Parece ser que, mucho antes de que Salvador Dalí (1904-1989) dijera su frase tan conocida de “El surrealismo soy yo”, André Breton (1896-1966) ya la había dicho. ¿Quién de los dos tenía razón? Porque, si bien es cierto que Dalí fue el gran genio surrealista, no debemos olvidar que fue Breton quien sentó las bases del movimiento y lanzó, en 1924, el primer manifiesto de esta vanguardia.
Hoy hablaremos del “padre” del surrealismo, que recibió otros títulos no tan halagüeños como “el papa del surrealismo”, en referencia a la obcecación que tenía en expulsar del grupo a los disidentes de la ortodoxia del movimiento. Porque Breton fue, además de un gran intelectual, una persona intransigente y autoritaria, si debemos creer a los que le conocieron.
En el artículo de hoy indagaremos en la vida de este personaje, tan sumamente importante para la gestación de uno de los movimientos más importantes de la vanguardia.
Breve biografía de André Breton, el “padre” del surrealismo
Su mirada tenía un magnetismo extraño, que hacía de él un gran seductor, y no sólo de mujeres. Todos caían rendidos ante la arrolladora personalidad del personaje, que era, por otro lado, bastante ambigua. El poeta mexicano Octavio Paz (1914-1998), que lo conoció durante su estancia en París, dijo de él que tenía “dos caras”: una extremadamente vitalista y muy honesta; la otra, fanática y brutal.
¿Quién era realmente André Breton? Es difícil esbozar la personalidad de alguien; sin embargo, en esta biografía intentaremos reconstruir la vida y el carácter de este personaje. Acompáñanos.
En contacto con la “locura”
El “padre” del surrealismo tuvo muy pronto contacto con la demencia. Había nacido en 1896 en Tinchebray, Francia, en el seno de una familia modesta que quería que se dedicara a la ingeniería. Sin embargo, el joven Breton se decidió por la medicina. Siendo todavía un estudiante universitario estalló la Primera Guerra Mundial, y en 1916 un Breton de veinte años fue movilizado y enviado a un sanatorio militar, el Centro Psiquiátrico Segundo Ejército, en Saint-Dizier.
Allí, el joven conocería la “locura” de primera mano, a través de los enfermos que desfilaban por el hospital. Se trata de una experiencia muy importante en la vida de nuestro personaje y en la historia del arte en general, puesto que, de los discursos aparentemente incoherentes que Breton escucha decir a los internos, extraerá más tarde las bases para el automatismo, es decir, el fluir espontáneo de la psique, sin trabas de ningún tipo.
Las teorías del neurólogo Jean-Martin Charcot (1825-1893), junto con las del psicoanalista Sigmund Freud (1856-1939) acabaron de perfilar el “automatismo psíquico” que, más tarde, anunciarían los surrealistas. Breton creía firmemente que se debía otorgar libertad al pensamiento, que consideraba encerrado en una dictadura moralista fruto de la hipócrita sociedad burguesa. Esta moral era la culpable de todas las inhibiciones que carcomían al ser humano por dentro, y que le causaban, por tanto, toda la serie de traumas y problemas mentales que más tarde esa misma sociedad rechazaba. El testimonio de los enfermos mentales del sanatorio fue, en este sentido, profundamente revelador para Breton.
El automatismo psíquico y la liberación de la mente
Resulta irónico que quien quiso liberar a las personas del “yugo” de la dictadura burguesa fuera un personaje tan sumamente radical e intransigente. En un principio, sin embargo, fue así: fascinado por el automatismo, que enlazaba directamente con las profundidades de la psique, Breton escribe en 1919, junto al escritor Philippe Soupault (1897-1990), la que será la primera obra de escritura automática: Les champs magnétiques (Los campos magnéticos).
Los dos jóvenes se retaron a escribir un texto sobre el que no ejercerían ningún tipo de corrección y que no tendría objetivos estéticos. En otras palabras; se trataba de enfrentarse a la hoja de papel y “vomitar” todo aquello que les fuera surgiendo de forma espontánea, sin censurar ni alterar ni una coma. Los capítulos del libro tampoco tenían sentido alguno; cuando dejaba de fluir el torrente mental, paraban de escribir y se iban a descansar.
El resultado fue un éxito y sobrepasó todas las expectativas que Breton y Soupault se habían propuesto. Acababa de nacer la escritura automática, una manera de crear sin filtros que burlaba todas las trabas que la moral y la lógica imponían al artista.
