Gestión de Expectativas: cómo ser realista nos ayuda a no decepcionarnos

Así es como gestionar correctamente las expectativas nos ayuda a ser felices.

Gestión de Expectativas: cómo ser realista nos ayuda a no decepcionarnos

Las expectativas pueden jugarnos una mala pasada. Imaginemos la siguiente situación. Cuando conocemos a alguien con quien las horas pasan volando, con quien podemos disfrutar y reír a carcajadas pero también tener conversaciones profundas, solemos decir que “nos estamos enganchando”. En ese momento, es habitual que un montón de escenas de momentos que potencialmente podríamos compartir con la otra persona se nos vengan a la mente, en su mayoría experiencias agradables y placenteras.

Pero tan pronto como nos percatamos de cuán bien podría salir todo, un huracán de preguntas nos invade; y en su ojo, la siguiente incógnita: ¿y si tal optimismo nos conduce, inevitablemente, a una gran decepción? En este artículo invitamos a reflexionar acerca de la importancia de la gestión de expectativas frente a las oportunidades que están desenvolviéndose en nuestras vidas todo el tiempo.

¿Qué son las expectativas según la Psicología?

Las expectativas son aquellos pensamientos, a veces acompañados de imágenes vívidas, que elaboramos en función al resultado tentativo de una situación a futuro. Usualmente desconocemos el final que tendrán muchos de los eventos importantes en nuestras vidas, por lo que nuestras expectativas cumplen un rol anticipatorio, y representan qué esperamos que suceda en consecuencia de tales situaciones.

Las personas solemos categorizar nuestras expectativas como “altas” o “bajas” en función a cuán placentera creemos que podría acabar resultando determinada circunstancia. También dotamos de contenidos mentales específicos a nuestras expectativas. ¿A qué nos referimos con esto? Pues bien, podríamos retomar la situación de conocer a alguien con el objetivo de esclarecer esta idea. Cuando una persona nos gusta en una primera cita, no sólo tendemos a desarrollar “altas” expectativas de cara al futuro, sino que aquello que esperamos de la pareja, de la otra persona o de la situación en general es algo muy concreto que podría ser compartido con el resto de personas de nuestra sociedad.

Por ejemplo, es habitual tener la expectativa de que la otra persona nos envíe un mensaje de texto al finalizar nuestro encuentro, de ir al cine juntos y, si nos dejáramos llevar por el libre discurrir de las expectativas, incluso podríamos imaginarnos un futuro muy distante con esa persona. Veamos a continuación por qué nos sirve tener esto en consideración.

El origen de nuestras expectativas

En este punto emerge el primer potencial problema de las expectativas. Muchas veces, los contenidos de nuestras expectativas —ya sea sacar una buena nota en un examen o conseguir la oportunidad laboral de nuestras vidas— no están determinados por nuestros auténticos deseos, sino que están cargados de los valores y deseos implícitos de nuestro entorno. Las personas no siempre somos conscientes de las expectativas que depositamos en un evento o persona, por lo que podríamos perder de vista el norte, es decir, la pregunta: ¿es esta expectativa mía? Quizás, la expectativa de que ese nuevo empleo será lo que necesito para ser exitoso se origina no tanto en una motivación intrínseca, sino en las expectativas que un cuidador depositó sobre uno en el pasado.

Otra posibilidad es que nuestras expectativas sean producto del mundo sociocultural en el que hemos crecido. Desde que somos pequeños, internalizamos los modos en los que los integrantes de nuestra familia se vinculan entre sí de forma sostenida en el tiempo. Las acciones en sociedad están siempre dirigidas a un otro y a lo que se espera de él. Desde la temprana infancia observamos cómo los adultos se valen de las expectativas permanentemente para obtener una respuesta de los demás, y así también nosotros estamos expuestos a recibirlas de su parte. También en este período recibimos expectativas de acuerdo a los colectivos o grupos sociales a los que pertenecemos —por ejemplo, la expectativa de lo que supone ser de determinada nacionalidad, grupo etario o género—, de formas más o menos explícitas, dependiendo el caso.

En relación a esto, una investigación muy interesante llevada a cabo por Galloway y colaboradoras, de la Universidad de Nevada, encontró que los jóvenes que tienden a consumir películas de los géneros comedia y drama tienden a presentar expectativas comunes en relación al amor romántico, basadas ideas como “el amor todo lo puede” o “la intimidad será siempre satisfactoria”. Por tal razón, el hecho de que nuestras expectativas tiendan a tratar de los mismos temas, a albergar los mismos contenidos, tiene todo el sentido, ya que son producto del medio cultural en el que estamos inmersos. Sin embargo, debemos aprender a poner nuestras expectativas en cuestionamiento, ya que la idealización de situaciones que aún están por ocurrir y cuyo resultado es incierto podría conducirnos a teñirlas de lo que esperamos de ellas, a no estar presentes en el momento que finalmente ocurran y, en consecuencia, a no disfrutar lo que una situación tiene para ofrecernos tal cual es.

