'Los hombres no lloran'

El hecho de no permitirse llorar por prejuicios asociados al género resulta muy dañino.

'Los hombres no lloran'

¿Cómo se siente una persona que necesita llorar y a la que se le cuestiona su virilidad, su hombría, por el simple hecho de mostrar sus lágrimas en público?

¿Alguna vez, siendo un niño muy joven, cuando empezabas a darte cuenta de las cosas, seguramente te dijeron esta frase después de que te hicieras daño: ¡los niños no lloran, quienes lloran son las niñas!? Más adelante, cuando eras preadolescente y en la adolescencia, ¿te lo volvieron a decir cuando sufrías algún dolor ya fuera físico o emocional, pero cambiando la palabra “niño” por la de “hombre”?

Lo cierto es que durante mucho tiempo y, aun hoy en día, en diversos contextos y en muchas sociedades, parece una frase de lo más normalizada y de lo más inocente.

Son ideas utilizadas con el objetivo de formar varones fuertes e irrompibles, capaces de controlar el dolor, que encaran el destino de frente, sin temor a nada y, por otro lado, distinguirlos de las mujeres, consideradas erróneamente el “sexo débil”. Pero dando un paso más allá, ¿qué hay realmente detrás de esa frase que, como decía, incluso hoy día suena de lo más normal en el mundo masculino? ¿Qué es lo que se esconde realmente detrás de esas cuatro palabras?

¿Qué puede haber realmente?

A simple vista, y sin profundizar demasiado, se pueden distinguir dos puntos relacionados con la idea de que los hombres no lloran:

Inseguridad

La inseguridad de no cumplir realmente con el rol prototípico masculino, inseguridad por dejarse ganar terreno por el rol femenino, pues si, de como una balanza se tratara, lo que gana uno el otro lo pierde, y viceversa.

¿Cuántas veces las personas a las que nos han dicho esto (entre las que me incluyo) realmente nos hemos llegado a preguntar si realmente somos menos masculinos, por lo tanto, más femeninos por llorar?

Temor

El temor sería ir un paso más adelante del punto anterior, lo que viene después de la inseguridad. Es un temor a no ser aceptados en el grupo de iguales, por ser considerados como el “blando” o el “suave” de la clase dentro un contexto escolar, a ser considerados como personas pertenecientes al sexo contrario por el simple hecho de mostrar el llanto; temor a que duden tanto los demás como uno mismo, de la propia sexualidad. Este rechazo entre los iguales puede tener como resultado el acoso.

¿Cómo puede afectar esto?

Estos dos puntos representan el daño que se ocasiona a la persona receptora de esta frase que aprende, desde la infancia, a reprimir la manifestación de sentimientos relacionados con la tristeza y el dolor a través del llanto. Este aprendizaje se va “tumorizando” en su interior, afectando su forma de ser y de relacionarse, a su autoestima, al dialogo interno, al autoconcepto y la forma de afrontar los conflictos.

Igualmente, la represión del llanto afecta también al sistema biológico. Por ejemplo, con una bajada en el sistema inmune, lo que podría conllevar diferentes desórdenes psicosomáticos o incluso a nivel fatal, cánceres, como lo demuestran diversos estudios de personas con alexitimia.

Una vivencia personal

Sirva de ejemplo una vivencia personal, algo muy reciente que me sucedió hace tan solo unas semanas. La noche de un sábado, yo perdí a mi padre, tras una larga enfermedad y no menos larga agonía.

Esa misma noche me fui a mi casa con mi mujer y mi hija, mi cuerpo me pedía llorar, pues en el momento de la partida de mi padre no lo pude hacer por no haberlo terminado de asimilar, lo que se conoce como estado de shock. Así que decidí visualizar el video de mi comunión y la de mi hermano. Desde el inicio del primer video comencé a llorar y llorar, sorprendiéndome la intensidad del llanto, me calmaba y volvía a llorar, reiteradamente, al ver a mi padre más joven y con fuerza, al oír su habla vigorosa y no lábil y agónica.

Así estuve hasta que eran las cinco, casi seis de la madrugada.

Al día siguiente, el día del entierro, me desperté a las once de la mañana, y aunque aún estaba muy dolido, veía y notaba que el nivel de mi dolor no era tan extremo, aunque seguía alto. Justo minutos después, me llamó un familiar y le conté lo que había hecho, y lo primero que me dijo fue: ¿y para qué haces eso? ¿Tú no sabes que hay que estar y parecer fuerte este día?

