¿Cómo influyen en nosotros las palabras que los demás nos dedican?

Los adjetivos y las etiquetas que los demás dirigen hacia nosotros nos pueden llegar a limitar.

Cómo influyen en nosotros las palabras que los demás nos dedican

Desde que el ser humano nace, se va construyendo en sujeto del lenguaje, gracias a las palabras de las que lo dotan sus padres y la familia. Aprende a nombrar a las cosas y a las personas. También, poco a poco, a sí mismo.

Incorpora frases que formarán el mundo que lo rodea, las que le enseñan cómo reaccionar, cómo gestionar las emociones, cómo conseguir aquello que quiere, cómo describir y describirse; en definitiva, le dan herramientas para posicionarse. La influencia de los primeros cinco años es decisiva.

Esas palabras-repertorio serán con las que salga al mundo. Dejarán una huella. Además, las incorpora, las repite e incluso en ocasiones, saca pecho de ellas.

Las etiquetas se hacen carne, se vuelven creencias potenciadoras, pero muchas veces, también, que coartan. Un ejercicio que se puede hacer fácilmente es prestar atención a las muletillas que se utilizan en la vida cotidiana y reflexionar a partir de ello. Incluso las que no decimos en público, a todo el mundo; las que decimos frente al espejo. Se cree que son sólo eso: “frases hechas” pero de tanto repetirlas, van fijando el hacer.

El lenguaje y su participación en cómo nos vemos

Se suele oír: “Carlos es muy simpático”, “María es muy dócil”, “Alberto es igualito a su padre”, “Ana es muy terca”. Algunas de estas frases pueden resultar a veces aduladoras y casi un halago, y otras lo contrario. Lo que sí hacen todas es establecer un estereotipo, marcar un carácter, un rol; están fijando un ámbito de movimiento, unos bordes.

Las palabras tienen un poderío descomunal y, sin embargo, el sujeto no es plenamente consciente de eso. Impactan en él y harán que construya, a partir de ellas (de la subjetividad de la que las dota) su realidad. Porque las palabras están cargadas de un peculiar significado: la que cada ser humano les atribuye. Cada palabra tiene un peso, un olor, un color, una temperatura, una calidad, una emoción. Por eso no es lo mismo “estar feliz” para unos que para otros.

Lo bueno es que esto puede modificarse, puede trabajarse en ampliar esa connotación de las palabras o dotarlas de múltiples sentidos, según el momento, el lugar, la conversación.

Mariana García Guschmer

Mariana García Guschmer

Psicoanalista

Profesional verificado
Boadilla del Monte
Terapia online

Yendo más allá de las etiquetas

La asunción de roles (el simpático, la dócil, la cabezota, el igualito al padre), puede prolongarse en la vida adulta e impedir el desarrollo satisfactorio en algunos ámbitos y relaciones.

Seguir tan al pie de la letra aquello dicho es una manera de anclarse en un pasado que probablemente ya no funcione (por desfasado). En muchos casos, la permanencia en esos roles obedece a una lealtad mal comprendida, una lealtad a quien dijo esa frase. A ser lo que se esperaba de ese sujeto.

Hay una tendencia (inconsciente) a permanecer fiel a aquello que fue, esperando un reconocimiento de alguien. La pregunta que deberá hacerse el paciente es si eso le es necesario, si le resulta útil en su vida actual. Se trata de pensar para quién se está actuando y qué se está buscando con ese hacer.

Los contenidos infantiles se conocerán en el análisis. Será en ese espacio donde se indague el vestigio inconsciente de esas frases hechas, de qué manera están trabajando, cómo posicionan al sujeto, etc. Porque el tiempo del inconsciente es diferente al tiempo cronológico puede haber situaciones en las que revivamos psíquicamente nuestra infancia, y una de aquellas frases nos condicione el presente. Hay que trabajar para transformar eso, para construir frases nuevas que habiten el presente y desactiven, trasmuten aquellas.
A partir de aquellas construcciones infantiles pueden acontecer impedimentos psíquicos, formas (que no prosperan) de resolver algunos problemas, escenas que se repiten sin que (aparentemente) se encuentre explicación, limitaciones, miedos, contradicciones... todo eso nos está dando pistas. Cuando no se les haya podido poner palabras, cuando no se haya conseguido transformar esos deseos, se transformarán en obsesiones, en patología.

En todo hay un goce, incluso en el síntoma. El síntoma viene a mostrar eso que no se ha conseguido desplegar de otra manera más saludable, que no se ha logrado poner en palabras. Es un modo de contar la historia del paciente sin que éste se de cuenta, porque el inconsciente sólo necesita/desea manifestarse, quiere concretar aquello reprimido, y cuando no consigue hacerlo por la vía lineal (porque sería sumamente displacentero para la consciencia), lo hace disfrazado, revuelto, distorsionado.

El psicoanálisis un instrumento muy útil que pone su escucha para detectar cuáles son esas frases y creencias limitantes, que se es permeable a escuchar aquello que se repite en el sujeto indicándole lo que incluso este no percibe desde la conciencia.

A través de la interpretación se irán construyendo nuevas cadenas de significantes que desactivarán antiguas/actuales creencias dotándolas de otras perspectivas, entendiéndolas de un modo más rico y amplio, apreciando cómo puede pensarse ese fenómeno, aprendiendo a tolerar que eso forma parte del pasado y que lo importante es lo por venir.

En el proceso analítico el paciente será quien haga el trabajo de construcción de las nuevas palabras. Estás se transforman, se cambian permitiendo a la vez que sean otras -más propias, más acordes al sujeto y a su tiempo- las que re construyan al sujeto.

Mariana García Guschmer es psicoanalista por la Escuela de Psicoanálisis y Poesía de Grupo Cero de Madrid y Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires.

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