Una interrogante que podría ser respondida de muchas maneras y aun así dejar la sensación de no poder definirla. Sobre todo porque asumimos que lo sabemos: hablamos de proyectos de vida, de tener experiencia de vida, incluso de saber disfrutar la vida. Pero, en ocasiones, surgen interrogantes como: ¿Para qué estoy vivo? o ¿Qué sentido tiene vivir? Algo sí es cierto: la vida es para vivirla.
Y vivirla con intensidad, pero sin afanarte, sin apegos que te atrapen. Apostándole con ganas, energía y conciencia, pero con una actitud serena y sensible. La serenidad nace de tu propia paz, y la sensibilidad te permitirá ser empático y compasivo. Esta armonía es necesaria, un enfoque que te centre para equilibrar tu actuar desde el sano respeto hacia ti mismo y los demás.
¿Por qué estamos aquí?
¿Te lo has cuestionado? Y es que la vida no se construye solo con proyectos, ni se sostiene en sueños, mucho menos en recuerdos e historias pasadas. No se estudia ni se elabora, sencillamente se vive. La vida se hace viviendo, tomando conciencia, abriéndote a cada momento, día a día, paso a paso.
Consciente, atento, ubicado en el aquí y ahora. Se requiere apertura ante cada circunstancia, aprovecharla reconociéndote, celebrarla desde tu interior, con el valor de su propia esencia, sin desperdiciarla en lo superficial, sintiéndote libre de ser. Mucho más allá de los planes. Quizás reinventándote y valorando cada momento, cada encuentro, cada aprendizaje.
Para experimentarla en plenitud, hay que aprender a fluir armónicamente, celebrar los acontecimientos y reconocer también tus sombras. Es abarcar la totalidad con amor propio, disfrutar con tus seres queridos, familia y amigos, pero, sobre todo, contigo mismo. Aprender de cada experiencia no significa quedarte en la preocupación ni en el pasado, sino reconocer. Como contemplar la naturaleza, apreciar toda clase de vida y su belleza, haciendo pausas y deleitándote desde lo más profundo y sencillo.
Sin embargo, existen ocasiones que generan dolor, amargura, fricciones, enfados, conflictos… tantas situaciones que no solo repercuten en tu propio sufrimiento, sino también en los otros. Pero siempre existe la posibilidad de decidir cómo actuar, cómo cambiar tu reacción automática y ser más sereno.
No se trata de ser insensible ni de vivir mecánicamente; al contrario, es vivir con conciencia plena. Y si te caes, te levantas; si sientes que mueres, luego vuelves a renacer; si lo pierdes todo, comienzas de nuevo. Sobre todo, desde la aceptación, el amor propio y la compasión, fomentando el servicio y la generosidad, entre alegría compartida y disfrute.
Ante diferentes realidades, tu actitud puede hacerte mucho bien o mucho mal; puede ayudar a tantos otros o, sencillamente, perjudicarlos. Es una manera de cuidarte y cuidar del otro. No enjuiciar ni enjuiciarte a ti mismo es una postura que suma, genera, crea y coopera sin resultar perjudicial a nadie.
Siguiendo un camino
Tomar una pausa es necesario para poder renacer luego de sucumbir, y no acumular en tu mente heridas, rencores, traumas o experiencias dolorosas. Para no menguar en la vida y continuar adelante de la mejor manera. No puedes contener la corriente de un río, pero sí puedes contemplar su paso, admirar su fuerza, disfrutar su belleza, aceptar su ímpetu o su quietud e, incluso, reconocer sus propios cambios. Implica conquistar sabiduría, abriendo paso a la reflexión y la sensatez, una aceptación consciente y constructiva ante lo inevitable.
Los deseos y los planes no siempre van de la mano con la vida; esta sigue su propio curso. Por ello, se requiere claridad y madurez. Es darle la mano a la inestabilidad, la inseguridad y lo transitorio de la existencia. Si caes en la desesperación, es más probable que te frustres, porque pierdes la falsa seguridad ante una vida que tiene su curso natural cambiante, más allá de tus racionalizaciones y expectativas.
