El cansancio es una experiencia universal que afecta tanto a hombres como a mujeres, pero, ¿es percibido de la misma manera en ambos? Un reciente estudio revela un sesgo de género sorprendente: las mujeres reportan mayores niveles de fatiga que los hombres, pero los observadores subestiman sistemáticamente su cansancio. Por el contrario, el cansancio de los hombres suele ser sobreestimado.
Este hallazgo pone de manifiesto cómo los estereotipos y normas sociales moldean nuestra percepción del bienestar ajeno, con importantes implicaciones en la salud, el ámbito laboral y la sociedad en general. Veamos los detalles de este estudio, sus implicaciones y cómo podemos trabajar hacia una percepción más equitativa y justa del cansancio, comprendiendo todas sus variables relativas al género.
El impacto del cansancio en la vida diaria
El cansancio, tanto físico como mental, es una experiencia universal que afecta la calidad de vida y el desempeño en todos los ámbitos: laboral, social y personal. Sin embargo, su impacto tiende a subestimarse, especialmente cuando se trata de las mujeres. Aunque la fatiga puede ser el síntoma de condiciones de salud graves, como enfermedades cardiovasculares o trastornos del sueño, a menudo se normaliza, relegándose a un segundo plano bajo la idea de que “es parte de la vida”.
En el caso de las mujeres, el cansancio suele estar influido por roles de género y expectativas culturales. Tradicionalmente, las mujeres han sido vistas como cuidadoras naturales, responsables no solo de sus trabajos, sino también de las tareas domésticas y el bienestar emocional de sus familias. Este doble o triple rol puede generar altos niveles de agotamiento físico y emocional, pero al mismo tiempo perpetúa la percepción de que ellas deben “soportar” el cansancio sin quejarse.
Diferentes estudios han demostrado que las mujeres son más propensas a experimentar fatiga crónica, pero menos propensas a que sus quejas sean tomadas en serio en contextos médicos. Esto puede llevar a diagnósticos tardíos o erróneos, lo que perpetúa un círculo vicioso de cansancio no tratado. Además, en el ámbito laboral, las mujeres fatigadas suelen ser percibidas como menos comprometidas o menos competentes, mientras que los hombres agotados son vistos como trabajadores dedicados, reforzando un sesgo de género que impacta negativamente en su bienestar.
El estudio: las mujeres se cansan más, pero su cansancio es pasado por alto
Un reciente estudio publicado en Sex Roles reveló un sesgo significativo en la percepción del cansancio en hombres y mujeres, con implicaciones relevantes tanto para la salud como para la equidad de género. Liderado por Morgan D. Stosic y su equipo, este trabajo consistió en dos experimentos que exploraron cómo se evalúa la fatiga basándose únicamente en comportamientos no verbales.
En el primer experimento, los investigadores grabaron interacciones sociales entre hombres y mujeres en formato de videollamada. Posteriormente, los participantes evaluaron su propio nivel de fatiga utilizando medidas validadas. A partir de estas grabaciones, se extrajeron fragmentos de 10 segundos que se mostraron a un grupo de observadores independientes. Estos observadores calificaron el cansancio percibido en los sujetos sin conocer los niveles de fatiga que los mismos habían reportado.
Los resultados mostraron que, aunque las mujeres reportaron mayores niveles de fatiga, los observadores tendían a subestimarla sistemáticamente. Por el contrario, sobreestiman el cansancio de los hombres, incluso cuando estos indican sentirse menos fatigados.
Los investigadores atribuyen esta discrepancia a factores culturales y conductuales. Por ejemplo, las mujeres solían mostrarse más expresivas y atentas durante las interacciones, lo que influía en que se percibieran como menos agotadas. Este comportamiento, influido por normas sociales que fomentan la expresión positiva en las mujeres, no reflejaba realmente sus niveles de cansancio.
En un segundo experimento, el equipo intentó medir con mayor precisión esta percepción. En esta ocasión, tanto los participantes como los observadores utilizaron la misma escala para evaluar el cansancio, lo que permitió una comparación directa. Los hallazgos confirmaron el sesgo: el cansancio femenino continuó siendo infravalorado y el masculino sobreestimado.
Estos resultados arrojaron luz sobre un problema más amplio: los estereotipos de género no solo afectan la forma en que se perciben las emociones o el trabajo, sino también la manera en que se evalúan necesidades fisiológicas críticas como el descanso. El sesgo identificado en este estudio tiene repercusiones reales. Por ejemplo, podría llevar a que las mujeres reciban menos apoyo o intervenciones en contextos laborales o médicos para manejar su cansancio, mientras que los hombres podrían ser objeto de tratamientos innecesarios debido a una percepción exagerada de su fatiga.
