Si nos preguntan el nombre de algún pintor, es muy probable que tengamos más de uno en mente. Y es que, realmente, la historia de la pintura está cuajada de pintores ilustres: desde los no tan conocidos como Giotto o Jan van Eyck, a los universalmente famosos como Rafael, Leonardo, Rubens, Goya y, por supuesto, Velázquez.
¿Qué tienen en común todos estos artistas? Pues, efectivamente: que todos son hombres. ¿Qué sucede, pues, con las mujeres? ¿Es que acaso no existen mujeres pintoras? Sí, existen, y la mayoría fueron tan buenas como sus homónimos masculinos. Hoy os presentamos a 6 de las pintoras femeninas más importantes de la historia, para que, a partir de ahora, cuando os pregunten por pintores, añadáis alguna a vuestra lista.
6 de las pintoras más importantes de la historia
Hasta hace poco (muy poco), en los libros de historia del arte no aparecían pintoras. Parecía como si las mujeres no hubieran sabido pintar (o que ni siquiera lo hubieran intentado). Y, a pesar de que, ciertamente, el pasado no se lo puso fácil a las mujeres con aspiraciones artísticas, si que es verdad que existieron muchas (muchísimas) que consiguieron dedicarse a su arte y que, además, despertaron admiración entre sus contemporáneos. He aquí algunas de estas pintoras que no hay que olvidar.
1. Ende o En (s. X), la pionera
A parte de su nombre, poco más conocemos de ella. Toda la información se ha extraído de la inscripción con la que firmó su obra: Ende printix et Dei adiutrix (Ende, pintora y ayudante de Dios). Se cree que vivió en el monasterio de San Salvador de Tábara (León), un monasterio dúplice, durante el siglo X. Los monasterios dúplices eran muy usuales durante los primeros siglos de la Edad Media; se trataba de cenobios donde convivían ambos sexos, bajo una misma regla y autoridad monacal.
Ende iluminó, junto con su compañero Emeterio, el manuscrito del Beato de Girona, una de las numerosísimas copias del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana. El nombre del monje que trabajó con ella aparece en la frase antes citada, al final: Ende printix et Dei adiutrix frater Emeterius et presbiter (Ende pintora y ayudante de Dios; Emeterio, hermano y sacerdote). La monja Ende es, pues, una de las primeras artistas femeninas en Europa de las que se ha conservado el nombre.
2. Sofonisba Anguissola (ca. 1530-1626), la reina del Renacimiento
Una de las más grandes pintoras del siglo XVI, sin ninguna duda, fue Sofonisba Anguissola. Nació en el seno de una familia noble empobrecida, y ya desde muy temprana edad mostró un gran talento para la pintura. Cuatro de sus hermanas también se dedicaron a las artes, pero el genio de Sofonisba sobresalía por encima del de las demás.
Giorgio Vasari la admiraba tanto que incluso le hace un hueco en su obra Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, donde dice de ella que “Sofonisba de Cremona, hija de Meser Amilcare Anguissola, ha trabajado en las dificultades del diseño con mayor estudio y mejor gracia que ninguna otra mujer de nuestro tiempo…”. El insigne tratadista añade, más tarde: “… no solo ha logrado dibujar, colorear y copiar del natural y hacer excelentes copias de obras de otras manos, sino también ha ejecutado por sí sola algunas obras de pintura muy selectas y hermosas…”.
Es necesario recalcar la expresión “por sí sola”. Es evidente que Vasari compartía la visión de muchos de sus contemporáneos y consideraba a la mujer incapaz de realizar una obra original y única. Con el talento de Sofonisba tuvo que claudicar, como también lo hizo Miguel Ángel, con quien por cierto la pintora mantuvo una prolija correspondencia.