Flirteos con Dadá y aparición del Primer manifiesto
En 1916, se crea en Zurich el grupo dadaísta, liderado por personalidades tan carismáticas como el rumano Tristan Tzara (1896-1963). La mentalidad anti-burguesa de Breton no puede quedar al margen de tan magno acontecimiento, y durante unos años se adhiere al movimiento con auténtico entusiasmo.
Como sabemos, el dadaísmo lleva la máxima vanguardista épater le bourgeois (algo así como “impresionar al burgués”) hasta su máxima expresión. Impresionarlo negativamente, se entiende. Así, Dadá fomenta el absurdo y lleva los valores tradicionales a la quiebra definitiva. El famoso urinario de Marcel Duchamp (bautizado irónicamente, al más puro estilo dadaísta, como La fuente), presentado a la Asociación Anual de Artistas Independientes, es un claro ejemplo de lo absurdo del movimiento, del que incluso su nombre, dadá, no significa nada.
El dadaísmo tendrá mucho que ver con el posterior surrealismo desarrollado por André Breton. Sin embargo, a principios de la década de 1920, este ha roto definitivamente con Tristan Tzara y los dadaístas y se embarca en solitario en la formación de sus nuevos postulados. En 1924 lanza el Primer Manifiesto Surrealista, en el que sienta las bases de la vanguardia.
¿Cuáles son estas bases? Principalmente, la introducción en un “estado superior de conciencia”, que sólo puede conseguirse a través de la conexión entre sueño y vigilia. El mundo, dice Breton, está demasiado acostumbrado a moverse por la razón, es decir, por el yo consciente; es necesario, pues, añadir el componente de lo ignoto para alcanzar el estado sublime y deseado. Y ese componente ignoto se encuentra en el inconsciente, que es el que mueve los sueños.
La denostada politización
A mediados de 1920, justo tras la aparición del Primer manifiesto, el surrealismo vive una etapa dorada. A los postulados de Breton se adhieren otros insignes surrealistas como Louis Aragon (1897-1982), con quien funda la revista Littérature, Paul Éluard (1895-1952), más conocido por ser el primer marido de Gala, y Benjamin Péret (1899-1959).
Sin embargo, a finales de la década el movimiento empieza a politizarse. En concreto, Breton, manifiestamente partidario del comunismo, defiende la adhesión del surrealismo a esta corriente política. En 1929 aparece el Segundo Manifiesto Surrealista en la revista La Révolution Surréaliste, y es muy claro al afirmar que el movimiento debe acercarse al marxismo.
La perspectiva de Breton, como siempre autoritaria y radical, provocará muchos conflictos entre los integrantes del grupo, así como varias escisiones. Salvador Dalí será uno de los “herejes” condenados por Breton, que ya empieza a ser famoso por su carácter sectario. Su visión del surrealismo es una y sólo una, y no acepta, bajo ningún concepto, desviaciones de la “ortodoxia” del movimiento. En una palabra, el surrealismo le pertenece.
Adherido al Partido Comunista desde 1927, en 1935 rompe definitivamente con el comunismo y se decanta por el trotskismo. Ese mismo año viaja a México, donde vive exiliado su admirado León Trotski, por cierto, en casa de Diego Rivera y Frida Kahlo. A través de Rivera puede conocer finalmente al líder y escribir con él y con el marido de Frida el Manifiesto por un arte revolucionario independiente, que ve la luz en 1938.
Con “alma de líder”
El traductor y crítico de arte Mark Polizzotti (n. 1957) tiene un interesante estudio sobre André Breton que, por su calidad, vale la pena reseñar. Se trata de una extensísima investigación, donde el autor recoge testimonios y anécdotas que sirven para ilustrar el carácter de nuestro personaje.
Tal y como en su momento manifestó Octavio Paz, según Polizzotti Breton era un ser ambiguo. Su humor cambiaba con facilidad y, al parecer, tenía unos apoteósicos ataques de ira. Sin embargo, era una persona muy carismática, poseedora de un enorme magnetismo que extendía sobre cuantos se le acercaban.
Varias fueron las mujeres de su vida. Además de sus esposas (Simone Kahn, Jacqueline Lamba, Elisa Breton), se relacionan muchos otros nombres femeninos con su biografía, entre ellos la enigmática Nadja, la protagonista de una de sus novelas más famosas y que supuestamente está basada en un personaje real.
Pocas personalidades existen en la historia del arte parecidas a la de André Breton. Admirado por unos, detestado por otros, su nombre está indivisiblemente ligado al surrealismo, el movimiento que creó junto a sus compañeros y que tanta influencia tuvo en el panorama artístico del siglo XX. No en vano, y como también afirma Polizzotti en su libro, Breton tenía una auténtica “alma de líder”. Con permiso de Dalí, por supuesto.