Son muchas las formas en las que se aplica violencia sobre las mujeres, siendo una de ellas el imperativo de alcanzar cánones de belleza inalcanzables.
Las mujeres, aunque los hombres también pero en mucha menor medida, se ven presionadas a modificar su apariencia con tal de llegar a una belleza que no deja de ser arbitraria, producto de silenciosos consensos sociales.
La violencia estética se traduce en una presión desmedida para que las personas, especialmente las mujeres, consigan encajar con el canon de belleza impuesto, aun si eso supone poner en riesgo su salud física y mental. Veamos este concepto con mayor profundidad.
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¿Qué es la violencia estética?
La violencia estética se puede entender como la presión social para cumplir un determinado prototipo estético a toda costa, incluso cuando alcanzarlo supone algún riesgo para la salud mental y física de la persona. Esta violencia es especialmente ejercida hacia las mujeres, quienes son las que más se ven presionadas a someterse a modificaciones estéticas invasivas para alcanzar cánones de belleza que, en la mayoría de las ocasiones, son imposibles.
Este es un novedoso concepto, pero ha sido históricamente aplicado. No ha habido época en la historia en la que no se haya ejercido violencia estética de una u otra forma. Los imaginarios de belleza han sido muchos en la historia occidental, representados en las venus greco-romanas, las madonnas medievales, las venus renacentistas, las mujeres voluptuosas del barroco… Distintos modelos pero, en la mayoría de casos, su trasfondo era la idea de que la belleza femenina era ser joven, blanca y delgada.
Precisamente de este relativamente reciente concepto habla la doctora en sociología Esther Pineda en su libro “Bellas para morir: estereotipos de género y violencia estética contra la mujer”. En él describe de qué forma los cánones de belleza han ejercido una violencia que, aunque silenciosa y aparentemente inofensiva, ha marcado el cuerpo y la mente de las mujeres a lo largo de la historia de la cultura occidental.
Al ser una concepción tan nueva, la estética no está tan reconocida como otras formas de violencia y tampoco dispone de mucha visibilidad social. Pero pese a su desconocimiento, lo cierto es que las niñas y las mujeres, ya a edades tempranas, son expuestas a un determinado ideal de belleza y se les hace creer que deben alcanzarlo para triunfar en la vida. El aspecto físico en el género femenino se ha convertido en un pilar fundamental a alcanzar si se quiere tener éxito vital.
Cuidar de la apariencia es una obligación para demostrar cuán femenina y válida se es. Esto quiere decir que las mujeres que no se acercan a unos determinados estereotipos de belleza impuestos por la sociedad serán cuestionadas y su valía puesta en duda. De hecho, pueden llegar a ser apartadas de ciertos escenarios sociales por no responder a unas determinadas expectativas estéticas, siendo un ejemplo muy claro de ello cómo lo son las mujeres con sobrepeso.
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La discriminación del canon de belleza
Esther Pineda sostiene que la violencia estética se fundamenta en cuatro formas principales de discriminación: el sexismo, el racismo, la gerontofobia y la gordofobia.
El canon de belleza es sexista porque se exige casi de forma exclusiva a las mujeres y se considera una condición inherente y definitoria de su feminidad. Mientras que en las mujeres la belleza aumenta su feminidad, en el caso de los hombres se percibe como que disminuye su masculinidad. Sobre los hombres no hay una exigencia tan intensa de la belleza y, en según que círculos, que un varón se cuide es mal visto y tomado como un signo de debilidad (por ejemplo, metrosexualidad, depilarse, usar cremas…)
Los estereotipos de belleza son gerontofóbicos porque hay un rechazo absoluto de la idea de vejez. Se prefiere a las mujeres con rasgos casi neonatales, ausencia de defectos asociados a la vejez como arrugas o manchas en la piel. Se sobrevalora la juventud. El canon de belleza femenino ha hecho que las mujeres se obsesiones por mantenerse jóvenes. La juventud es una condición imprescindible para ser considerada bella.
El canon de belleza es racista porque, al menos en el caso occidental, se ha constituido a partir de la blanquitud. Las mujeres negras, asiáticas, árabes, indígenas y, en definitiva, no caucásicas de piel clara han sido invisibilizadas en el canon de belleza. La piel, el cabello y otros rasgos que no eran propiamente “blancos” han sido objeto de mofa, discriminación, exclusión y violencia.
Y también es gordofóbico porque en el canon de belleza se rechaza, de forma sistemática y explícita, los cuerpos de grandes proporciones. Dejando de lado el debate de los problemas médicos que implica la obesidad, relacionándolo con la belleza es un hecho que las personas con tamaños corporales grandes se han enfrentado al estigma, la discriminación y el menosprecio por parte de la sociedad.
Hoy en día hay dos cánones de belleza. Por un lado nos encontramos las pin-ups voluptuosas y erotizadas y por el otro tenemos las modelos extremadamente delgadas. Ambos cánones son difundidos por toda clase de medios, como el cine, la televisión, la publicidad, las revistas, las redes sociales y la pornografía. Hasta los dibujos animados y los videojuegos bombardean a niños y niñas con cómo son las mujeres prototípicamente perfectas.
Debido al alcance de los contenidos donde se bombardea con los cánones de belleza femeninos, la no adecuación a los mismos es percibido socialmente como un habilitador de la violencia, discriminación, rechazo, desprecio e indiferencia de las mujeres que, simplemente, no son “perfectas”. Además, la violencia estética se ejerce de tal manera que las mujeres se ven presionadas para evitar caer en la fealdad, entendida como estar gorda, tener un tono de piel oscuro y mostrar los signos de la vejez.
