A veces la vida parece ir bien. Haces lo que toca, cumples con tus responsabilidades, te das algún gusto de vez en cuando… pero no lo disfrutas. Intentas descansar y no puedes. Tu cabeza no se apaga, tu cuerpo sigue tenso y, por más que lo intentes, no sientes esa calma que esperas.
Puede que pongas una serie, salgas a caminar o te des un baño largo, y aun así sientes que algo dentro no se relaja. Y, ojo, esto le pasa a más gente de la que crees. Cada vez hay más personas que no saben cómo relajarse y permitirse disfrutar.
¿Qué hay detrás de eso? Ese es el tema de hoy.
“No sé cómo relajarme y disfrutar”
Hay personas que, sin querer, viven como con el freno puesto. No logran entregarse al disfrute ni en los momentos simples: un café, una canción, un abrazo. Es como si su cuerpo y su mente no recordaran cómo se siente bajar la guardia.
A veces eso tiene nombre: anhedonia, que significa perder la capacidad de sentir placer. Pero más allá de los términos, lo importante es entender que este bloqueo no surge porque sí.
Hay razones que pueden tener un origen bastante profundo y que van apagando poco a poco la chispa del disfrute. Algunas tienen que ver con el estrés, otras con la forma en que aprendimos a protegernos de lo que duele.
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Qué puede estar detrás de esta dificultad
Relajarse no es tan simple como “decidir hacerlo”. Hay muchas cosas que pueden estar interfiriendo. Puede que tu cuerpo viva en modo alerta desde hace tanto que la calma le parece rara. O que te hayas desconectado de tus emociones sin darte cuenta.
En otros casos, también influye la cultura de la prisa y la comparación, que nos hace sentir culpables por descansar o no “vivir al máximo”.
Veamos algunas razones que podrían explicar por qué cuesta tanto disfrutar:
1. Estrés constante y cuerpo en alerta
Cuando pasas demasiado tiempo con estrés, tu cuerpo se acostumbra a estar en guardia. Las hormonas que se activan en esos momentos, como el cortisol, afectan directamente a cómo percibes el placer. Por eso, aunque hagas algo que solía gustarte, no lo sientes igual.
Lo complicado es que esta tensión se vuelve “normal”. Te levantas, te mueves, haces tus cosas, pero el cuerpo nunca se apaga del todo. Entonces, cuando intentas relajarte, te parece incómodo. Te cuesta soltar el control porque, en el fondo, la calma se siente extraña.
2. Desconectarte de lo que sientes
Hay quienes aprendieron a no sentir demasiado. Quizá porque en su momento fue la mejor forma de protegerse. El problema es que cuando apagas las emociones tristes o incómodas, también se apagan las agradables.
Ese “modo apagado” te mantiene a salvo del dolor, pero también te aleja de la alegría, del deseo o de la ternura. Y, claro, luego cuesta volver a conectar. Pero se puede. A veces hay que empezar por cosas pequeñas: permitirte sentir un poco, aunque no sepas bien qué nombre ponerle a eso que sientes.
3. Expectativas irreales sobre la felicidad
Vivimos rodeados de frases que prometen una felicidad constante, como si estar bien fuera un estado que se alcanza y se mantiene para siempre. Pero la vida no funciona así. Si esperas sentirte pleno todo el tiempo, cualquier día normal te parecerá un fracaso.
Disfrutar también es aceptar lo sencillo, lo neutro, lo que pasa sin grandes emociones. Es entender que la felicidad no siempre grita; a veces solo susurra. Y para escucharla, hay que bajar el volumen de las exigencias.
4. Ansiedad y miedo a soltar el control
A mucha gente con ansiedad le cuesta relajarse porque su cuerpo está acostumbrado a estar alerta. En cuanto intentan bajar la guardia, sienten que algo no anda bien. Es una sensación muy real: el cuerpo interpreta el descanso como un riesgo.
