Vivimos en la era de la abundancia externa: nunca antes hubo tanto acceso a información, viajes, placeres, elecciones diversas que prometen felicidad inmediata... Y, sin embargo, el vacío persiste. No es nuevo —ha acompañado silenciosamente a cada época de la humanidad—, pero hoy resulta más desconcertante porque creemos que esa angustia por llenarse de algo (felicidad? tranquilidad?) debería haberse disipado entre tanto estímulo.
La realidad que crean nuestros pensamientos
En este contexto de saturación sensorial, resurge con fuerza una corriente filosófica antigua pero sorprendentemente vigente: el estoicismo. Sus ideas, al igual que algunas propuestas de la filosofía existencial, nos invitan a mirar hacia dentro y a examinar el núcleo de nuestro malestar: el pensamiento.
En palabras de Marco Aurelio: “La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”. Y es que, como bien nos hace reflexionar esta figura clave del estoicismo en cada frase de sus “Meditaciones”, el sentido se suele confundir a menudo con el placer, con el sueño de las apetencias resueltas.
Ante esta quimera mental la realidad se nos impone como un jarro de agua fría: tanto momentos placenteros, como relaciones positivas, logros, eventos extraordinarios, estados de flow…. contribuyen al bienestar y a sentirnos completos, es cierto. Pero hay una tarea interior, un trabajo silencioso y profundo que nace de pararnos a reflexionar sobre lo que significa dejar de buscar fuera lo que solo puede construirse dentro.
Y es, precisamente, en ese recogimiento interior donde emerge la clave: nuestros pensamientos no solo interpretan la realidad, la crean. Como semillas invisibles, germinan en forma de emociones, decisiones y acciones. Si cultivamos pensamientos lúcidos, amables y alineados con nuestros valores, abrimos la puerta a una vida más plena y significativa. Porque no es lo que nos sucede, sino lo que pensamos sobre lo que nos sucede, lo que define la calidad de nuestra existencia.
La raíz del sufrimiento: lo que pensamos, no lo que sucede
Desde hace siglos, los estoicos advirtieron que el sufrimiento humano, como he comentado, no reside en los hechos, sino en la interpretación que hacemos de ellos, (sin tratar de negar lo inevitable del dolor, el duelo y la pena de muchas circunstancias de la vida). Si el pensamiento está distorsionado, desordenado o contaminado por el miedo, la anticipación catastrófica o el autoengaño, genera emociones desbordadas que, a su vez, condicionan nuestra forma de actuar.
“Los hombres se ven perturbados no por los hechos, sino por lo que piensan sobre los hechos” - Epicteto. En esta frase se condensa toda una teoría de la mente: el pensamiento no es neutro ni pasivo; es un agente activo que genera realidad psíquica. Por eso, aprender a revisar, ordenar e “higienizar” el pensamiento no es un lujo intelectual, sino una herramienta básica de salud mental.
El caos mental y la necesidad de orden
Suelo explicar en mis sesiones que el mundo, en su dimensión física y social, tiende a la entropía: al desorden progresivo. Esta ley universal afecta también al plano psíquico. Sin atención, sin reflexión, sin conciencia, la mente se desorganiza. Surgen, entonces, pensamientos circulares, bucles de miedo, interpretaciones desproporcionadas, suposiciones tóxicas y variaciones diversas de creencias heredadas o nunca cuestionadas. Este desorden mental se convierte en una trampa emocional: ansiedad, bloqueo, agresividad, retraimiento, angustia existencial.
Conectar con esta parte intangible de nosotros, desde la consciencia, es muy importante para poner en entredicho o analizar a conciencia lo que nos dice esta otra voz interior y sin sonido que nos habla desde la autoridad y la cercanía. Es cuestión de encontrar el momento para atender esta necesidad humana tan vital para encontrar claridad y sosiego.
“No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho”. Séneca. Y una de las formas más frecuentes de perder el tiempo es abandonar el pensamiento al piloto automático. Como apuntan los filósofos existenciales, influidos muchos de ellos por los estoicos, la inercia sin reflexión conduce al autoabandono.
En esta frase, “El mayor peligro, el que más nos seduce y paraliza, es la desesperación que nace de la imaginación”, el danés Kierkegaard, señala cómo la mente construye escenarios ficticios que nos abruman y nos acerca al pensamiento de que la angustia no proviene tanto de la realidad, sino de lo que imaginamos de ella.