Fue en ese momento cuando recordé la frase de cuatro palabras: “los niños no lloran”. Realmente me di cuenta de cuánto daño hacen algunas creencias, algunos ritos y todo lo relacionado con lo mismo: la no expresión de sentimientos, la represión emocional, el aparentar ser fuerte en momentos adversos, el no admitir que uno necesita y quiere llorar sin temor a catalogarse o lo cataloguen de “blando”.

Llorar es una necesidad del cuerpo

Llorar es un desahogo del cuerpo, una necesidad biológica, e incluso un derecho que tiene uno mismo como ser humano. Permitirte sentir el dolor en el momento en que lo necesitas o lo sientes (diferente de recrearse en el dolor), permitirte llorar, es darte la oportunidad de mimarte, de cuidar tu salud biológica y psicológica, es amarte a ti mismo.

Me voy a permitir poner de ejemplo, aunque pueda parecer un poco bizarro en un principio, el sexo o la masturbación masculina. Si esto se produce, por ejemplo, una vez cada cuatro o cinco días, no tiene que suceder nada, pero si pasan los días y no se tiene la oportunidad de eyacular, sucede lo que se conoce como “polución nocturna”, es decir, eyacular mientras se duerme, normalmente acompañado de un sueño erótico.

Si este ejemplo lo extrapolamos, salvando las distancias, al tema del llorar, si reprimimos continuamente esa necesidad biológica, llegará un momento en el que eso saldrá por algún lado, bien en forma de tsunami emocional ante el mínimo revés que se nos presente o bien en forma de trastorno psicológico y/o biológico.

Signos, síntomas y recomendaciones

Existen diversas señales en forma de signos (parte objetiva y visible de una dolencia como puede ser la manifestación del llanto o de alguna otra emoción como la ira, por ejemplo,) y síntomas (parte subjetiva y, por lo tanto, no visible por lo demás, ya que es una vivencia personal de cada uno, como por ejemplo el nivel de dolor o de tristeza), que pueden indicar que esta represión de las emociones relacionadas con la tristeza y el dolor puede ser un problema.

Aunque cada uno lo puede vivenciar la tristeza de un modo muy idiosincrático, la gran mayoría suele presentar timidez, (la timidez puede ser en muchas ocasiones la causa de no mostrar los sentimientos en público por temor a las críticas, lo cual no tiene mayor inconveniente si nos damos la oportunidad de afrontar ese dolor y no lo evitemos cuando nos sintamos más cómodos para llorar y sentir) a la hora de relacionarse con las personas, una actitud a la defensiva, problemas de comunicación (con los amigos, familiares...), embotamiento emocional, labilidad emocional, incontinencia emocional, aplanamiento afectivo, dificultades para tragar ante malas noticias (globo histérico), sentimiento de que el mundo se te viene encima, falta de energía, cansancio constante sin haber hecho un desgaste importante de energía, y un largo etc.

Ante esto recomiendo la búsqueda de ayuda profesional si sientes que no puede manejar solo este tipo de sensaciones y vivencias, o bien si comienza a afectar de forma significativa algún área de tu vida.

Conclusión

A modo de conclusión de este artículo, me gustaría animar a hacerse el amor a uno mismo en forma de permitirse llorar y darse la oportunidad de sentir ese sufrimiento que se evita, bien por miedo, bien por inseguridad, bien incluso por pereza.

Parafraseando un poco al psiquiatra y logoterapeuta Viktor E. Frankl: "El dolor nos da la oportunidad de conocernos más a nosotros mismos y es uno de los medios para poder descubrirle un sentido a nuestra vida".

Por esto mismo, te animo a que cuando oigas la frase de cuatro palabras "los hombres no lloran”, pienses que realmente los hombres sí lloran.

Solo las personas que se dejan llevar por la inseguridad y el temor tratan de ocultar dichos sentimientos, pues pasan por alto tanto los beneficios que eso puede traerles a corto plazo, como el efecto profiláctico a largo plazo que les puede aportar. Centrarse sólo en el "qué dirán", "qué me dirán", "qué pensarán de mí", "si lloro soy como una mujer..." es contraproducente; no son otra cosa que críticas hacia nosotros, que vienen de la ignorancia, la inseguridad y el temor de los demás o de uno mismo.

José Antonio Rodríguez es Licenciado en Psicología por la Universidad de Almería, donde cursó el Máster en Intervención Psicológica en Ámbitos Clínicos y Sociales y el Máster de Psicología General Sanitaria. Casado desde hace 10 años con una psicóloga, con quien tiene una hija de 3 años. Es aficionado a los videojuegos, apasionado de la Terapia de Aceptación y Compromiso, y seguidor de la Logoterapia de Viktor Frankl. Realiza terapia psicológica presencial en la Clínica VitalSalud de Psicología y Nutrición en Almería, atendiendo adolescentes, jóvenes, adultos y mayores.

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