A veces, tomar una decisión puede sentirse como pararse al borde de un abismo. Sabes que algo dentro de ti te empuja a dar el paso, pero también está esa voz que pregunta “¿y si me equivoco?”.
Has repasado una y otra vez las opciones, imaginando todos los posibles escenarios, deseando tener una certeza que nunca llega. Y, sin embargo, en el fondo lo sabes: no decidir también es una decisión.
El miedo al error suele acompañar el inicio, pero tal vez el error no sea el enemigo, sino el maestro que nunca quisimos escuchar.
Equivocarse no es tan malo como parece
Desde pequeños nos enseñaron que equivocarse es sinónimo de fallar. Que el error se castiga, que la nota baja, que “eso no se hace así”. Y crecimos creyendo que el acierto vale más que la experiencia, que el éxito se mide por la ausencia de tropiezos. Pero, con el tiempo, uno se da cuenta de que la vida no funciona así.
Cada vez que fallas, tu cerebro registra información nueva. La neurociencia lo explica bien: el error activa zonas relacionadas con la atención y la memoria, lo que te permite ajustar tu comportamiento la próxima vez. O sea, el error no destruye; te entrena. Aprendes a observar mejor, a cuestionarte más y a elegir con más conciencia.
Desde la psicología, autores como Carol Dweck hablan de la “mentalidad de crecimiento”, esa capacidad de ver los errores como parte del proceso, no como una sentencia. Y si lo piensas, los momentos en que más has crecido probablemente no fueron los más cómodos, sino los que te empujaron a mirarte de frente y decir: “Ok, esto no salió como esperaba, pero ahora sé más”.
Cómo darle otra mirada a los errores
Nos han educado para evitar equivocarnos a toda costa. Como si fallar dijera algo definitivo sobre quiénes somos. Pero, ojo, cuando vivimos con miedo al error, nos quedamos quietos. Evitamos probar, decir, decidir. Y en ese intento de “no fallar”, lo que terminamos haciendo es evitar vivir.
Los errores no son pruebas de incapacidad. Son señales de exploración. Cada vez que algo sale distinto a lo planeado, aparece una oportunidad de mirar con más claridad lo que antes no veías. Y eso tiene valor. Y no te diremos que hay que romantizar la equivocación, pero sí es importante entender que sin ella no hay evolución.
Abraham Maslow y Carl Rogers lo explicaron desde la psicología humanista: el crecimiento personal no nace del control, sino de la aceptación de lo imperfecto. Asumir que puedes equivocarte sin perder valor te libera. Te permite aprender sin miedo al juicio.
Y, a ver, ¿qué pasa cuando miras tus errores con compasión? Dejas de pelearte con el pasado. Lo usas como punto de partida. Porque el error no define quién eres, solo muestra por dónde puedes mejorar.
Claves para convertir los errores en aprendizajes
Aprender de los errores no es automático. Requiere intención, pausa y honestidad. Lo bueno es que todos podemos entrenar esa habilidad.
Aquí te daremos unas claves que ayudan a transformar las equivocaciones en motor de crecimiento real:
1. Cambia la idea de “fallar” por la de “ensayar”
Cuando te dices “me equivoqué”, en realidad estás diciendo “probé algo y no resultó como esperaba”. Esa diferencia de lenguaje cambia mucho.
Ensayar implica acción, curiosidad y posibilidad. Nadie aprende sin probar. Incluso las mentes más brillantes construyeron su conocimiento a partir de errores. El fallo no es un final, es parte del proceso de descubrimiento.
2. Haz una pausa antes de juzgarte
Después de un error, el impulso suele ser culparse. Pero, ese juicio rápido bloquea la oportunidad de entender.
Toma un momento para observar qué pasó sin convertirlo en drama. Pregúntate: ¿qué información me da esto? ¿Qué estaba intentando lograr? La autocrítica no tiene que doler; puede ser una forma de cuidado.
3. Lleva un registro de lo que aprendes
Escribir ayuda a ver con más perspectiva. No hace falta un diario perfecto, basta con anotar tres cosas: qué pasó, cómo te sentiste y qué aprendiste.
Este hábito desarrolla autoconciencia emocional, algo clave para no repetir patrones. Además, ver tu propio progreso por escrito refuerza la confianza en ti.
4. Cuida tu nivel de autoexigencia
Querer hacerlo todo impecable muchas veces impide avanzar. Si sientes que “deberías” haberlo hecho mejor todo el tiempo, terminas agotado y con miedo a actuar.
Ajustar la autoexigencia significa darte permiso para aprender. El crecimiento es más estable cuando aceptas que el proceso tiene errores incluidos.
5. Aprende a tolerar la incomodidad
Equivocarte duele, claro. Pero el dolor también informa. Te muestra lo que valoras, lo que te importa. No huyas de esa sensación.
La doctora Susan David, en su teoría de la agilidad emocional, explica que las emociones incómodas son útiles cuando se escuchan con curiosidad. Si no rechazas lo que sientes, podrás convertirlo en aprendizaje emocional real.
6. Pide miradas externas
A veces uno se queda atrapado en su propia interpretación. Escuchar otras perspectivas puede abrirte los ojos. No para que otros te digan qué hacer, sino para entender cómo perciben tu actuar.
Escuchar con apertura te enseña tanto como la experiencia misma. Y, claro, no todas las opiniones son válidas, pero escuchar sin defensas te vuelve más consciente.
7. Aplica lo aprendido sin miedo
De nada sirve entender el error si no lo usas para actuar distinto. Aprender implica aplicar. Si te diste cuenta de algo, ponlo en práctica. No esperes sentirte completamente preparado, porque eso rara vez ocurre.
La confianza llega después del movimiento, no antes. Y cuando vuelvas a fallar, sabrás que ese también será un paso más.
Apostar por tus decisiones, incluso cuando el resultado no sea perfecto, es una forma de respeto hacia ti. Significa que confías en tu criterio y en tu capacidad de adaptarte. Porque al final, lo que más te enseña no es tener todas las respuestas, sino atreverte a elegir y asumir las consecuencias con apertura.
Entonces, ¿qué pasa si empiezas a tomar decisiones como si cada una fuera la única? No porque no haya opciones, sino porque decides apostar con todo lo que tienes. Hacer, no intentar. Vivir, no ensayar mentalmente la vida desde el miedo.
@professional()
Los errores, vistos desde ahí, no restan. Suman información, experiencia y claridad. Nos obligan a detenernos y revisar, y eso vale más que cualquier manual. Aprender a equivocarte sin destruirte es un signo de madurez.
Así que la próxima vez que dudes, recuerda: no hay error sin aprendizaje. Lo importante es estar dispuesto a hacerlo y aprender algo que antes no sabías.


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