Una de las primeras representaciones que tenemos de Eloísa o Héloisse de Argenteuil es una deliciosa miniatura que aparece en una de las reproducciones del Roman de la Rose, una de las novelas más leídas de la Edad Media. En ella vemos a Eloísa vestida de monja (recordemos que fue abadesa del Paracleto), departiendo animadamente con Pedro Abelardo, uno de los filósofos más notables del siglo XII europeo.
Pero quizá lo más curioso es el texto que acompaña a la imagen, donde se explica que ella instruía a su amante sobre cómo serlo y le instaba a no casarse con ella. Si bien Eloísa fue una de las mujeres más brillantes de la Edad Media, lo cierto es que ha pasado a la historia por su relación amorosa con Abelardo y, como suele pasar, el episodio ha empañado considerablemente su trayectoria intelectual. En el artículo de hoy, intentamos rescatar esta interesante figura del olvido y demostrar que Eloísa de Argenteuil fue mucho más que la amante y la esposa de Pedro Abelardo.
Breve biografía de Eloísa de Argenteuil, una de las intelectuales más grandes de la Edad Media
La historia de las mujeres es una historia comúnmente velada. Si retamos al lector a citar algunos hombres ilustres, a buen seguro conocerá a unos cuantos. Pero si le instamos a nombrar a mujeres intelectuales de la historia, probablemente el trabajo le resultará más arduo. Como mucho, quizá le vengan a la cabeza nombres de escritoras y políticas decimonónicas, o directamente del siglo XX. Pero ¿qué hay de la Edad Media?
Si bien el Medievo es un periodo eminentemente masculino, no lo es más que el resto de las épocas de la historia. De hecho, durante los siglos medievales la mujer gozó de ciertas libertades y privilegios que serían impensables para la época moderna e incluso para la contemporánea. Y, por supuesto, en la Edad Media existieron mujeres intelectuales de notable bagaje cultural, como la escritora Christine de Pizan (1364-1431) o la mujer que nos ocupa, Eloísa de Argenteuil (h. 1092-1164).
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Orígenes inciertos
Mucho se ha hablado de los orígenes de Eloísa, pero, a pesar de los numerosos estudios al respecto, su nacimiento y su estirpe siguen siendo un misterio. La eminente medievalista francesa Régine Pernoud (1909-1998), autora del magnífico estudio Eloísa y Abelardo, sugiere la posibilidad de que fuera huérfana, puesto que se educó durante su juventud en París, con un tío materno, el canónigo Fulberto. Sin embargo, añade Pernoud, esto no es razón suficiente para creer en la orfandad de la niña, ya que, en la Edad Media, la familia se consideraba un elemento lato, por lo que los padres de Eloísa bien podrían haber estado vivos en el momento de su ingreso en el claustro de Nôtre-Dame.
Por otro lado, en el interesante estudio The birth of Héloisse. New light on an old mistery?, Brenda M. Cook, de la Universidad de Londres, apunta a que sólo contamos con dos fuentes fehacientes para aclarar las lagunas de la vida de nuestro personaje: por un lado, la famosa autobiografía de su amante y más tarde esposo, Pedro Abelardo, Historia calamitatum; por otro, las Necrológicas del Paracleto, el monasterio del que Eloísa fue abadesa.
En estas Necrológicas constan las conmemoraciones de personas que han tenido alguna relación con la institución religiosa. En concreto, nos llama la atención una de ellas, fechada el 1 de diciembre, que conmemora a una tal Hersinte, la que sería la madre de Eloísa. Como información adicional, el 1 de diciembre es la festividad de San Eloi o Eligio, de cuyo nombre procede el nombre feminizado de Eloísa.
Por otro lado, en las Necrológicas del Paracleto aparece un segundo nombre relacionado con nuestro personaje: Hubert, el tío materno y canónigo de Nôtre-Dame, conmemorado el 26 de diciembre. Lo que llama poderosamente la atención, tal y como apunta Brenda M. Cook, es la ausencia de referencias a parientes paternos, lo que lleva a pensar que Eloísa pudo haber sido hija ilegítima, bien de un noble, bien de un miembro de la Iglesia.
