Regulación emocional: así domamos nuestro estado de ánimo

No tenemos por qué limitarnos a vivir pasivamente nuestros sentimientos y estados de ánimo.

Una de las principales características que presentan las emociones es que empezaron a existir mucho antes que la razón. Todos los animales vertebrados expresan un repertorio de acciones que pueden ser identificadas con diferentes estados de ánimo, tengan o no tengan una capacidad de raciocinio desarrollada, y lo mismo ocurre con nuestros ancestros, los primeros homínidos.

Esto es lo que hace que las grandes pasiones y emociones tengan poder sobre las racionalizaciones. Una vez que empiezan a extenderse por nuestro cuerpo, resulta imposible actuar igual que si no estuviesen allí.

Sin embargo, eso no significa que no seamos capaces de influir de ninguna manera sobre nuestros estados de ánimo. En este artículo veremos qué es la regulación emocional y de qué manera podemos beneficiarnos de ella si la desarrollamos de un modo adecuado.

¿Qué es la regulación emocional?

Una primera definición del concepto de regulación emocional puede ser la siguiente: nuestra habilidad a la hora de influir en la intensidad, tipo y temporalidad de las propias emociones. Es decir, que cuando ponemos de nuestra parte para mitigar o intensificar una emoción en cuanto a duración e intensidad, o bien hacemos que derive en otra de forma intencionada, estamos haciendo uso de la regulación emocional.

En la mayoría de los casos se entiende que la regulación emocional está enfocada hacia objetivos concretos, como por ejemplo mantener la compostura en una aparición pública o no desanimarse al experimentar dificultades en un ejercicio. Es por eso que se trata de una habilidad relacionada con la Inteligencia Emocional, una potencialidad a menudo ignorada.

La importancia de la Inteligencia Emocional

La Inteligencia Emocional es un conjunto de competencias que tienen que ver con la capacidad de adaptar nuestros pensamientos y acciones a las circunstancias que vivimos de modo que este encaje influya en nuestro estado emocional. Al fin y al cabo, si nuestras emociones tienen un efecto en los resultados que obtenemos en varias facetas de nuestras vidas, nos interesa poder regularlas según nuestros intereses.

Por otro lado, la Inteligencia Emocional es un fenómeno estudiado desde hace relativamente poco, dado que se aleja de nuestra concepción tradicional de lo que es la inteligencia. Sin embargo, se sabe que los procesos mentales relacionados con la regulación emocional son relativamente independientes de los que se encargan de realizar tareas cognitivas asociadas a la inteligencia “normal”.

Así pues, aquellas personas que no solo tratan de buscar respuestas mediante la razón sino que también aprenden a modular su estado emocional tienen un repertorio de opciones mucho más amplio, rico y eficaz para llegar a sus metas.

Algunas competencias vinculadas a la regulación emocional

Estas son habilidades que están asociadas a la regulación emocional, si bien ninguna de ellas explica este fenómeno por separado.

1. Capacidad de concentración en el aquí y ahora

Buena parte de la eficacia de la regulación emocional consiste en realizar una correcta gestión del foco atencional. A la hora de experimentar las emociones, es muy frecuente que nos dejemos llevar por los sentimientos que hacen referencia a momentos pasados, o incluso que demos por buena la perspectiva de futuro que se nos presenta en ese momento.

Por ejemplo, ante un comentario ofensivo dirigido hacia nosotros podemos pensar que nunca seremos socialmente aceptados, o que recordemos otras humillaciones pasadas.

Por eso es importante ser capaces de distanciarnos un poco de lo que ocurre y analizar el presente a partir de lo que ocurre en ese contexto.

2. Habilidad al reconocer cada emoción y sus implicaciones

Otra de las competencias vinculadas a la regulación emocional tiene que ver con la habilidad que mostramos cuando toca discriminar entre emociones. De esta manera es más fácil predecir qué efectos tienen estos estados sobre las acciones que vayamos a realizar, y qué podemos esperar de nuestro comportamiento.

3. Tolerancia ante la ambigüedad

Por mucho que seamos buenos diferenciando entre emociones, es imposible tener una comprensión total de lo que ocurre en nuestras mentes. Es por eso que la gestión de la incertidumbre es tan importante como la gestión de las emociones en las que se basa.

4. Agilidad mental

La regulación emocional no deja de ser una habilidad que se aplica siempre sobre lo que está ocurriendo. Es por eso que hay que encontrar qué aspectos del contexto pueden ser utilizados para intervenir sobre nuestras emociones.

El ejemplo más sencillo es el de la posibilidad de utilizar una bola elástica para ejercitar los músculos del brazo, o utilizar una grabación de sonidos ambientales para relajarse y evadirse por un momento. De hecho, buena parte de las estrategias más eficaces a la hora de influir en las emociones no tienen que ver con tareas basadas en la introspección, sino más bien con la interacción con el ambiente.

5. Habilidad al buscar una lectura positiva de las situaciones

Todo suceso ofrece varias interpretaciones, y muchas de ellas, además, tienen la particularidad de que son razonables, al ajustarse bien a la realidad.

Teniendo en cuenta que nunca existe una sola de estas lecturas cuya superioridad sobre las otras sea evidente, disponemos de un margen de maniobra para basar nuestras experiencias en aquellas explicaciones que se ajusten mejora a nuestras vivencias y a lo que sabemos acerca de la vida.

6. Resiliencia

La resiliencia es la capacidad de sobreponerse a la adversidad, y por eso está muy vinculada a la regulación emocional. Tener claro que detrás de la regulación emocional existe el objetivo de gozar de una mejor calidad de vida y una mayor exposición a la felicidad nos lleva a superarnos.

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Arturo Torres. (2017, septiembre 20). Regulación emocional: así domamos nuestro estado de ánimo. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/psicologia/regulacion-emocional

Psicólogo

Licenciado en Sociología por la Universitat Autónoma de Barcelona. Graduado en Psicología por la Universitat de Barcelona. Posgrado en comunicación política y Máster en Psicología social.

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