En nuestra vida cotidiana, todos experimentamos emociones intensas: alegría, miedo, enojo, tristeza o ansiedad. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a pensar que algunas de estas emociones pueden generar un patrón similar a una adicción. Desde la perspectiva de la psicofisiología, esto ocurre porque nuestro cerebro y cuerpo aprenden a buscar, producir y sostener ciertos estados emocionales, incluso cuando nos hacen daño.
La psicofisiología de la emoción
Cada emoción tiene un correlato fisiológico: cambios en la frecuencia cardíaca, respiración, tensión muscular, hormonas como adrenalina y cortisol, y neurotransmisores como dopamina y serotonina. Por ejemplo, el miedo activa el sistema nervioso simpático, preparándonos para la acción rápida, mientras que la alegría libera dopamina, generando sensación de recompensa.
Cuando una emoción se repite de manera constante, el cerebro la “aprende” y desarrolla circuitos neuronales que facilitan su activación. Esto puede llevar a que busquemos situaciones que produzcan la emoción de manera automática. Así, una persona puede volverse adicta a la adrenalina del miedo o al drama del conflicto, sin darse cuenta del impacto negativo que esto genera.
Cómo nos volvemos adictos a las emociones
La adicción emocional no se refiere a sustancias, sino a la experiencia de sentir. Algunos factores que facilitan esta adicción incluyen:
• Recompensa fisiológica: Las emociones intensas liberan neurotransmisores que generan placer o excitación. Esto refuerza el comportamiento que las provoca. • Patrones aprendidos desde la infancia: Crecemos en contextos donde ciertos estados emocionales (enojo, ansiedad, miedo) se vuelven normales o nos dan atención. • Evitar el vacío emocional: Sentir cualquier emoción intensa puede ser preferible a la sensación de vacío o desconexión, creando dependencia emocional. • Refuerzo social: Las reacciones de los demás a nuestras emociones (culpa, atención, drama) consolidan estos patrones.
Consecuencias para la salud mental y física
Si bien todas las emociones cumplen funciones adaptativas, la adicción emocional puede ser destructiva. Entre sus efectos destacan:
• Salud mental: aumento de ansiedad, depresión, irritabilidad, insomnio y dificultad para regular emociones.
• Salud física: estrés crónico, hipertensión, problemas cardiovasculares, dolores musculares y
debilitamiento del sistema inmunológico.
• Relaciones interpersonales: la búsqueda constante de emociones fuertes puede afectar vínculos afectivos y generar dependencia emocional.
• Calidad de vida: la dificultad para experimentar emociones neutras o placenteras sin excitación puede disminuir la satisfacción general y la resiliencia ante la adversidad.
Busca ayuda profesional especializada
Si reconoces que tus emociones están afectando tu bienestar físico y mental, es fundamental buscar apoyo. Un especialista en psicofisiología y manejo del estrés puede ayudarte a comprender y gestionar estos patrones emocionales, protegiendo tu salud integral y mejorando tu calidad de vida.


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