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“La bella e inteligente Eloísa”
Lo que también desconocemos es su fecha de nacimiento. Si tenemos en cuenta que cuando su otro tío, Fulberto (también canónigo, a menudo identificado con el Hubert de las Necrológicas), le pone como tutor a Pedro Abelardo Eloísa está en su adolescencia, podemos fechar su venida al mundo entre los años 1092 y 1100. Así, en el momento que entra en su vida el insigne filósofo, la joven debía contar unos dieciséis o, como mucho, veintipocos años.
La infancia de Eloísa está mejor documentada. Sabemos que pasa sus primeros años en la abadía de Argenteuil (de donde toma el nombre), situada a poca distancia de París, a orillas del Sena. Allí recibe, como es usual entre las jóvenes de buena cuna (otro motivo para creer en sus orígenes nobles, aunque ilegítimos) una educación basada en las Sagradas Escrituras y los antiguos textos clásicos. Según Régine Pernoud, su sed de saber es tan grande que las religiosas de Argenteuil pronto se sienten incapaces de seguir instruyéndola, por lo que la familia la pone a disposición de Fulberto, el tío canónigo de Nôtre-Dame, para que se encargue de aumentar su saber.
Así, una jovencísima Eloísa se traslada al claustro de Nôtre-Dame, en París, y se entrega con auténtica pasión al estudio. Creemos importante hacer hincapié en el hecho de que, en la Edad Media, la palabra claustro no hacía referencia a lo que conocemos nosotros, sino que denominaba al conjunto de viviendas y familias que habitaban al amparo de la catedral, generalmente las familias de los canónigos catedralicios. En los años en que Eloísa vivió allí, el lugar gozaba de inmunidad eclesiástica, por lo que las autoridades no podían penetrar en sus muros, y cualquier criminal recibía allí asilo político.
La fama de intelectual de Eloísa se extiende pronto más allá de las fronteras del claustro de Nôtre-Dame. El mismísimo Pedro el Venerable (m. 1156) dice en una carta que le han hablado de una joven que vive en París que desprecia los placeres del mundo terrenal para abandonarse con pasión a los estudios, tal y como recoge Régine Pernoud en el libro ya citado.
La sorpresa y admiración del teólogo no puede extrañarnos; en el siglo XII, pocas son las mujeres que, sin ser religiosas, se entregan a los estudios y rechazan con ahínco cualquier tentación del siglo. Parece ser que, además de inteligente y sabia, Eloísa era bella. Al menos, se la empieza a conocer como La belle et sauge Héloisse (La bella y sabia Eloísa) entre los círculos eruditos de la Île-de-france. En sus memorias, empero, su esposo Pedro Abelardo dirá lo contrario: que, aunque sabia, Eloísa no era especialmente bonita. Pero quizá estas declaraciones del filósofo hay que leerlas bajo la luz del profundo arrepentimiento que sentía por haber seducido a la joven y haberse abandonado, con ella, a los placeres del amor.
Pedro Abelardo, el gran y único amor
Mientras una jovencísima Eloísa estudiaba en casa de su tío Fulberto, protegida por los muros del claustro de Nôtre-Dame, en la bulliciosa orilla izquierda del Sena los estudiantes de la Universidad de París escuchan embelesados al gran intelectual del momento: Pedro Abelardo (1079-1142). Es una época de efervescencia cultural y del renacimiento de las ciudades, y París, donde existe la facultad de Teología más importante de la cristiandad, no va a ser menos.
Pero Abelardo, en tanto que clérigo profesor, tiene libre acceso al claustro de Nôtre-Dame, y allí es precisamente donde conocerá a la hermosa y sabia Eloísa. En sus memorias, conocidas como Historia Calamitatum ("Historia de mis calamidades"), Abelardo insiste en que lo único que le movió inicialmente a conquistar a la joven fue, precisamente, su inaccesibilidad. Porque Eloísa no sólo vive con su tío el canónigo, sino que, además (y como ya hemos comentado), desdeña cualquier cosa que no sea el estudio y la meditación. Algo que, para un ser tan arrogante y orgulloso como Abelardo, es un auténtico desafío.