Puedes compararla con una danza que te permita hallar el sentido en su propio transcurrir, enfocado en tu interior pero observando todos sus movimientos, para ser cada día tu mejor versión y compartirla con los otros, en sus propias vidas y su andar, tantas veces agitado y automático. ¿Cuántas veces tú mismo te estresas y complicas? Piénsalo. Alejándote de ti mismo y, en esencia, de vivir.
Es imperioso calmar tus pensamientos automáticos. Si logras quietud en tu mente, disminuirá la necesidad de buscar placer en muchas actividades o en cualquier dirección, esperando la oportunidad futura para disfrutar, que parece no llegar, haciéndose inalcanzable o irreal. Tampoco funciona llenarte de actividades para no pensar o dejar de sentir. La angustia de la perfección futura, del ego insaciable, de los pensamientos rumiantes… más allá de ayudar, obstaculiza.
Necesitas equilibrio para actuar y, también, para aprender a valorar el “no hacer”, que permite descanso, disfrute e incluso contemplación. Es la oportunidad para tomar conciencia y trazar un rumbo claro. Se requiere acción en la vida, pero en su justa medida, donde puedas experimentar armonía en tu propio ser, en el ser con el otro y en el saber hacer.
La enseñanza de la vida es continua, aunque no te des cuenta ni alcances a verla. Aunque la vida te presente momentos muy difíciles, siempre puedes aprender de ellos. Si conectas con su enseñanza, podrás sumar, avanzar, resolver y sencillamente continuar, compartiendo hacia fuera y concienciando desde dentro.
Busca el equilibrio entre las situaciones cambiantes, desde las más gratas hasta las más amargas y dolorosas. Persistencia, paciencia y ecuanimidad son necesarias para una actitud proactiva ante los diferentes acontecimientos de la vida. No dejarte llevar por el apego ni por la aversión te ayudará a no caer en el entusiasmo desmedido ni en la depresión que te hunde en la desesperanza. Por el contrario, busca confrontar las contrariedades, equilibrar los opuestos y armonizar tu vida junto a los otros.
Lejos de la positividad tóxica
No se trata de tener menos problemas, disminuir las dificultades o generar mayores ingresos, aunque sería favorable. Está más cerca de experimentar paz, disfrutar de lo sencillo y valorar cada momento, cada encuentro. Erróneamente, vamos buscando tener, y lo que más llena la vida puede estar en un instante.
No existen recetas, atajos ni “tips”. Nadie puede decirnos cómo vivir, mucho menos vivir por nosotros. Pero sí podemos seguir ejemplos y conocer testimonios inspiradores de quienes han experimentado el arte de vivir y han avanzado en el camino de la vida y el desarrollo interior.
Vivir es sentirte contento desde dentro. Has escuchado que hay que cultivar para proporcionar frutos: lo que sale de ti muestra lo que tienes por dentro y eso se te restituirá. Entonces, valdría la pena tomar conciencia de cuáles son tus pensamientos y cómo salen tus palabras: ¿llenas de paz o entre tumbos? Se exige un orden interno para limpiar por dentro y reconstruir desde allí.
El orgullo se destruye con humildad, la alteración con paciencia. Hay que mirar el propio corazón para ser mejor, auténtico, para tener una vida bonita, para vivir realmente, siendo bueno contigo mismo y con los demás. No cuidando las apariencias o el qué dirán.
Conclusiones
Es necesario enlentecer un poco el andar para recordar todas esas situaciones donde has logrado autocontrol, todos tus momentos agradables, tus logros. Esta pausa te permitirá apreciar qué te ha funcionado y qué es mejor para tu momento presente. Así vas guiando tu propio proceso e, incluso, reajustando hacia dónde podría ser mejor.
Reconecta con lo que le da sentido a tu vida y enfrenta el vacío persistente. Reflexiona: ¿qué haría diferente si estuviera seguro de no fracasar?
Cada día, construye el hábito de tomar conciencia. Reflexiona. Y, sobre todo, agradece. Será tu sello personal para cerrar el día con gratitud y aprendizajes, para empezar a vivir de nuevo.


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