No revisar lo que pensamos es dejar que el pensamiento nos piense a nosotros
En este contexto se pueden destapar todo tipo de miedos archivados en nuestra mente, venidos de experiencias, imágenes, aprendizajes…. Pero hay una raíz más profunda y generalizada del miedo: la conciencia de la propia finitud. El ser humano es el único ser vivo que sabe que va a morir, que experimenta pérdidas, que anticipa su desaparición. Como nos enseñan los estoicos, sufrir por lo inevitable es añadir una segunda herida a la primera. La libertad comienza cuando dejamos de resistirnos ante lo que no podemos cambiar y empezamos a enfocar nuestra energía en lo que sí depende de nosotros: cómo vivir, cómo amar, cómo pensar.
“El miedo no es más que la anticipación del dolor” - Marco Aurelio. Ante esa angustia radical —la del tiempo que se acaba, de lo que no controlamos, de lo que perdemos—, el pensamiento puede volverse evasivo, ilógico o destructivo si no está dirigido. Se llena de fantasmas. Se aboca al desorden. Y el sujeto se pierde en sus propios laberintos mentales.
La filosofía estoica no nace para reprimir las emociones, sino para situarlas bajo el dominio de la razón y el sentido. En una sociedad que promueve el descontrol, la gratificación inmediata y el pensamiento compulsivo, los estoicos ofrecen un marco para recuperar el orden interior: distinguir lo que depende de mí de lo que no; aceptar la pérdida y la finitud como parte de la vida; actuar con templanza, sin entregarse a los vaivenes emocionales; vivir conforme a principios y no a impulsos; y revisar diariamente el pensamiento como forma de higiene interna.
Pautas para redirigir los pensamientos en momentos de ansiedad y desesperación
El malestar psicológico no siempre se debe a traumas externos o a factores bioquímicos. Muchas veces nace de una acumulación de pensamientos no depurados, heredados, distorsionados o simplemente nunca revisados. Pensamientos que no han pasado por el tamiz de la conciencia crítica ni del sentido existencial.
La filosofía y la psicología se encuentran hoy en una intersección crucial: la necesidad de ordenar el pensamiento para poder vivir con coherencia y con cierta paz interior. En un mundo que tiende al caos, el acto de pensar con claridad es un nuevo paradigma de calidad de vida y bienestar psicológico.
Imagina que dentro de ti conviven dos voces: tú, y esa otra cabeza más antigua y previsible, que representa el piloto automático del cerebro. Esta segunda voz no es malvada; simplemente quiere ahorrar energía, evitar el cambio y mantenerte en lo conocido. La neurociencia nos recuerda que el cerebro tiende a repetir patrones porque aprender cuesta. Por eso es fácil caer en pensamientos trágicos o catastrofistas: no son verdades, son rutas neuronales viejas. Tomar conciencia es el primer paso para elegir otra dirección y recuperar el mando. Algunas pautas para aprender a “domar” los pensamientos automáticos:
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Escucha tu voz: ¿Qué estoy pensando? ¿Qué estoy sintiendo?: Cuando el pensamiento se vuelve oscuro, ponerle nombre lo desactiva un poco. Di en voz alta o escribe: “Estoy pensando que no valgo”, “Estoy sintiendo miedo”. Observar no es lo mismo que identificarse. Eso te da un espacio.
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Respira y corta el bucle 4 segundos inhala – 4 retén – 4 exhala – 4 pausa: Respirar conscientemente durante 2 minutos ayuda a sacar el foco del torbellino mental y devolverlo al presente. El cuerpo le dice al cerebro: "No hay peligro ahora".
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Reescribe la historia: Piensa: ¿Qué otra interpretación más útil puedo darle a esto? Ejemplo: “No voy a poder con esto” cámbialo por “Estoy teniendo un día difícil, pero ya he superado cosas antes”. Esto no es autoengaño, es buscar un punto de vista más justo y realista.
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Mini mantra de poder (estoico): Repite en silencio:“Esto también pasará”. O bien: “Solo me ocupo de lo que depende de mí”.Te conecta con la sabiduría del presente y te aleja del control de lo incontrolable.
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Diario de 3 cosas buenas: Cada noche, escribe 3 cosas que han bien ese día o te han hecho sonreír, por pequeñas que sean, así entrenas tu cerebro para buscar lo que sí funciona.
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Visualización del observador: Imagina que tus pensamientos son nubes pasando por el cielo. No eres las nubes. Eres el cielo. Deja que pasen sin luchar. Tú eres más grande que ese pensamiento.
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Conecta con tus valores: En lugar de preguntarte “¿Cómo me siento?”, prueba: “¿Qué valor quiero activar ahora?” Ejemplo: serenidad, valentía, determinación, compasión. El foco, entonces, pasa de emociones desbordantes a una intención clara.


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