Los seres humanos somos una de las pocas especies de mamíferos en las que un cerebro relativamente grande se combina con una gran capacidad para procesar estímulos visuales. Nos pasamos el día a día prestando atención a las escenas que se van sucediendo ante nuestra mirada, imaginando imágenes concretas y juzgando inconscientemente el lenguaje no verbal de los demás, gran parte del cual es visual.
La experiencia visual, la que más nos gusta
En nuestro tiempo libre nos encanta satisfacer a través de los ojos nuestras necesidades de ser entretenidos, y con tal de ver cosas hasta somos capaces de quedarnos viendo una sucesión de anuncios de televisión, algo que desde una perspectiva racional sólo beneficia al anunciante.
Nuestro cerebro es capaz de recoger este caos aparente de información visual y darle sentido, porque está hecho para adaptarse a una cantidad masiva de datos y dar prioridad a ciertos aspectos sobre otros. No por nada aproximadamente un tercio del cerebro humano está dedicado a procesar información visual. Puede decirse que la mirada es una de nuestras mejores armas de adaptación al medio.
Pero hay un contexto en el que la mirada no es simplemente una herramienta de recogida de datos. ¿Qué pasa cuando, en vez de buscar información importante en un torrente continuo de figuras y texturas en movimiento, una mirada se cruza con otra mirada? ¿Qué procesos se desencadenan cuando alguien clava sus ojos en los nuestros y viceversa?
Creando intimidad desde la mirada
El contacto visual parece estar estrechamente relacionado con la creación de vínculos afectivos íntimos y con la selección de posibles parejas. Un estudio, por ejemplo, señala que las parejas que están ligadas a través de una relación romántica mantienen el contacto visual durante el 75% del tiempo que le dedican a una conversación con el otro, mientras que lo normal en el resto de casos es dedicarle a esto de un 30% a un 60% del tiempo. Además, cuanto mejor es la calidad de la relación (medida a través de cuestionarios) más tienden a mirarse entre sí los miembros que la componen.
Pero una mirada correspondida no es un simple síntoma de intimidad: también puede ser un factor que contribuya a crear ese clima de intimidad. En un experimento se colocó a una serie de 72 personas, desconocidas entre ellas, una frente a otra, y se les pidió que se mirasen a los ojos ininterrumpidamente durante dos minutos. Las parejas que siguieron estas instrucciones al pie de la letra mostraron un mayor sentimiento de afecto y amor romántico hacia la otra persona, algo que no ocurría en la misma medida si en vez de mirarse a los ojos miraban a las manos de la otra persona o se concentraban en contar los parpadeos de esta.
¿Por qué ocurre esto?
Los ojos son una de las partes de la cara en las que más centramos la mirada cuando interactuamos con alguien. Esto, que parece natural y hasta obvio, es una rareza dentro del reino animal. Sin embargo, nuestra especie ha evolucionado para tener un control extraordinario de los músculos de la cara que están alrededor de los ojos, y también somos especialmente buenos a la hora de reconocer los matices y las sutilezas que se esconden tras estos pequeños movimientos. Es por eso que, para conocer a alguien, esta es una de nuestras partes favoritas en las que centrar nuestra atención, además de la boca.
Sin embargo, cuando no solo estamos mirando los ojos de alguien sino que ese alguien nos devuelve la mirada, la interacción cambia por completo al entrar en juego la Teoría de la Mente, que puede ser definida brevemente como nuestra capacidad para pensar en lo que se le pasa por la mente a la otra persona, lo cual puede estar basado en lo que ella cree que se nos pasa por la mente a nosotros, etc.
De algún modo, cuantas menos barreras se le pone a esta transmisión de información en tiempo real en formo de mirada sostenida y correspondida por la otra persona, más íntimo se vuelve en contexto.
Entre la honestidad y la mentira
Cuando nos encontramos con una mirada que nos enfrenta, no solo vemos unos ojos, sino la posible imagen que estamos dando mezclada con la información que nos revela la otra persona. Es por esto que el contacto visual es un fenómeno en el que puede manifestarse tanto la inseguridad como la sintonía y la creación de un contexto íntimo.
En la negociación entre la información que se consigue del otro y la que se da acerca de uno mismo, mantener cómodamente el contacto visual es un síntoma de comodidad y seguridad en lo que se dice y hace, mientras que pasa lo contrario con la aversión.
De hecho, ya en grupos de niños de 6 años se ha encontrado una tendencia a asociar el contacto visual con la honestidad y la aversión de la mirada del otro con la mentira, mientras que las que desvían la mirada podrían hacerlo porque no tienen capacidad para centrar su atención en la mirada del otro y a la vez mantener una imagen falsa de sí mismo que parezca coherente.
La espontaneidad se premia
Sostenerle la mirada a alguien parece tener un coste cognitivo relativamente alto (nos desconcentra), y si además hacemos esto de manera deliberada y no subconscientemente, la dificultad de mantener un diálogo ágil y estimulante puede decaer. De este modo, las personas que expresan su afinidad con alguien a través de miradas recíprocas espontáneas y no del todo planeadas tienen una ventaja sobre las que intentan mantener el contacto visual como su fuese una imposición.
En definitiva, aquellas personas que tienen menos motivos para mentir (verbalmente o gestualmente) sobre sí mismas, son capaces de hacer que el contacto visual mutuo se prolongue más. Podemos concluir de esto que para beneficiarnos del poder de sostener la mirada no basta con intentar llevarlo a la práctica, sino que ha de ir de la mano de una autoestima bien trabajada y la creencia de que lo que le podemos ofrecer a la otra persona servirá para el mutuo beneficio.
Referencias bibliográficas:
- Einav, S. y Hood, B. M. (2008). Tell-tale eyes: children’s attribution of gaze aversion as a lying cue. Developmental Psychology, 44(6), pp. 1655 - 1667.
- Kellerman, J., Lewis, J y Laird, J. D. (1989). Looking and loving: the effects of mutual gaze on feelings of romantic love. Journal of Research on Personality, 23(2), pp. 145 - 161.
- Rubin, Z. (1970). Measurement of romantic love. Journal of Personality and Social Psychology, 16(2), pp. 265 - 273.
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