El estudio subraya la importancia de mejorar la percepción del cansancio para garantizar que ambos géneros reciban una atención adecuada y justa, especialmente en un mundo que valora cada vez más el bienestar físico y mental.
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Implicaciones sociales y de salud del sesgo en la percepción del cansancio
El descubrimiento de un sesgo en la percepción del cansancio entre hombres y mujeres no solo tiene implicaciones académicas, sino también consecuencias tangibles en la vida cotidiana, en el ámbito laboral y en el sistema de salud. La subestimación del cansancio en mujeres y la sobreestimación en hombres revelan cómo los estereotipos de género afectan la comprensión de necesidades fisiológicas básicas, perpetuando desigualdades que pueden ser perjudiciales para ambos géneros.
En el caso de las mujeres, este sesgo puede contribuir a una menor atención a sus necesidades de descanso y recuperación. Por ejemplo, en el ámbito laboral, las mujeres suelen desempeñar roles que exigen un alto nivel de compromiso emocional, como la enseñanza, el cuidado y el trabajo administrativo, donde se espera que mantengan una actitud positiva y atenta.
Si los signos de fatiga en ellas son sistemáticamente subestimados, esto podría llevar a que sus solicitudes de apoyo, como ajustes en horarios o descansos, sean menos escuchadas. Además, en el ámbito médico, esta percepción sesgada puede derivar en diagnóstico erróneos o en la desestimación de síntomas relacionados con condiciones crónicas, como la fatiga persistente o el síndrome de fatiga crónica, afectando negativamente su calidad de vida.
Por otro lado, la sobreestimación del cansancio en hombres también conlleva problemas. Este fenómeno puede conducir a una atención médica innecesaria, con pruebas diagnósticas o tratamientos que no son necesarios. Además, refuerza la idea de que los hombres, al mostrar señales de cansancio, están enfrentando niveles de agotamiento extraordinarios, lo cual podría desincentivar a otros hombres a expresar su fatiga por miedo a parecer débiles. Esta dinámica perpetúa una cultura en la que la vulnerabilidad masculina no es aceptada, lo que a su vez puede agravar problemas como el estrés crónico y el agotamiento mental no tratado.
El sesgo en la percepción del cansancio también tiene un impacto en la esfera social. En interacciones cotidianas, una mujer que se siente agotada pero muestra expresividad puede ser percibida como plenamente funcional, lo que podría generar expectativas poco realistas sobre su capacidad de rendimiento. Esto refuerza la carga emocional y mental que ya soportan muchas mujeres, perpetuando un ciclo de sobrecarga invisible.
Superar este sesgo requiere un cambio en cómo se interpreta el cansancio despojándolo de prejuicios basados en género. La sensibilización sobre estas percepciones sesgadas puede ser un primer paso para garantizar que tanto hombres como mujeres reciban la atención y comprensión necesarias para mantener su bienestar físico y mental.
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Propuestas para abordar el sesgo en la percepción del cansancio
Abordar el sesgo en la percepción del cansancio entre hombres y mujeres requiere tomar acciones concretas en un nivel tanto individual como institucional y cultural. Vamos a enumerar algunas propuestas que pueden ser útiles para abordar este sesgo de género y construir una sociedad más justa y equitativa.
En primer lugar, es esencial educar a la sociedad sobre estos estereotipos de género que afectan la interpretación de señales no verbales, como la expresividad y la atención. Campañas de concienciación pueden ayudar a visibilizar cómo estas creencias en el trato hacia mujeres y hombres, fomentando una mayor empatía y comprensión.
En el ámbito laboral, los líderes y responsables de recursos humanos deben implementar políticas inclusivas que reconozcan el cansancio como un aspecto crítico del bienestar de todos los empleados, independientemente de su género. Esto incluye crear entornos que permitan expresar fatiga sin miedo a ser juzgados, así como fomentar pausas adecuadas y horarios flexibles que atiendan las necesidades individuales.
En el sector sanitario, los profesionales deben ser capacitados para identificar y atender de forma equitativa los síntomas de fatiga en hombres y mujeres. Protocolos estandarizados que incluyan herramientas objetivos para medir el cansancio pueden reducir la influencia de sesgos inconscientes.
Finalmente, resulta crucial promover investigaciones adicionales que exploren las implicaciones de estos sesgos en diferentes contextos. Solo con datos robustos se podrán diseñar intervenciones efectivas para garantizar que el cansancio sea reconocido y tratado de manera justa, sin importar el género.
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