¿Es buena idea “no tener expectativas”?

Teniendo en cuenta lo que hemos visto hasta ahora, resulta tentador creer que lo ideal sería no tener expectativas en lo absoluto y, simplemente, dejar que las cosas sucedan por su propio decantar. Este es un consejo muy extendido hoy en día, aunque no es reciente: ya lo adelantaba el poeta inglés Alexander Pope en el siglo XVIII al señalar: “Bienaventurado el hombre que no espera nada, porque nunca será decepcionado”. El problema de estos mensajes es que, a pesar de tener buenas intenciones, acaban por obviar el hecho de que despojar por completo a nuestra mente de expectativas sería un problema garrafal.

En algunos contextos las expectativas podrían ser muy útiles ya que, en definitiva, son pensamientos que nos sirven para anticipar una situación a futuro. Las altas expectativas podrían denotar que ese evento novedoso que se nos presenta —un cambio de trabajo, por ejemplo— es valioso para nosotros, por lo que es habitual que nos sintamos ilusionados, motivados, y nos sirvan para guiar nuestras acciones futuras en pos de alcanzar un objetivo específico. Por su parte, las bajas expectativas suelen tener el objetivo de reducir al mínimo la posibilidad de llevarnos una decepción. Esto no tiene nada de malo ni extraño. A nadie le gusta experimentar dolor ni salir herido porque sí. De hecho, en algunas circunstancias puede ser útil sostener bajas expectativas para evitar situaciones de las que no obtendremos beneficio alguno.

La clave reside en la gestión de expectativas

Sin embargo, intentar escudarse tras el mantenimiento de bajas expectativas para no sufrir tampoco es lo ideal. El dolor en la vida humana es inevitable, y algo que tendemos a ignorar es el hecho de que detrás de algunas circunstancias que nos producen emociones y pensamientos desagradables podría residir algo sumamente valioso y significativo para nuestra vida. Por ejemplo, tener bajas expectativas y adoptar actitudes pesimistas podría reducir nuestra posibilidad de exponernos a situaciones incómodas como acudir a una cita, bajo el argumento de “no creo que me vaya a gustar” o “no quiero decepcionarme luego”. El problema con esta actitud es que obvia el hecho de que, a pesar de ser una situación de la que podríamos resultar heridos, también a largo plazo podría traernos experiencias sumamente gratificantes para nosotros.

En definitiva, podríamos argumentar que una clave para construir una vida significativa es aprender a gestionar nuestras expectativas. Esto no implica que tenemos que forzarnos a pensar de determinada forma de cara al futuro, ya que parte de la naturaleza de nuestra mente es generar expectativas acerca de todo, todo el tiempo, muchas veces más allá de nuestro control. Está diseñada evolutivamente para eso. En cambio, la gestión de expectativas supone aprender a evaluar cuándo es conveniente atender a una expectativa en particular y decidir actuar en función a ella y cuándo, por el contrario, no.

Paloma Rey Cardona

Paloma Rey Cardona

Psicóloga General Sanitaria

Profesional verificado
València
Terapia online

Por otra parte, gestionar nuestras expectativas significa aprender a tomar distancia de ellas, saber que en múltiples ocasiones pueden ser útiles pero que son solo eso, expectativas, y no la realidad. Por lo tanto, se trata de adoptar una actitud realista, ya que gestionar las expectativas implica ver que existe algo más allá de lo que pensamos. Y, por si fuera poco, es fundamental para cuidar nuestros vínculos interpersonales, ya que previene que nuestra visión se nuble por lo que esperamos de las demás personas; nos dota de la claridad suficiente para saber que nuestras expectativas son, a fin de cuentas, solo nuestras, y que el otro no tiene por qué compartirlas ni es responsable de ello.

  • Galloway, L.; Engstrom, E. y Emmers-Sommer, T. (2015) Does Movie Viewing Cultivate Young People's Unrealistic Expectations About Love and Marriage?, Marriage & Family Review, 51:8, 687-712

Psicóloga

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Paloma Rey es Psicóloga General Sanitaria. Ofrece atención a población infanto-juvenil y adulta, tanto de forma presencial como online, en casos de ansiedad, depresión, baja autoestima, estrés, duelo, dificultades de aprendizaje, entrenamiento en habilidades sociales y comunicación,resolución de conflictos, problemas de conducta y gestión emocional, y TDAH, entre otros. Para ello emplea técnicas propias de la terapia cognitivo-conductual, combinándolas con psicología positiva y Terapia de Aceptación y Compromiso.

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