Walter Scott: biografía de este escritor y poeta romántico

Repasamos la vida del que se considera “inventor” de la novela histórica.

Walter Scott

En 1817, la novela Rob Roy agotaba su tirada de 10.000 copias en solo quince días. Se trata de una barbaridad para la época; la media de copias de una edición a principios del siglo XIX era de aproximadamente unas 800. ¿Quién era el autor que había conseguido semejante éxito?

Su nombre era Walter Scott, un escocés de familia acomodada que escribía novelas históricas y poemas por pura diversión, puesto que su sueldo de funcionario le era suficiente para vivir con holgura. De hecho, Scott publicaba sus libros de forma anónima para no “empañar” su prestigio, aunque todo el mundo sabía de quién era la pluma que estaba tras ellos.

¿Qué tenía la obra de este escritor y poeta que tanto gustaba al público? En el artículo de hoy, repasamos la vida del que se considera el “inventor” de la novela histórica, Sir Walter Scott.

Breve biografía de Walter Scott, el poeta romántico que “inventó” la novela histórica

La mismísima Jane Austen (1775-1817) se lamentaba de que Sir Walter Scott escribiera, pues no tenía ninguna necesidad de escribir por dinero, ya que poseía un sueldo (nada desdeñable) en virtud de su puesto de alguacil y secretario de los tribunales de justicia. Según la escritora, su actividad quitaba oportunidades a las personas que, como ella, querían vivir de su pluma. Sin embargo, incluso la autora de Orgullo y prejuicio tuvo que plegarse a la evidencia: Walter Scott era bueno, demasiado bueno.

El niño que escuchaba historias

Nacido en Edimburgo en agosto de 1771, Walter Scott era hijo de un abogado y de la hija de un respetable médico. Siendo muy pequeño le sobrevino la poliomielitis, que le dejó para siempre una cojera incipiente en su pierna derecha. Para intentar una curación desesperada, los padres enviaron al niño a la granja de sus abuelos, ubicada en las Tierras Bajas escocesas, en lo que se denomina Borders; es decir, la frontera con Inglaterra.

Allí, inmerso en un mundo rural cuajado de cuentos y de leyendas contadas junto al fuego, el pequeño Walter aprendió a amar las historias que le contaban sus abuelos y los habitantes de aquellas tierras. Esto introdujo en su alma una pasión hacia los relatos de índole pseudohistórica que ya nunca le abandonaría, y que tan útil le sería en su futura carrera como poeta y escritor.

Sin embargo, su actividad literaria no fue inmediata. Ya convertido en un inteligente y ardiente jovenzuelo, ingresa en la Universidad de Edimburgo para seguir los pasos de su padre (donde, por cierto, le imparte clases David Hume, el sobrino del gran filósofo). Se licencia en Derecho y entra a formar parte del bufet de su padre, para el que pronto realiza una desagradable misión: deberá partir a las Tierras Altas (las famosas Highlands escocesas) para desahuciar a una familia que no ha pagado su deuda.

Un primer amor al más puro estilo romántico

Corre el año 1796, y desde Alemania vienen los nuevos vientos del Romanticismo. Inglaterra se une al nuevo movimiento artístico-literario (al fin y al cabo, el monopolio del clasicismo está en Italia y Francia) y Scott empieza a traducir a Goethe al inglés.

Se despierta entonces en el joven aquel amor que sintiera en su niñez, que le impulsa a cantar las antiguas gestas del pasado de Escocia. Recordemos que una de las características del Romanticismo es ensalzar el pasado de la nación, sin importar si, para ello, la historia es falsificada o ligeramente cambiada.

En aquellos años, el joven Walter Scott se ha enamorado de una tal Williamina Belsches (1776-1810), la hija de un abogado con el que el bufet de los Scott mantiene un pleito. El ardoroso muchacho le pide matrimonio repetidas veces, y en cada una de ellas, Williamina le da una respuesta ambigua, que, al parecer, Scott interpreta como un sí. Cuando regresa de su viaje por las Highlands, nuestro autor ve con desesperación cómo ella se enamora de un baronet, William Forbes, con el que finalmente se casa. Para más inri, el noble en cuestión es amigo de Walter Scott.

El corazón roto del joven poeta no impide que siga con su tarea literaria; más bien, la alienta. Porque ¿qué mejor inspiración para un escritor romántico que un amor no correspondido? En 1802 aparece su primera obra, Trovas de la frontera escocesa, un recopilatorio de baladas inspirado en los antiguos cantos escoceses. A este poemario le siguen El canto al último trovador, publicado en 1805, y La dama del lago, de 1810, que son éxitos fulgurantes y consagran a Walter Scott como el nuevo bardo de moda.

¿El “inventor” de la novela histórica?

Animado por sus primeros éxitos literarios, Scott decide seguir su carrera como escritor, que combina con su trabajo de funcionario de la corona. En 1797, ya superada su decepción amorosa, contrae matrimonio con Margaret Charlotte Charpentier (1770-1826), una dama de origen francés a la que conoce en el Balneario de Gilsland, cerca del famoso Muro de Adriano. Margaret será su compañera fiel hasta la muerte de ella, acaecida en 1826.