3. Artemisia Gentileschi (1593-1656), mucho más que un abuso
Artemisia Gentileschi tenía 18 años cuando su maestro, Agostino Tassi, la violó. El padre de la joven, el pintor Orazio Gentileschi, la había puesto bajo su tutela para que le enseñara el arte de la pintura, ya que Artemisia, como mujer que era, tenía vetado el acceso a una academia. Tras un humillante juicio y una más que dolorosa tortura, a través de la cual se “verificó” que Artemisia decía la verdad, Tassi fue encarcelado y, posteriormente, desterrado.
Pero tras esta truculenta historia, sobre la que se ha basado la fama de la pintora, se esconde una extraordinaria artista. Algunas de sus obras más famosas, como Susana y los viejos (1610) o Judit decapitando a Holofernes (1612-13), en las que combina el claroscuro caravaggiano con un sello muy personal, son testimonio innegable de su talento. Artemisia Gentileschi es, sin duda, una de las grandes de la pintura barroca.
4. Rosalba Carriera (1675-1757), la maestra del pastel
Se inició en el diseño de patrones para encajes (su madre era encajera), continuó decorando cajitas de rapé con delicadas miniaturas y terminó levantando pasiones con sus retratos al pastel. Rosalba Carriera fue una revolucionaria de esta técnica, anteriormente considerada “de segunda”, y la puso de moda a principios del siglo XVIII, cuando hacía furor el estilo rococó.
Las grandes familias adineradas de la época se peleaban por ser retratadas por Rosalba. Ante su caballete desfilaron las figuras más importantes del panorama francés, entre las que se cuenta el mismísimo Luis XV (que tenía 10 años cuando posó para ella). El detallismo de sus pinturas y la profunda psicología de los personajes la convierten en una de las grandes virtuosas del siglo de las luces.
5. Élisabeth Vigée-LeBrun (1755-1842), madre amantísima y mejor pintora
Uno de los grandes nombres del siglo XVIII francés, al mismo nivel que Watteau y Fragonard, es sin duda Madame Vigée-LeBrun. Sus exquisitos retratos eran codiciados por toda la aristocracia parisina, hasta el punto de que la mismísima reina María Antonieta (que llegaría a ser muy amiga suya) no dejó que la pintara nadie más.
El padre de la joven siempre alentó la temprana vocación artística de su pequeña. Élisabeth empieza, pues, a tomar clases, y ya desde su adolescencia contribuye a la economía familiar realizando y vendiendo sus propios cuadros. Finalmente se pliega a los ruegos maternos (que veía aterrada como su hija perdía su juventud entre pinceles) y se casa con Monsieur LeBrun, un marchante de arte, con el que tendría a su única hija, Julie, a la que estaría siempre muy unida. Esta hija aparece en numerosas ocasiones en la obra de su madre, a veces sola, a veces abrazada a Élisabeth. No en vano, se ha dicho de la artista que es una de las mejores “pintoras de la maternidad”.
Al estallar la Revolución se ve obligada a separarse de su marido y emprender un peregrinaje por toda Europa de la mano de su hija. Como sucediera casi un siglo antes con Rosalba Carriera, todas las cortes le abren los brazos, especialmente Rusia, donde, según la propia Élisabeth, se sintió como en su propia casa.
6. Rosa Bonheur (1822-1899), artista y visionaria
Hija y hermana de artistas, la francesa Rosa Bonheur es una de las pintoras más importantes del siglo XIX. Se dedicó, con igual éxito, a la escultura y al dibujo.
Se sintió especialmente atraída por la representación de animales, para lo que estudió concienzudamente su anatomía, ya fuera acudiendo a mataderos o a ferias de ganado. Su obra, de un realismo impresionante, le valió varias condecoraciones y el reconocimiento general.
Como curiosidad, diremos que la artista obtuvo, en 1857, el permiso oficial para vestir pantalones en público, prenda que consideraba (obviamente) mucho más cómoda para viajar de feria en feria y de matadero en matadero. En este sentido fue una auténtica visionaria, aunque Amelia Bloomer y sus compañeras americanas se le habían adelantado unos cuantos años al vestir, en 1851, los famosos pantalones “bloomers”.
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