Pero la violencia estética no se ceba únicamente con las mujeres que no cumplen los cánones de belleza, sino también con aquellas que se han visto empujadas a realizarse operaciones e intervenciones estéticas. También con las que padecen trastornos asociados a tales cánones, como lo es la anorexia fruto de querer alcanzar la extrema delgadez y temor a engordar promovido por los medios. La violencia estética hace que se sexualice todavía más a las mujeres, se las cosifica y se las descarta como seres pensantes. Son un envase bonito, no una persona con su inteligencia, pensamientos y emociones.
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La belleza pone en peligro nuestra salud
Naturalmente, lo de querer verse bien no es algo exclusivo de las mujeres. Todo el mundo quiere verse bien y, en menor o mayor medida, los hombres también están sometidos a una presión estética. De la misma manera que en las sociedades occidentales existen cánones de belleza para las mujeres, también los hay para los hombres, siendo este prototipo de hombre ideal un hombre musculado, ni extremadamente delgado ni tampoco obeso.
No obstante, la presión estética a la que han estado sometidas las mujeres a lo largo de la historia occidental es mucho mayor que la de los hombres. Además, el motivo por el que hablamos de violencia estética hacia las mujeres y no tanto hacia los varones es que a ellas sí se les ha forzado a poner en riesgo su vida para verse guapas. Lo que se debe entender al fin y al cabo es que el concepto de “verse bien” es aprendido, que no existe un canon de belleza natural sino una serie de acuerdos sociales para definir quien es guapo y quien no, acuerdos que pueden ir en contra de la naturaleza humana.
Ejemplo de ello lo tenemos en la depilación femenina. A pesar de que se ha ido avanzando en ello, a día de hoy todavía hay muchas personas que perciben a las mujeres sin depilar como “unas guarras”. Si se es mujer, tener vello en el cuerpo y, en especial, las axilas, es percibido como falta de higiene. Esta percepción es radicalmente distinta en el caso de los hombres con vello corporal, visto como algo normal y nunca puesta en duda su higiene.
¿Es la imposición de depilarse siendo mujer una muestra de violencia estética? Sí, lo es. Es pedir a las mujeres que hagan algo que, en términos biológicos, va en contra de su naturaleza. El vello corporal está ahí de forma natural y rasurarlo parece implicar más riesgos para la salud que beneficios, entre ellos hacerse heridas y tener infecciones.
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¿Cómo es la mujer perfecta?
El canon de belleza femenino en las sociedades occidentales impone la siguiente imagen de lo que es una mujer atractiva, bella, perfecta. Debe ser delgada, pero con formas. Su piel debe ser suave, tersa y blanca. Debe tener la altura suficiente para que se vea bien con ropa, pero siendo proporcionada en sus volúmenes para no intimidar a los hombres y nunca, nunca, debe ser más alta que su pareja hombre. Por supuesto, debe estar completamente depilada.
La proporción de la nariz, boca, ojos… la forma de las caderas, del trasero, cómo debe ser el cabello… Son muchos los imperativos que las sociedades occidentales han considerado oportunos establecer como indicadores de que una mujer es bella. Podríamos explayarnos con una inmensa lista perfilando lo que es una mujer perfecta. Pero la perfección no existe, es solo una ilusión producto de convencionalismos.
Podríamos seguir describiendo y realmente nunca terminaríamos de especificar qué significa ser una mujer perfecta en nuestra sociedad. Hay mujeres que, por lo visto, lo consiguen nada más nacer, que han tenido la enorme suerte de heredar los genes dorados que la catapultan hacia la perfección estética pero que no va a ser perpetua. Para otras no tan afortunadas, les llevará toda la vida acercarse a ese canon de belleza que les han metido con calzador en la cabeza y que sienten que no cumplen, y que por lo tanto no son válidas.
La violencia estética es un atentado contra la diversidad de cuerpos y el derecho a tratarse bien. Los cánones de belleza y el bombardeo que hacen los medios de los mismos nos hacen sentirnos mal por no ser como ellos. Las personas somos diversas en cuerpo y mente, pretender uniformizar esta realidad es ir en contra de la naturaleza humana. Se debe normalizar la diversidad corporal, entender que cada cuerpo es distinto y que, siempre y cuando nos mantengamos sanos, debemos aceptar lo que la naturaleza nos ha otorgado.
La violencia estética trata de hacernos mal solo por el mero hecho de ser como somos. Hay que entender que el canon de belleza es tan artificial e inalcanzable para cualquier mortal que por mucho que nos operemos, maquillemos o depilemos nunca estaremos del todo a la altura, que es absurdamente difícil de alcanzar. Y si consideramos que estamos a la altura, esa violencia estética se asegura de presionarnos para temer que “nos echemos a perder”, nos haga tener un miedo patológico a ganar peso, ganar arrugas y canas. Nos hace tener miedo de seguir viviendo.
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Sé cómo quieras ser
Si usamos la estética por placer, maquillándonos, depilándonos, operándonos porque nosotros y nosotros queremos, es totalmente legítimo. Por muy invasiva que sea la práctica para ser más guapo, si hemos decidido voluntariamente someternos a la misma está bien. Cada uno puede hacer lo que quiera con su cuerpo. Sé cómo quieras ser, eres libre de ello y nadie debería decirte lo contrario.
Pero que sea libertad real. Si nos preocupamos mucho por cómo aparentamos porque sentimos que si no cumplimos con un canon de belleza somos menos válidos o la gente nos va a querer menos, nuestras decisiones sobre nuestra apariencia estética no son fruto de la libertad, sino de una esclavitud hacia esos canones de belleza. Si vamos al cirujano porque nos repugna cómo somos, hay un problema que el bisturí nunca solucionará.
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