Rosario de Velasco Belausteguigoitia (1904-1991) entra en la nómina de las numerosas mujeres artistas olvidadas por el tiempo. En su caso, su ideología no la ayudó; abiertamente vinculada al falangismo y amiga de José Antonio Primo de Rivera, tras la dictadura su obra permaneció más o menos oculta, hasta que, en 2024 (exactamente 120 años después de su venida al mundo) el Museo Thyssen de Madrid ha decidido realizar una monográfica de su trayectoria artística, no exenta de polémica.
Independientemente de la ideología de Rosario de Velasco, lo cierto es que fue una extraordinaria pintora que supo aunar en su obra gran parte de la herencia vanguardista europea, así como la tradición más clasicista. A pesar de sus convicciones religiosas y conservadoras, fue una mujer rebelde e independiente, que siempre reivindicó la igualdad entre sexos, papel que defendió toda su vida a través de lo que más amaba en el mundo y con lo que se hizo un hueco en el panorama cultural de la República y, más tarde, de la posguerra: la pintura. Hoy te traemos una biografía de Rosario de Velasco, la magnífica y olvidada pintora española.
Breve biografía de Rosario de Velasco, olvidada pintora española
En vida, Rosario participó en numerosas exposiciones y adquirió una fama notable. Sin embargo, desde su muerte, acaecida en 1991, su nombre se ha ido diluyendo y ha entrado en la nómina de artistas femeninas tristemente olvidadas. Con esta biografía pretendemos unirnos a la exposición del Thyssen y reivindicar su magnífica obra.
Un ambiente cultural y refinado
Rosario de Velasco Belausteguigoitia vino al mundo en el Madrid de 1904, en el seno de una familia muy religiosa y tradicional. El padre, Antonio de Velasco, era militar, y fue también profesor de la Escuela Superior de Guerra. La madre, Rosario Belausteguigoitia, provenía de una familia bilbaína, aunque el azar quiso que naciera en Cantabria, durante unas vacaciones familiares.
La familia De Velasco promovía un ambiente culto y refinado en el que crio a sus tres hijos: Lola, Rosario y Luís. Antonio de Velasco hablaba inglés fluidamente y era un grandísimo lector, aficionado también a la pintura, lo que hizo que deseara para su hija un destino artístico. Sin embargo, el señor De Velasco hubiera preferido para su segundo retoño una formación más académica, y la posterior orientación de Rosario hacia la pintura “moderna” no le complació demasiado. A pesar de todo, y fiel a su espíritu, la apoyó sin reparos.
A la par que cultura y gusto artístico, en la familia de Rosario se respiraba una gran religiosidad, que ella heredó y conservó hasta el final de sus días. Su ultra catolicismo no le privó, no obstante, de desarrollar una personalidad absolutamente independiente y autónoma, y se posicionó desde muy joven en una ideología feminista que situaba a la mujer al mismo nivel que el hombre.
Primeras obras y primeros éxitos
Tras realizar sus estudios con el pintor Fernando Álvarez de Sotomayor, una jovencísima Rosario alquila un pequeño estudio en Madrid, en el que se retira para ejecutar sus primeras obras y a recibir a amigos y familiares, que a menudo posan para ella. El éxito le llega pronto: en 1924, con apenas veinte años, la joven pintora participa en su primera exposición, con las obras Vieja segoviana y Chico del cacharro.
Esta primera etapa de la artista está caracterizada por una influencia notable del novecentismo y el regionalismo. Sus cuadros presentan figuras contundentes y bien modeladas, impregnadas de un clasicismo evidente. Su primer gran éxito fue su obra Adán y Eva, en la que vemos a un joven y a una muchacha estirados en la hierba y que recibió, a la par que excelentes críticas, la segunda medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes. Parece ser que De Velasco estaba destinada a recibir el primer premio, pero la ausencia de antecedentes de una mujer ganando el galardón hicieron que el jurado se inclinase por el segundo premio.
Adán y Eva es mucho más de lo que expresa el título. Aparece una pareja en relación de igualdad y, además, expresando su amor en público, temática habitual entre los intelectuales de la época; en especial, entre las mujeres artistas, que reivindicaban así su igualdad con sus compañeros. En este sentido, Rosario de Velasco fue una mujer eminentemente avanzada.
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Los desastres de la guerra
Si la obra pictórica de Rosario de Velasco ha permanecido olvidada, no digamos su faceta como ilustradora. En 1927 trabaja como tal en La esfera, y, al año siguiente, la encontramos ilustrando Cuentos para soñar, un libro que pretendía renovar la literatura infantil y que Rosario realizó en conjunto con su amiga María Teresa León, escritora perteneciente a la generación del 27 que, más tarde, sería la pareja de Rafael Alberti. Ambas colaboran de nuevo dos años más tarde, en La bella del mal de amor, un alegato a la insatisfacción femenina.