Entonces, cuando te obligas a relajarte, te pones más tenso. Es un círculo. Por eso, más que forzar la calma, lo que ayuda es entrenar poco a poco al cuerpo a sentirse seguro. A veces, relajarse no se trata de soltar todo, sino de permitirte soltar un poco.
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5. Vivir en modo “productividad”
La cultura actual nos empuja a hacer, producir y rendir. Incluso el descanso se convierte en una tarea más: meditar para ser más eficiente, hacer yoga para rendir mejor, salir de vacaciones para volver con más energía. El ocio pierde sentido si no tiene un propósito.
Y luego está la comparación. En redes sociales todo parece más divertido o intenso. Miras lo que otros hacen y te parece que tu vida es poca cosa. Esa comparación constante genera frustración y te desconecta de lo que sí está bien en tu día a día.
6. Bloqueos internos y miedo a sentir demasiado
A veces, lo que bloquea el disfrute no es el estrés, sino el miedo a sentir. Hay personas que evitan la calma porque intuyen que, si se detienen, aparecerán emociones que no quieren enfrentar. Mantenerse ocupado se vuelve una forma de evitar el contacto con uno mismo.
Pero vivir así también cansa. Cuando no te permites sentir lo incómodo, tampoco puedes sentir lo agradable. Por eso, poco a poco, empezar a darte espacio para escucharte, sin juzgarte, es una forma de soltar ese miedo.
7. Desconexión de uno mismo y de los demás
El placer no nace solo de cosas externas. Tiene mucho que ver con sentirte en sintonía contigo y con las personas que te rodean. Cuando eso se pierde, la vida se vuelve plana, aunque todo parezca ir bien.
Recuperar el disfrute pasa por reconectar: con tu cuerpo, con tus intereses, con quienes te hacen sentir en calma. Simplemente estar más presente y en conexión con lo que te hace bien.
Qué pasa cuando no puedes disfrutar
Vivir sin disfrutar te deja una sensación rara, como si la vida pasara en gris. Empiezas a funcionar en automático: comes sin saborear, trabajas sin entusiasmo, te relacionas sin verdadera conexión. Y, aunque cumplas con todo, sientes que algo dentro no se enciende.
Con el tiempo, esto agota. Aparece la apatía, la irritabilidad o una sensación de vacío. Lo más engañoso es que desde afuera nadie nota el problema, porque sigues “haciendo lo que toca”. Pero por dentro, tu mente y tu cuerpo piden una pausa que no sabes cómo darles.
Cómo empezar a relajarte y disfrutar más
Volver a disfrutar no es forzarte a sentir algo, sino darte permiso para sentir lo que ya está. Se trata de bajar la velocidad, de dejar que las cosas te lleguen sin tanta expectativa. Y, sobre todo, de soltar la idea de que relajarte tiene que ser perfecto.

Avance Psicólogos
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Centro de Psicología en Madrid
El placer se entrena, igual que la calma. Se despierta con paciencia, con curiosidad y con un poco de amabilidad hacia ti.
Estas acciones simples pueden ayudarte:
- Tómate unos minutos para no hacer nada. No para “descansar bien”, sino solo para estar.
- Mira lo que sí está bien, porque agradecer cosas pequeñas cambia el enfoque. Puede ser una comida, un mensaje, una buena conversación.
- No busques sentirte bien a la fuerza. El placer llega cuando hay espacio, no cuando hay exigencia.
- Haz algo nuevo. No tiene que ser grande. A veces un cambio pequeño despierta la curiosidad y con ella el disfrute.
- Rodéate de personas que te sumen, porque las conexiones reales ayudan a que el cuerpo se relaje.
- Baja el ruido. No todo lo que entretiene calma. A veces un rato de silencio vale más que una lista infinita de cosas que “deberías” hacer.
- Pide acompañamiento si lo necesitas. Hablar con alguien que sepa del tema puede ayudarte a entender por qué cuesta tanto relajarte y qué puedes hacer para reconectar con tu placer.


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