Es precisamente su cargo como alguacil del condado de Selkirk y su puesto como secretario de los tribunales lo que empuja a Walter Scott a publicar sus obras bajo el anonimato. Aunque nos parezca mentira, en aquella época dedicarse a la escritura no estaba muy bien considerado en las altas esferas, y mucho menos la escritura de novela. Scott temía, pues, que su actividad literaria ensombreciera su estatus. La década de 1810 y, sobre todo, la de 1820 son extremadamente fructíferas para nuestro autor.

En 1814 aparece su primera novela histórica, Waverley, ambientada en 1745, durante las luchas entre ingleses y escoceses. El libro es un tremendo éxito y consagra a Scott como el gran maestro del relato histórico, al que, a partir de entonces, se dedicará con ahínco.

Mucho se ha hablado de Walter Scott como el “padre” de la novela histórica. Si bien es cierto que sus obras (especialmente una de sus obras maestras, Ivanhoe) sentaron las bases del género, no es menos cierto que ya existieron otros autores anteriores que lo cultivaron, como, por ejemplo, la novelista alemana Benedikte Naubert (1752-1819), autora de más de cincuenta novelas históricas y que, por desgracia, actualmente es una completa olvidada de la literatura. Parte de su silencio se debe, precisamente, a que Benedikte publicó sus obras en el anonimato y que, al contrario que Scott (del que todo el mundo conocía su autoría, aunque esta no fuera oficial), no se supo que su nombre estaba detrás de sus novelas hasta poco antes de su fallecimiento.

Grandes esperanzas

En 1820, con la publicación de Ivanhoe, Walter Scott alcanzó una fama sin precedentes en la historia de la literatura inglesa. Ese mismo año se le concedió el título de baronet de Abbotsford, por lo que se agregó el Sir a su nombre. Él y su familia (Walter, Margaret y sus cinco hijos) vivían holgadamente gracias a los ingresos como funcionario, a algunas rentas que les quedaban y, sobre todo, a las ventas de los libros de Walter, que no eran pocas. Todo parecía ir, en efecto, demasiado bien.

Deseoso de establecer también su propio negocio, Scott funda con un socio la editorial Constable, que se encargará en lo sucesivo de publicar sus libros. Sin embargo, el negocio no va bien, y en 1825 se declara en bancarrota. Ante la acuciante deuda (debe nada menos que 130.000 libras), el escritor se ve obligado a poner sus bienes en fideicomiso. La presión es tal que, al año siguiente, fallece Margaret, y Scott recibe otro duro golpe que dejará profunda huella en su espíritu.

Justo el mismo año de la muerte de su querida esposa, el público conoce oficialmente el nombre del autor de sus novelas preferidas, aunque, como ya hemos comentado, siempre ha sido un secreto a voces. En 1825 había aparecido su otra archiconocida novela, El talismán, ambientada en la Tercera Cruzada. Incansable, Scott escribe y escribe, hasta el final. En 1832 le sobreviene un derrame cerebral mientras se encuentra en su casa de Abbotsford, lo que le provoca una rápida muerte. Sus restos son despedidos solemnemente por una multitud de lectores que, con él, pierden a su gran contador de sueños.

Símbolo del Romanticismo

Adorado por la Inglaterra romántica como un auténtico dios de las letras, Walter Scott vivió su decadencia a principios del siglo XX, especialmente tras la Primera Guerra Mundial. El gusto había cambiado, y su lenguaje, florido y rimbombante, no tenía ya cabida para el nuevo siglo repleto de vanguardia. El escritor y crítico Edward Morgan Forster (1879-1970) fue especialmente duro con él en su ensayo Aspects of the Novel (1927), en el que lo destacaba como autor de novelas lentas y pesadas.

Actualmente, Walter Scott ha recuperado el sitio que merece en la literatura. Y es que, más allá de gustos personales, su obra es un prodigio de imaginación que aúna historia y fantasía en unos marcos incomparables y con unos personajes inolvidables, como la valiente Rebecca (Ivanhoe) o Jeanie Deans (El corazón de Mid-Lothian). Los autores de novela histórica tienen una deuda, y no pequeña, con el gran bardo escocés.

  • Bautz, A., Walter Scott, el hombre que se inventó Escocia, artículo de BBC History Extra Magazine, agosto de 2021
  • Fernández, T. y TAMARO, E., Biografía de Sir Walter Scott, publicado en Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea, 2004
  • Sadurní, J.M., Sir Walter Scott, el gran creador de bestsellers, artículo de Historia National Geographic, abril de 2022
  • Scott, W. (2017), Ivanhoe, Penguin Classics
  • Scott, W. (2012),Waverley, Penguin Classics
  • Wilkinson, J. W., Escocia: una nación de ficción firmada por sir Walter Scott, artículo publicado en La Vanguardia, julio de 2020.

Periodista

Licenciada en Humanidades y Periodismo por la Universitat Internacional de Catalunya y estudiante de especialización en Cultura e Historia Medieval. Autora de numerosos relatos cortos, artículos sobre historia y arte y de una novela histórica.

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