A comienzos de la década de 1930 el fantasma de la guerra civil está más presente que nunca, y las ideologías se radicalizan. Mientras que María Teresa León opta por el comunismo, Rosario de Velasco, que se encuentra en las antípodas, simpatiza con la recién creada Falange y, en especial, con su Sección Femenina. Según la artista, esta primera Falange (creada por otro de sus amigos, José Antonio Primo de Rivera) era fiel al espíritu en el que ella creía, la participación de la mujer en la creación de una nueva sociedad, cosa que, sostenía, en la época franquista se acabó olvidando.
Sea como fuere, la adhesión falangista de la pintora no cayó bien a todos. Existe un episodio, narrado por el nieto de la artista en la biografía que de ella confeccionó (ver bibliografía), que cuenta cómo Rosario vio desde el balcón a unas monjas que eran cruelmente increpadas. Para defenderlas y ahuyentar a sus atacantes, la artista los voceó desde el balcón, al tiempo que les lanzaba unas bombillas. Más tarde, la portera del edificio denunció a Rosario, y esta, ante posibles represalias de las izquierdas, decidió huir de Madrid.
Instalada en casa de unos amigos en Sant Andreu de Llavaneres (Barcelona), allí conoce al que más tarde será su marido, el médico catalán Javier Farrerons. Pero, por el momento, Rosario es acusada de falangista y encarcelada en la Modelo de Barcelona. La artista se salvó de la condena a muerte de una forma auténticamente novelesca: Farrerons acudió en su ayuda y, en colaboración con un colega médico de la prisión, sacaron furtivamente a Rosario en una carretilla. La compañera con la que había compartido celda sí fue fusilada, hecho que la pintora siempre recordó con gran tristeza. Su famoso lienzo La matanza de los inocentes, datado en el año en que estalla la guerra (1936), se considera una especie de lúgubre augurio de la sangre derramada en el conflicto.
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Nueva vida en Barcelona
Tras casarse con su salvador, Rosario y Javier huyen hacia Francia para luego regresar a España por territorio sublevado. En 1938 nace la única hija del matrimonio, María del Mar. Más tarde, una vez finalizada la guerra, la familia se instala definitivamente en Barcelona, de donde es originario Farrerons y donde ejerce como médico.
En 1942, el público acude a la primera exposición independiente de la artista, en las Galerías Augusta de Barcelona. La actividad artística de Rosario en estos años es intensa: además de su actividad como pintora, acude a tertulias culturales con numerosos conocidos del mundillo, entre los que se cuenta el escritor catalán Eugeni D’Ors.
De convicciones conservadoras y muy católica, Rosario nunca creyó sin embargo en el régimen franquista, al que acusaba de “adulterar” la esencia de la Falange. De hecho, siempre criticó el machismo de la dictadura y su pretensión de circunscribir a la mujer a las tareas del hogar, cosa que, para un alma tan inquieta como la de Rosario, era algo inconcebible.
En la década de 1960, Rosario de Velasco empieza a cultivar un estilo mucho más libre. En concreto, se libera definitivamente del clasicismo y se sumerge en diversas estéticas de vanguardia, como la surrealista. Con su obra La casa roja recibe, en 1968, el premio Sant Jordi, y, en 1971, la galería Biosca de Madrid organiza una exposición individual de su obra.
Retrato de una artista
Su nieto, el historiador del arte Víctor Ugarte Farrerons, escribió una interesante semblanza de su abuela (ver bibliografía) en la que la describe como una mujer siempre atenta a su aspecto físico, que deseaba que fuera inmejorable en todas las ocasiones. Quizá esta discreta coquetería era lo que llevaba a Rosario a dar largas a los que querían saber su edad, pues, cuando era preguntada al respecto, sostenía que los documentos “se habían quemado en la guerra”. Quizá por ello, en muchas fuentes consta 1910 como su fecha de nacimiento, nada menos que seis años más tarde que la fecha correcta.
Cultísima, refinada y amante del arte, Rosario de Velasco admiraba a Mantegna, Masaccio y Giotto y, por supuesto, a Goya y a Velázquez. Su clasicismo inicial, empero, no fue impedimento para que le apasionara también Giorgio de Chirico, el gran maestro de la denominada “pintura metafísica”, y también Picasso, de quien afirmó que “todos los artistas le deben algo”. En suma, Rosario de Velasco supo aunar el clasicismo de las primeras décadas del siglo XX con las corrientes más novedosas de vanguardia, y todo gracias a su carácter despierto, curioso y rebelde.
A su muerte, acaecida en 1991, seguía pintando. Ni siquiera el Alzheimer había podido con su vocación. Ahora, tras algunas décadas sumergida en el olvido, Rosario de Velasco vuelve a la nómina de artistas del siglo XX.