Violencia de género en adolescentes: ¿cómo detectarla a tiempo?

La violencia de género es un fenómeno que también sucede en parejas adolescentes.

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La violencia de género es aquella que afecta a las mujeres por el mero hecho de serlo, atentando contra su integridad, dignidad y libertad. En países como España la violencia de este tipo está reconocida por la ley como un delito, aunque esto no siempre ha sido así. Hace tan sólo unos años, la violencia de género ni siquiera tenía nombre propio porque no se consideraba un problema social. Esta se trataba como un asunto perteneciente a la intimidad de la familia, de manera que nadie podía intervenir para revertir la situación.

Con el tiempo, se fue comprendiendo la gravedad del asunto y la necesidad de que el gobierno y la sociedad en su conjunto se implicaran para erradicarla. Gracias a los avances conquistados en los últimos años, las mujeres ya no se encuentran desprotegidas como antaño, aunque aún queda mucho por hacer. Muestra de ello es que aún son muchas las mujeres que sufren este tipo de violencia. Esto incluye también a las menores de edad, que durante su adolescencia comienzan a establecer las primeras relaciones sexoafectivas.

La violencia de género no siempre es fácil de detectar, pues esta puede manifestarse de formas muy diversas más allá de los golpes. En ocasiones, puede dar pie a comportamientos de control, aislamiento social, manipulación o celos. Todo ello suele justificarse y normalizarse en nombre del amor, aunque el amor poco tiene que ver con todas estas conductas.

La adolescencia es un momento crítico, ya que es en esta etapa cuando los jóvenes inician sus primeras relaciones amorosas. Prevenir y detectar de manera precoz la violencia de género en estas edades es clave para frenar su avance y sus terribles consecuencias. En este artículo hablaremos acerca de la violencia de género en la adolescencia y cómo detectarla.

¿Por qué aparece la violencia de género en adolescentes?

La violencia de género se puede definir como un tipo de violencia dirigida a la mujer por el mero hecho de serlo. Esta es la manifestación más obvia de la desigualdad existente entre los sexos, y se puede dar en todo tipo de formas. La violencia física es aquella que se manifiesta en forma de agresiones como golpes, empujones, arañazos… Esta violencia puede ir escalando en su intensidad hasta poner en riesgo la propia vida de la víctima.

La violencia psicológica suele manifestarse en forma de insultos y palabras hirientes que dañan profundamente a la víctima. Pueden aparecer amenazas y humillaciones incluso delante de terceras personas. La violencia económica es aquella en la que el agresor priva a la víctima de sus recursos económicos. Esto se traduce en una merma de su bienestar físico y emocional, así como de los hijos en común (si los hay). La violencia sexual se caracteriza por el uso de la fuerza por parte del agresor con el fin de forzar a la víctima a tener relaciones. A veces, sus tácticas pueden ser más sutiles, de manera que intimida, chantajea y presiona a la mujer para mantener un encuentro sexual.

Puede resultar incomprensible que, a día de hoy, los adolescentes sigan mostrando patrones violentos en sus relaciones de pareja. En este sentido, parece obvio que se preservan los viejos esquemas patriarcales propios de las generaciones anteriores. Las nuevas generaciones aprenden teniendo como referencia a sus progenitores. Si los adultos no brindan una educación basada en la igualdad, es esperable que al llegar a esta etapa de la vida sus hijos comiencen a establecer relaciones con dinámicas basadas en la desigualdad.

Habitualmente, la violencia de género en la adolescencia empieza a partir de comportamientos asociados con el control. Las nuevas tecnologías han favorecido este tipo de conductas, de forma que el agresor puede solicitar las claves a su pareja, revisar sus conversaciones o exigirle que le conteste de manera inmediata e indique su ubicación. Los celos y el aislamiento progresivo de las amistades y la familia son otro ejemplo frecuente de comportamientos vinculados a la violencia en la pareja.

Como venimos comentando, la educación machista es el factor predisponente más importante. Los estereotipos de género no ayudan a fomentar las relaciones saludables entre adolescentes. Así, de los chicos se espera la fuerza y el liderazgo, mientras que de las chicas se espera la belleza, la ternura y la docilidad.

En los primeros momentos, cuando comienzan a aparecer las señales iniciales de violencia de género, es clave que el entorno de la víctima sepa actuar con prontitud. Resulta crucial que los familiares y amigos se muestren comprensivos, sin culpar o juzgar a la persona por lo que le está sucediendo. Esto evitará que el vínculo con ella se enfríe y se produzca un distanciamiento, que a su vez fomentará mayor dependencia del agresor.

De la misma manera, resulta primordial psicoeducar a la población en su conjunto, ya que a menudo hay una visión de la violencia de género muy distorsionada. Más allá de las agresiones físicas evidentes, hay otras muchas formas a través de las cuales una persona puede herir a su pareja. Saber detectar indicios de alarma puede marcar la diferencia y favorecer la salida de la víctima de esa relación violenta.

