Estallidos emocionales caracterizados por llantos, gritos, enfado y pataletas. Seguro que puedes visualizar un momento en los que un niño o niña tiene uno de estos episodios que comúnmente conocemos como rabieta, berrinche o pataleta.
Durante muchas décadas se ha aconsejado hacer caso omiso de estos episodios con el fin de no reforzar el comportamiento dándole atención. Si bien es cierto que, a priori, puede parecer que esta idea tiene sentido, cada vez son más los estudios de neurociencia que demuestran el impacto negativo de esta forma de proceder.
Ignorar a una criatura cuando se ha desbordado —y eso es lo que sucede en una rabieta— va a empeorar el estado emocional del niño o la niña y no va a hacer que disminuya la rabieta. A lo largo de este artículo te explicamos por qué y planteamos algunas estrategias alternativas que sí pueden ayudarte a sobrellevar las rabietas.
Los niños pequeños no saben regular sus emociones
A diferencia de lo que muchas personas piensan, las rabietas en niños pequeños no son ni intentos de manipular a los adultos ni “portarse mal” por capricho. Este tipo de situaciones son completamente normales, especialmente entre el año y los 4 años, debido a la inmadurez de las áreas cerebrales que se encargan tanto de la regulación emocional como del lenguaje.
Los niños nacen con la capacidad de sentir todas las emociones, pero sin herramientas para regularlas. Podríamos plantear la metáfora de que los niños son como coches que tienen mucha potencia para acelerar, pero que no pueden frenar.
Cuando los niños sienten una emoción de forma muy intensa es como si quedaran “secuestrados” por ella. Se mueven desde la parte más primitiva del cerebro que se mueve por impulsos. La parte racional —que no está completamente desarrollada— queda “desactivada” temporalmente en los momentos de rabieta.
Precisamente por todo esto, lo que realmente necesitan los niños cuando se han desbordado a nivel emocional es la presencia regulada de sus cuidadores de referencia. Como su cerebro no tiene todavía las herramientas necesarias para regular la intensidad de sus emociones, necesita que los adultos les ayuden.
Ignorar no es neutral, es hiriente
La idea de que ignorar a un niño cuando está teniendo una rabieta es la mejor de las opciones para que dejen de tenerlas está muy arraigada en la tradición popular. A raíz de las corrientes conductistas, se popularizó la idea de que los niños buscaban atención y que si la conseguían en ese momento mantendrían las conductas disruptivas.
Sin embargo, en esa propuesta no se contemplaba todo lo que hoy sabemos sobre el desarrollo cerebral y emocional de las criaturas. Dado que un niño no tiene la capacidad —por inmadurez cerebral— de regularse solo, necesita que alguien pueda ver su sufrimiento, sostenerlo, acompañarlo y ayudarle a regularlo.
Cuando un niño se desborda emocionalmente y sus figuras principales le ignoran, no percibe una respuesta neutral de indiferencia. Lo que interpreta es que le están rechazando. Y esto tiene un grave impacto en su autoconcepto y su autoestima.
El niño no entiende que es su comportamiento lo que genera esta actitud de los adultos, sino que entiende que no es digno de amor cuando se siente mal. Por tanto, entiende que solo va a recibir amor y atención cuando esté tranquilo. Integrar que el amor es condicionado va a interferir en la forma de relacionarse consigo mismo y con el resto de personas.
Lo que muchas personas piensan que lo único que hacen es “simplemente” no intervenir, se aleja mucho de lo que está sucediendo en el mundo interno de la criatura. Este tipo de situaciones pueden generar una profunda herida emocional de abandono y muchos padres no son conscientes de ello.
- Artículo relacionado: "Cómo fijar límites con los hijos durante la crianza: 5 estrategias clave"
Ignorar la rabieta no aborda el motivo que la causó
Pese a que muchas personas han creído que eran un intento de manipulación o un simple capricho, las rabietas son la manifestación de una necesidad que no está cubierta. Aunque no siempre coincide con el factor que ha detonado la situación.
Es importante recordar que los niños y las niñas todavía no tienen el vocabulario suficiente como para explicar qué les sucede y su conducta es una forma de comunicarse. Detrás de una rabieta puede haber hambre, sueño, frustración, sobreestimulación o cualquier otra necesidad.
Acompañar no significa ceder
Muchos padres y madres sienten que la opción de ignorar la rabieta es válida porque, de esta forma, transmiten el mensaje de que no están de acuerdo con el comportamiento que están teniendo sus hijos. Lamentablemente está muy extendida la creencia de que al hacer caso de los niños cuando están teniendo una rabieta de algún modo ellos “ganan”.
Con frecuencia, se confunde la idea de acompañar con aprobar una conducta o ceder en los límites. No obstante, cuando hablamos de ayudarles a regularse se trata de validar sus emociones y esto no es lo mismo que aprobar o fomentar determinadas conductas. Es posible validar las emociones a la vez que se mantienen los límites. Por ejemplo, podemos decir “entiendo que estás muy enfadado, pero no puedes pegar a tu hermano”.
¿Qué estrategias funcionan?
Lo primero que debemos tener en cuenta es que es completamente normal que los niños y las niñas tengan rabietas entre el año y los 4 años de vida. Especialmente entre los 2-3. Teniendo esto en cuenta, podremos ajustar nuestras expectativas sobre su comportamiento y comprenderlo con mayor profundidad.
Si bien no podemos garantizar que las rabietas desaparezcan, si podemos intentar anticipar aquellas situaciones difíciles que puedan ser un detonante. Recordemos que cuando están cansados, sobreestimulados o hambrientos tienden a desbordarse con más facilidad.
Si no podemos prevenir la rabieta, es importante que les ayudemos con la co-regulación. Para ello, debemos validar sus emociones, ayudarles a nombrarlas y normalizarlas. Podemos ofrecer contacto físico afectivo si lo desean, pero es importante preguntar porque a veces lo único que necesitan es nuestra presencia sin “nada más”.
Es importante establecer límites, por supuesto, pero siempre desde el respeto. Por último, es importante tener en cuenta que en el momento de desbordamiento emocional no tiene sentido intentar razonar porque su cerebro no se lo permite. La reflexión sobre lo que ha sucedido y cómo puede abordarse en futuras ocasiones debe hacerse después, cuando la criatura de encuentre en un estado de regulación.
¿Te interesa este contenido?
¡Suscríbete a “La vida con hijos”!
Nuevo newsletter de contenido exclusivo sobre crianza, educación y pareja.
Al unirte, aceptas recibir comunicaciones vía email y aceptas los Términos y Condiciones.

