¿Alguna vez has dicho que sí a algo cuando en realidad querías decir que no o evitando una conflicto pese a necesitar expresar tus emociones? Estos son solo un par de ejemplos de muchas de las cosas que hacemos en la edad adulta a raíz de lo que vivimos en la infancia.
En la infancia aprendemos que debemos actuar de determinada forma para que nos quieran y nos acepten. Esto se queda arraigado en nuestro inconsciente y, con el tiempo, puede ser que acabemos construyendo una versión de nosotros que encaja con las expectativas ajenas —aunque nos desconecte de nosotros mismos—.
¿Vínculo o autenticidad? Ambas son necesarias para el ser humano y, sin embargo, muchas personas se ven obligadas a priorizar una de ellas en la infancia. En este artículo profundizamos en esta cuestión: hablamos de vínculo, autenticidad y las consecuencias del dilema, así como algunas posibles soluciones.
La base biológica y emocional del apego
Aunque durante mucho tiempo no se ha considerado que la esfera afectiva forme parte de las necesidades básicas de un ser humano, sí lo son. Nacemos con la necesidad biológica de vincularnos con nuestros adultos de referencia porque nuestra supervivencia depende literalmente de que alguien nos cuide.
La crianza puede llegar a ser realmente agotadora y retadora en muchas ocasiones. Si no estuviéramos vinculados a nuestros hijos e hijas probablemente no invertiríamos tantos recursos personales en alimentarlos, protegerlos y regularlos emocionalmente.
Esta necesidad lleva a las criaturas a priorizar el vínculo —tanto el establecimiento como su mantenimiento—. En otras palabras, los niños y las niñas van a anteponer el hecho de tener cerca a sus padres a cualquier cosa, incluso sus propias emociones y necesidades.
El desarrollo de la autenticidad
Usamos el término autenticidad para referirnos a la capacidad que las personas tienen para expresar y vivir en congruencia con sus emociones, pensamientos y valores. Esto implica que pueden relacionarse con el entorno sin la necesidad de “disfrazarse” o tener que renunciar a partes de sí mismos/as.
Aunque la autenticidad es crucial en la edad adulta porque nos permite establecer vínculos y relaciones de forma saludable y genuina, es algo que se construye desde la infancia. El entorno en el que crecemos y el tipo de crianza que recibimos juegan un papel importante.
Cuando los cuidadores pueden ver, escuchar, atender y validar las experiencias emocionales de los niños y las niñas, estos aprenden a regularse e interiorizan que al ser ellos mismos son amados. Sin embargo, cuando reciben invalidación, se minimizan, ridiculizan o incluso castigan sus emociones, la criatura empieza a dudar de su propia experiencia interna.
Ambas experiencias dejan huella y generan un impacto en el desarrollo emocional y mental de la persona. Es decir, interfiere en cómo ve, interpreta y se relaciona con el mundo, con el resto de personas y consigo misma. El estilo de apego establecido con los padres influye directamente en el tipo de relaciones que se establecen en la edad adulta.
El dilema: ¿amor condicionado o autenticidad plena?
Los humanos somos seres de naturaleza social y esto implica que durante toda nuestra vida necesitamos, en mayor o menor medida, sentir que pertenecemos y conectar con otras personas. Por ello, en incontables ocasiones se acaba priorizando el vínculo por encima de la autenticidad.
Durante la infancia esta necesidad de sentirse amado/a y aceptado/a es especialmente profunda y esto puede llevarnos a adaptar nuestro comportamiento para asegurarnos que nuestros adultos de referencia nos ven y nos aman. Lo que algunos autores nombran como poner máscaras otros dicen que es negar partes de nosotros mismos. Sea como sea, al final nos desconectamos de nuestras emociones, necesidades y deseos.
Y, entonces, ¿qué sucede si pasamos gran parte de nuestra vida negando partes de nosotros/as para mantener el vínculo con las otras personas? Aunque ya en la infancia pueden empezar a manifestarse algunas consecuencias, es mucho más habitual observar problemas como sensación de vacío, dificultad para poner límites, ansiedad, depresión y otros problemas tanto físicos como emocionales en la edad adulta.
Renunciar a la autenticidad acaba generando conflictos con la propia identidad y, frecuentemente, la sensación de que hay algo malo en uno mismo/a. Las personas viven en un constante malestar interno puesto que sienten que deben esconder partes de su personalidad o de su historia y esto puede generar dificultades a la hora de establecer relaciones interpersonales.
Reprimir las propias necesidades o emociones no hace que desaparezcan. Al contrario, lo que sucede es que encuentran otras formas de expresarse —mediante dolencias físicas y dificultades emocionales— y el malestar aumenta todavía más. Vivir en la máxima congruencia posible con uno mismo/a es una cuestión de salud física y mental.
Pasos hacia una crianza que fomente la autenticidad
Afortunadamente, nunca es tarde para reconectar con nuestra esencia y vivir en congruencia con nosotros mismos. El primer paso es darse cuenta de que estamos reprimiendo este patrón.
Si tenemos criaturas a nuestro cargo, es importante recordar que la autenticidad se cultiva desde la infancia. Los niños y las niñas necesitan que sus cuidadores sean la base segura que les permite explorar el mundo y eso es lo primero que debemos construir.
Para ello, es importante escuchar de forma activa cuando nos hablan, validar sus emociones y separar su conducta de su identidad. Además, debemos fomentar la comunicación abierta y permitir que expresen sus opiniones aunque sean diferentes a las nuestras.
El apego seguro fortalece el vínculo, la intimidad y genera en la criatura la sensación de seguridad interna. Como consecuencia, se protege su autenticidad, puede vivir más conectado con sus emociones, necesidades y deseos y, además, podrá construir relaciones saludables a largo plazo.
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