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Señales de alarma que indican que una adolescente sufre violencia de género

A continuación, comentaremos algunas señales de alarma importantes que pueden ayudar a detectar la violencia de género en la adolescencia.

  • Aislamiento social: La adolescente puede dejar de lado sus relaciones sociales, evitar quedar con sus amigos e incluso mostrarse fría con sus compañeros de clase.

  • Hermetismo: La adolescente puede mostrarse reacia a hablar de cómo se encuentra. Parece más hermética que nunca, incluso si antes tendía a expresar con facilidad sus sentimientos.

  • Baja autoestima: La adolescente no se percibe a sí misma como alguien valioso y digno de amor y atención. Se siente inferior y no cuenta con seguridad en sus capacidades.

  • Ausencia de límites: La chica no logra poner límites en la relación, lo que le impide poder decir que NO. Actúa de manera totalmente complaciente con su pareja, hasta el punto de priorizar sus necesidades y olvidar las propias.

  • Ensalzamiento forzado de aspectos positivos: En las relaciones con violencia de género es común que se alternen períodos de calma con otros de mucho conflicto. El agresor puede mostrar dos caras opuestas entre sí, lo que da lugar a mucha confusión. La chica puede aferrarse a esos momentos agradables, aunque cada vez sean menos frecuentes. Los ensalza a la vez que minimiza las conductas inadecuadas.

  • Dudas acerca de la relación: La chica puede tener una actitud ambivalente hacia su relación. Por un lado, siente que no puede vivir sin esa persona. Por otro, está cansada y triste porque esa relación le hace daño.

  • Merma del rendimiento escolar: Las preocupaciones derivadas de vivir en una relación de violencia de género pueden dificultar la concentración en otras tareas, como por ejemplo los estudios.

  • Alteraciones del sueño y del apetito: Sufrir violencia en la pareja es una situación altamente estresante, que puede desajustar las funciones fisiológicas básicas como el hambre y el sueño. Pueden aparecer problemas de insomnio y cambios notorios en el apetito, que en los casos más graves pueden desembocar en un trastorno de la conducta alimentaria.

  • Irritabilidad: La víctima suele mostrarse irritable con el resto de personas de su entorno (familiares, amigos, profesores…), que al mismo tiempo tratan de convencerla de lo inconveniente que resulta su relación. La insistencia para que deje la relación sólo contribuye a depositar en ella más presión, favoreciendo el distanciamiento y la dependencia del agresor.

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Conclusiones

En este artículo hemos hablado acerca de la violencia de género en adolescentes y cómo detectarla. Lo cierto es que esta forma de violencia ha dejado de considerarse una cuestión privada para ser reconocida como todo un problema social. Si bien en los últimos años se han logrado avances para combatirla, la realidad es que aún son muchas las mujeres que la sufren en nuestro país. Esto también incluye a las menores de edad, que en la adolescencia comienzan a formar sus primeras relaciones sexoafectivas.

Parece que aún hay mucho camino por recorrer en materia de prevención y detección precoz de la violencia de género, pues las nuevas generaciones siguen perpetuando muchos esquemas propios de la cultura patriarcal más tradicional. Por ejemplo, se siguen heredando determinados estereotipos de género que establecen unas expectativas concretas acerca de cómo chicos y chicas se deben comportar. La educación en igualdad es una de las claves para prevenir relaciones de pareja violentas. Sin embargo, una vez que las dinámicas de este tipo ya han aparecido, es importante detectarlas con prontitud atendiendo a ciertas señales de alarma.

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  • “Cómo podemos detectar que nuestra hija adolescente sufre violencia de género” El Mundo (Sapos y Princesas).
  • Durán, M. (2004). “Análisis jurídico-feminista de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Artículo 14. Una perspectiva de género”. Boletín de Información y Análisis Jurídico. Instituto Andaluz de la Mujer.
  • Kilmartin, C; Allison, J. A. (2007). “Men's Violence Against Women: Theory, Research, and Activism”. Routledge.

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Natalia Menéndez Martínez. (2023, mayo 9). Violencia de género en adolescentes: ¿cómo detectarla a tiempo?. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/pareja/violencia-de-genero-en-adolescentes-como-detectarla-a-tiempo

Natalia Menéndez es psicóloga general sanitaria por la Universidad Nebrija de Madrid. Actualmente, compagina su labor como redactora con la práctica clínica con niños, adolescentes y adultos. Ha realizado su labor como voluntaria en entidades como la Fundación ANAR, donde recibe el título de Experto en Orientación Psicológica e Intervención en Crisis desde sus líneas telefónicas de ayuda. Además, cuenta con título de experto en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). Entiende la psicoterapia como un camino difícil y apasionante a la vez, donde la persona tiene la oportunidad de conocerse, comprenderse y evolucionar. Trabaja desde una visión integradora, situando en el centro valores como la empatía, la humanidad y la honestidad.

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