Así pues, el filósofo consigue entrar en la casa de Fulberto con el pretexto de dar lecciones a su sobrina. Y, por supuesto, y sin que el tío lo sepa, se establece entre ellos una atracción irresistible. Eloísa (la bella, sabia y prudente Eloísa) sucumbe finalmente a los encantos del hombre y se entrega con alegría a una relación amorosa que será, en cierta manera, la perdición de ambos.
Embarazo, boda y reclusión en un convento
Inesperadamente, Eloísa se queda embarazada de su maestro y, al enterarse de lo que ha estado sucediendo bajo su techo, Fulberto monta en cólera. La obligación de Abelardo es obvia: deberá desposarse con Eloísa para limpiar su honra. Sin embargo, Eloísa no consiente en ello, pues cree que una unión legítima y la consecuente formación de una familia anulará lo que más ama en Abelardo: el erudito entregado a los estudios y al saber.
El niño de ambos, a quien nombran Astrolabio, nace en Le Pallet, el señorío de la familia de Abelardo, y queda a cargo de la hermana de este. Sin embargo, Fulberto ha seguido presionando para la boda, por lo que los jóvenes terminan casándose en secreto. Sin embargo, poco después del enlace, Abelardo coacciona a su esposa para que entre en un convento y le promete que él hará exactamente lo mismo.
Eloísa está como hechizada. El ascendente del filósofo sobre ella es muy grande, por lo que, subyugada por sus encantos, accede a profesar los votos. Pero su asombro es grande cuando se da cuenta que él no ha cumplido lo prometido. Abelardo no ha entrado, ni piensa entrar, en ningún convento. Fulberto está realmente furioso. La doble traición de Abelardo es más de lo que puede soportar, por lo que, una noche, mientras el joven se encuentra pernoctando en una posada, envía a unos secuaces para que mutilen sus genitales, episodio que el filósofo recuerda amargamente en sus memorias como “castigo de sus pecados”.
La sabia abadesa del Paracleto
Los caminos de los amantes se separan definitivamente. Eloísa es ya monja de Argenteuil, la abadía donde estudió de pequeña; Abelardo cumple por fin su promesa y, tullido y avergonzado, entra también en la vida monacal.
Existen unas hermosas cartas, recogidas en una interesante recopilación donde, supuestamente, los dos esposos expresan lo que sienten desde sus respectivos lugares de retiro. En ellas, Abelardo se muestra reservado y arrepentido de su “lujuria”, pero Eloísa sigue mostrando una evidente pasión hacia el que parece ser que fue su único amor terrenal. Sin embargo, existen evidentes dudas sobre la autenticidad de las cartas; muchos estudiosos creen que se trata de falsificaciones del siglo XVII, cuando la leyenda de los amantes ya era universalmente conocida.
Una de las referencias documentales que tenemos de la comunidad de monjas a la que pertenecía Eloísa es la absorción de su abadía en 1129 por parte de la abadía de Saint-Denis y bajo los auspicios del abad Suger. Para conseguir anexionar los bienes de Argenteuil, el intrigante Suger no duda en acusar a sus monjas de actos “impuros”. La comunidad, con Eloísa a la cabeza, se ve obligada a marchar de la abadía, aunque seguirán luchando legalmente para que se les devuelva lo que les pertenece.
Abelardo sale en ayuda de la que fue su amante y esposa y, sobre todo, compañera intelectual. Ofrece a Eloísa y a sus monjas el Paracleto, un oratorio en las afueras de París, donde la comunidad se instala. Con el tiempo, este cenobio llegará a ser uno de los lugares religiosos femeninos más importantes de Francia.
Eloísa se convierte en abadesa del Paracleto y se entrega durante sus últimos años al estudio, la oración y a la composición de hermosas piezas musicales, entre las que se cuenta una oración fúnebre para su adorado Abelardo, que fallece en 1142 y es enterrado en el Paracleto. Eloísa le sigue definitivamente dos décadas más tarde, y es enterrada al lado de su amado. Actualmente, los dos amantes reposan en el cementerio del Père-Lachaise, en París, y son visitados diariamente por aquellos quienes recuerdan su trágica historia. Lo que quizá no sea tan recordado es que Eloísa fue alabada por numerosos hombres doctos de su tiempo, y fue, sin ningún género de duda, una de las mujeres intelectuales más brillantes de la Edad Media.
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