La motivación es un arma de doble filo a la hora de perseguir nuestros objetivos. Por un lado, sin motivación seríamos incapaces de emprender un nuevo proyecto o intentar alcanzar una meta específica. Cuando decidimos ponernos en marcha, es frecuente sentirnos enérgicos y entusiasmados por las expectativas que tenemos en relación al nuevo camino a recorrer. No obstante, la motivación es perecedera, es efímera. Tarde o temprano, llegará un punto en el cual la exaltación se disipe, y que el interés que teníamos por cumplir un sueño u objetivo disminuya.
Estas manifestaciones emocionales, como el cansancio o la aparente apatía, no significan estrictamente que nuestro objetivo haya dejado de importarnos. Lo más probable es que las emociones más difíciles —como el miedo a fallar, al qué dirán, o la frustración— aparezcan cuando nos enfrentemos ante los primeros desafíos que se interpongan en el camino hacia la meta. Sin embargo, no podemos depender más de la motivación para arrastrarnos hacia una vida que consideremos que merece la pena. Es aquí donde entra en juego otra facultad más confiable que la motivación en el largo plazo: la constancia.
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La constancia: un cambio de perspectiva
Ahora bien, aunque mucho nos regodeemos en cuán importante es la constancia a la hora de desarrollar nuevos hábitos en pos de lograr nuestros objetivos, la realidad es que muchas personas no saben cómo ser constantes con aquello que se proponen. Y es lógico que esto ocurra: al vivir en sociedades de consumo, nos hemos habituado a los placeres intensísimos y a las gratificaciones instantáneas, a poder obtener lo que deseamos en este preciso instante y disfrutarlo de inmediato.
Es esperable que traslademos esta estructura al plano del desarrollo personal y la persecución de nuevos objetivos, pero sabemos bien que estos ámbitos no funcionan del mismo modo.
El cumplimiento de un objetivo a largo plazo requiere que seamos capaces de asumir riesgos. Por ese motivo, la constancia no es sólo repetir una conducta de forma sostenida en el tiempo, sino aprender a aceptar de forma radical el hecho de que aparecerán trabas, tanto externas como internas, a la hora de perseguir aquello que tanto deseamos lograr. La constancia supone amigarse con la prueba y error; implica prescindir del perfeccionismo irracional; requiere aceptar que podemos avanzar hacia nuestras metas incluso sintiéndonos inseguros, incluso creyendo que no estamos suficientemente preparados para conseguirlo, algo que fácilmente podría acotar nuestra mente si tendemos a sufrir del síndrome del impostor.
En definitiva, ser constantes implica adherir a la idea de que, a pesar de tener miedo y dudar de nuestras capacidades, escogemos perseguir un objetivo porque nuestro deseo es mayor a nuestros temores.
Esta perspectiva acerca de la constancia difiere levemente de la visión de lo que suponía “ser constante” décadas atrás. No hablamos de machacarnos a trabajar en nuestro objetivo sea como sea y a cualquier costo, sino que nos referimos a una constancia flexible, siendo capaces de revisar las metas que nos planteamos y de modificarlas en caso de ser necesario. La constancia propuesta requiere esfuerzo, pero además contempla la posibilidad de que frente a las adversidades de la vida tengamos que ajustar el plan. Sin lugar a dudas, suena como una facultad digna de cultivar, pero también es cierto que muchas personas desconocen cómo ser más constantes con sus objetivos en el largo plazo y no abandonarlos. Para facilitar este proceso, a continuación señalamos algunos trucos para mantener la constancia a la hora de cumplir objetivos.
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1. Planificar de antemano
Mucho se habla sobre la importancia de planificar para alcanzar una meta. Sin embargo, a veces tiende a obviarse el hecho de que, en el momento de una planificación, es crucial fijar metas asequibles y describir de forma concreta cómo accionaremos para alcanzarlas. Por ejemplo, si tenemos la intención de escribir un ensayo, es buena idea separar esa tarea en otras más pequeñas, supongamos, escribir dos páginas en un lapso de cierta cantidad de horas.
Sin embargo, podríamos formular de manera más efectiva esa misma meta si nos atrevemos a mirarla más en detalle. Cuando planificamos, debemos describir las metas a corto plazo con la mayor exactitud posible, no con el fin de apuntar a la minuciosidad porque sí, sino el de aumentar las posibilidades de que nos pongamos en marcha. Siguiendo con este ejemplo, podríamos planificar la escritura de las primeras dos páginas del ensayo el día miércoles, justo después de almorzar, en la cafetería; esto es, determinar un lugar, un momento del día y un evento predecesor. La especificidad ayuda a que elaboremos una representación de la acción que llevaremos a cabo, lo que aumenta las posibilidades de que la ejecutemos. Utilizar una planificación concreta, simple e inteligente nos ayudará a aumentar nuestra constancia.
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2. Eliminar distracciones
Demasiadas distracciones pueden sabotear el seguimiento de nuestro plan. Por esa razón, debemos facilitarnos la tarea lo más que podamos y eliminar la mayor cantidad de distracciones posibles, ya que, si notamos que estamos progresando y cumpliendo nuestras metas a corto plazo, reforzaremos la repetición de los comportamientos que hacen que sigamos avanzando. Las distracciones se inmiscuyen en nuestras metas y atentan contra la adherencia al plan.
Si quisiéramos acabar nuestras dos páginas del ensayo en el tiempo y momento del día que nos propusimos, podríamos dejar nuestro teléfono en otra habitación o en un sitio donde no podamos verlo, dentro de un cajón o encima de un mueble. También, en caso de no necesitar acceso a Internet, podríamos desconectar el WiFi de nuestra computadora y activar el “modo concentración” en el procesador de texto. Es fundamental detectar cuales son las distracciones en las que caemos con mayor frecuencia e idear estrategias —muchas veces, creativas— para reducir su incidencia en nuestro plan.
3. Contárselo a alguien
El compromiso social es uno de los factores que nos vuelven más constantes con nuestros objetivos. Contarle a un amigo o familiar que estamos decididos en perseguir una meta, aunque esa persona no esté estrictamente relacionada a lo que queremos conseguir, generará que nos comprometamos con el objetivo.
4. Recompensarse por los pequeños logros
Sin lugar a dudas, las personas subestimamos cuán importantes son las recompensas para mantener la constancia. Así como fijamos metas a corto plazo, también debemos determinar cómo nos recompensaremos a medida que vamos dando esos pequeños pasos al acercarnos hacia el objetivo. Esto hace, además, que seamos más conscientes de nuestro progreso; que disfrutemos el proceso y no únicamente el resultado final.
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5. Mantener una actitud autocompasiva
La autocompasión es la adopción de una actitud gentil hacia uno mismo a medida que avanza en un proyecto que, como mencionamos con anterioridad, puede traer consigo una avalancha de emociones y pensamientos difíciles de sortear. A veces, el desafío más grande a la hora de ser constantes con nuestros objetivos no proviene del mundo externo sino de nosotros mismos. La autocompasión supone una habilidad crucial para recordarnos que somos humanos, que estamos haciendo lo mejor que podemos, y que incluso siguiendo todos estos consejos podemos equivocarnos. Aceptar los tropiezos y el malestar que acompañan la persecución de un objetivo, pero todavía así decidir dar pequeños pasos para acercarse a él, es un pilar fundamental para el cultivo de la constancia.