acelerado de la vida moderna, hemos reducido nuestra red de apoyo a un círculo cada vez más pequeño. Esto no solo afecta a las relaciones de pareja, sino también a nuestra capacidad para sostener amistades significativas o mantener vínculos familiares cercanos.
Perel describe este fenómeno como una "desconexión del tejido social" que deja a las parejas cargando con un peso desproporcionado. "No podemos ser el todo del otro sin perdernos a nosotros mismos," afirma, y esta frase encierra una gran verdad: la imposición de un rol tan amplio e ilimitado en la pareja puede erosionar tanto la individualidad de cada miembro como la relación misma.
Una alternativa: diversificar nuestras fuentes de apoyo
Ante este panorama, la propuesta no es renunciar al amor de pareja, sino replantear nuestras expectativas. Amar a alguien no significa pedirle que cubra todas nuestras necesidades, sino aceptar su humanidad y sus límites. Como dice Perel, "la clave está en mantener una red de relaciones diversa que nos permita nutrirnos desde múltiples fuentes". Amigos, familiares, colegas e incluso actividades personales pueden ayudarnos a construir un soporte emocional más equilibrado y sostenible.
Diversificar nuestras fuentes de apoyo no solo alivia la carga que colocamos sobre la pareja, sino que también enriquece nuestra vida. Nos permite conectar con otras perspectivas, desarrollar nuevas habilidades y sentirnos acompañados desde distintos lugares. Esto no implica restar valor a la relación amorosa, sino liberarla de un peso que no le corresponde y permitirle florecer en un terreno más libre y auténtico.
¿Cómo impacta esto en nuestra forma de amar?
Repensar nuestras expectativas hacia la pareja nos invita a una reflexión más profunda sobre el amor. En lugar de buscar en el otro una fuente de completud, podemos verlo como un compañero de viaje, alguien con quien compartimos un tramo de nuestra existencia, pero sin la exigencia de que sea todo para nosotros. Esta perspectiva nos permite amar desde un lugar menos demandante y más generoso, en el que el vínculo se construye desde la aceptación mutua y no desde la idealización.
Además, al reducir la presión sobre la pareja, se crea un espacio para que cada individuo explore y cultive su propia autonomía. Como Perel lo describe, "la intimidad no es perderse en el otro, sino encontrarse en la presencia del otro". Este equilibrio entre conexión y autonomía es fundamental para construir relaciones más saludables y sostenibles.
Una reflexión final
En última instancia, la pareja no puede ser el único terreno donde depositemos nuestras necesidades emocionales. Si bien el amor romántico es un pilar importante en la vida de muchas personas, no puede sustituir la riqueza y complejidad de una red de vínculos humanos diversa. Al liberar a nuestras relaciones de pareja de esta sobrecarga de expectativas, no solo les damos un respiro, sino que también nos permitimos vivir un amor más auténtico, humano y posible.
Quizás la pregunta clave sea esta: ¿estamos dispuestos a replantear nuestras ideas sobre el amor para construir vínculos más reales y menos ideales? En esa respuesta puede residir la clave para transformar nuestras relaciones y, en última instancia, nuestra forma de vivir y conectarnos con los demás.