Si se nos pidiera que resumamos en un adjetivo algo que defina al ser humano y lo diferencia del resto de animales, probablemente haremos referencia a que la nuestra es una especie racional.
A diferencia de la gran mayoría de formas de vida, nosotros podemos pensar en términos abstractos relacionados con el lenguaje, y gracias a ellos somos capaces de crear planes a largo plazo, ser conscientes de realidades que nunca hemos vivido en primera persona, y especular sobre cómo funciona la naturaleza, entre otras muchas cosas.
Sin embargo, también es cierto que las emociones tienen un peso importantísimo en el modo en el que experimentamos las cosas; el estado de ánimo influye en las decisiones que tomamos, en cómo ordenamos las prioridades, e incluso en nuestra manera de recordar. ¿Cuál de estos dos ámbitos de nuestra vida mental nos define mejor?
¿Somos animales racionales o emocionales?
¿Qué es lo que diferencia la racionalidad de lo emocional? Esta pregunta tan simple puede ser un tema sobre el que se escriban libros enteros, pero algo que llama la atención rápidamente es que la racionalidad acostumbra a estar definida en términos más concretos: es racional la acción o el pensamiento que se basa en la razón, que es el ámbito en el que se examinan las compatibilidades e incompatibilidades que existen entre las ideas y los conceptos a partir de principios de la lógica.
Es decir, lo que caracteriza la racionalidad es la consistencia y la solidez de las acciones y pensamientos que emanan de ella. Por eso, la teoría dice que algo racional puede ser comprendido por muchas personas, porque la coherencia de este conjunto de ideas encajadas entre sí es una información que puede ser comunicada, al no depender de lo subjetivo.
En cambio, lo emocional es algo que no puede ser expresado en términos lógicos, y por eso queda "encerrado" en la subjetividad de cada uno. Las formas de arte pueden ser una manera de expresar públicamente la naturaleza de las emociones que se sienten, pero ni la interpretación que cada persona haga de estas obras artísticas ni las emociones que esta experiencia vaya a evocar son iguales a las experiencias subjetivas que el autor o autora ha querido plasmar.
En definitiva, el hecho en sí de que lo racional sea más fácil de definir que lo emocional nos habla sobre una de las diferencias entre estos dos reinos: el primero funciona muy bien sobre el papel y permite dar expresión a ciertos procesos mentales haciendo que otros los lleguen a comprender de un modo casi exacto, mientras que las emociones son privadas, no pueden ser reproducidas mediante la escritura.
Sin embargo, que el reino de lo racional pueda ser descrito de un modo más exacto que el de lo emocional no significa que defina mejor nuestro modo de comportarnos. De hecho, en cierto modo ocurre lo contrario.
La racionalidad limitada: Kahneman, Gigerenzer...
Como lo emocional es tan difícil de definir, muchos psicólogos prefieren hablar, en todo caso, de "racionalidad limitada". Lo que acostumbraríamos a llamar "emociones" quedaría así sepultado en un montón de tendencias y patrones de conducta que, esta vez sí, tienen unos límites relativamente fáciles de describir: son todo aquello que no es racional.
Así, investigadores como Daniel Kahneman o Gerd Gigerenzer se han hecho famosos por conducir numerosas investigaciones en las que se comprueba hasta qué punto la racionalidad es una entelequia y no representa el modo en el que solemos actuar. Kahneman, de hecho, ha escrito uno de los libros más influyentes en el tema de la racionalidad limitada: Pensar rápido, pensar despacio, en el que conceptualiza nuestro modo de pensar distinguiendo un sistema racional y lógico y otro automático, emocional y rápido.
La heurística y los sesgos cognitivos
La heurística, los sesgos cognitivos, todos los atajos mentales que tomamos para tomar decisiones en el mínimo tiempo posible y con la cantidad limitada de recursos e información que tenemos... todo eso, mezclado con las emociones, forma parte de la no-racionalidad, porque no son procedimientos que puedan ser explicados a través de la lógica.
Sin embargo, a la hora de la verdad, es la no-racionalidad la que está más presente en nuestras vidas, como individuos y como especie. Y, además, muchas de las pistas acerca de hasta qué punto esto es así son muy fáciles de ver.
Lo racional es la excepción: el caso de la publicidad
La existencia de la publicidad nos da una pista sobre eso. Spots de televisión de 30 segundos en el que las explicaciones acerca de las características técnicas de un coche son nulas y ni siquiera podemos ver bien cómo es ese vehículo pueden hacer que queramos comprarlo, invirtiendo en ello varios sueldos.
Lo mismo ocurre con toda la publicidad en general; las piezas publicitarias son maneras de hacer que algo se venda sin tener que comunicar detalladamente las características técnicas (y por lo tanto, objetivas) del producto. Las empresas se gastan en la publicidad demasiados millones anuales como para que este mecanismo de comunicación no nos diga algo acerca de cómo toman decisiones los compradores, y la economía conductual ha ido generando muchas investigaciones que muestran cómo la toma de decisiones basadas en intuiciones y estereotipos son muy frecuentes, prácticamente la estrategia de compra por defecto.
Desafiando a Jean Piaget
Otra manera de ver hasta qué punto es la racionalidad limitada es darse cuenta de que la lógica y la mayor parte de las nociones de las matemáticas deben ser aprendidas de manera deliberada, invirtiendo tiempo y esfuerzo en ello. Aunque es verdad que los recién nacidos ya son capaces de pensar en términos matemáticos básicos, una persona puede vivir perfectamente toda su vida sin saber lo que son las falacias lógicas y cayendo constantemente en ellas.
Se sabe además que en ciertas culturas los adultos se quedan en la tercera etapa del desarrollo cognitivo definida por Jean Piaget, en vez de pasar a la cuarta y definitiva etapa, caracterizada por el uso correcto de la lógica. Es decir, que el pensamiento lógico y racional, más que ser una característica esencial del ser humano, es más bien un producto histórico presente en unas culturas y no en otras.
Personalmente, creo que este último es el argumento definitivo sobre por qué esa parcela de la vida mental que podemos asociar a la racionalidad no se puede comparar a los dominios de las emociones, las corazonadas y las chapuzas cognitivas que solemos hacer diariamente para salir del paso en contextos complejos que en teoría deberían ser abordados a través de la lógica. Si tenemos que ofrecer una definición esencialista sobre lo que define la mente humana, entonces la racionalidad como forma de pensar y actuar tiene que quedar fuera, porque es el resultado de un hito cultural al que se llegó a través del desarrollo del lenguaje y de la escritura.
La emoción predomina
La trampa por la que podemos llegar a creer que somos seres racionales "por naturaleza" probablemente es que, en comparación con el resto de vida, somos bastante más lógicos y propensos al razonamiento sistemático; sin embargo, eso no significa que pensemos fundamentalmente a partir de los principios de la lógica; históricamente, los casos en los que lo hemos hecho son excepciones.
Puede que el uso de la razón tenga unos resultados muy espectaculares y que sea muy útil y recomendable servirse de ella, pero eso no significa que la propia razón no sea, en sí misma, algo a lo que aspirar, más que algo que define nuestra vida mental. Si la lógica es tan fácil de delimitar y de definir es justamente porque existe más sobre el papel que en nosotros mismos.
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