Vivimos en una época en la que aburrirse parece casi un pecado. Basta con unos segundos de espera para que el dedo busque automáticamente una pantalla, redes sociales, mensajes, música, noticias, cualquier cosa que “llene” el tiempo. Estar ocupados se ha vuelto una forma de validación personal y social. Y no hacer nada, en cambio, suele generar culpa, inquietud o sensación de pérdida.
En este contexto, el aburrimiento ha sido declarado enemigo. Se lo evita, se lo tapa, se lo niega. Pero… ¿y si aburrirse no fuera tan malo? ¿Y si ese malestar momentáneo fuera en realidad un espacio fértil, una puerta hacia algo más profundo?
Empieza hoy tu viaje de bienestar
Accede a una amplia red de psicólogos calificados. Empatía y experiencia a tu servicio.


Este artículo propone hacer una pausa para mirar al aburrimiento de frente, entender qué es, por qué nos incomoda tanto y, sobre todo, qué valor psicológico puede tener si nos animamos a dejar de huir de él constantemente.
¿Qué es el aburrimiento?
El aburrimiento es una experiencia universal; todos lo hemos sentido alguna vez. Pero, aunque lo reconocemos fácilmente, no siempre entendemos qué hay detrás de esa sensación incómoda de no saber qué hacer, de que “nada alcanza” o “nada interesa”.
Desde la psicología, el aburrimiento se define como un estado emocional de baja estimulación, en el que la persona percibe que su entorno no le ofrece suficiente interés, novedad o propósito. No se trata solo de estar sin actividad, sino de sentirse desconectado de lo que uno hace o de lo que tiene disponible para hacer.
Existen distintos tipos de aburrimientos que todos conocemos, por ejemplo, cuando estamos en un contexto poco estimulante como una reunión larga o una fila interminable. Un aburrimiento existencial, más profundo, relacionado con la sensación de vacío o falta de sentido. Y un tipo más sutil, el aburrimiento por sobreestimulación, cuando después de recibir demasiados estímulos, sean pantallas, tareas o compromisos, aparece una especie de “anestesia emocional”, como si nada nos motivara.
Aunque muchas veces lo vivimos como algo negativo, el aburrimiento cumple una función adaptativa; es una señal interna de que algo necesita cambiar. Puede ser una invitación a movernos, a crear, a conectar con deseos más auténticos o simplemente a pausar. Pero debemos tener en cuenta que no todo lo que parece aburrimiento es inofensivo. Cuando esta sensación es persistente, se combina con apatía, tristeza o pérdida de sentido generalizada, puede estar encubriendo síntomas depresivos. En esos casos, es importante buscar orientación profesional para hacer un diagnóstico adecuado. Aburrirse ocasionalmente es normal; perder el interés vital en forma sostenida, no lo es.
- Artículo relacionado: "Las 6 diferencias entre aburrimiento y apatía: ¿cómo distinguirlos?"
¿Por qué el aburrimiento nos incomoda tanto hoy?
En otras épocas, el aburrimiento era una parte más del ritmo cotidiano. Existían tiempos muertos, espacios de espera, momentos sin nada que hacer. Hoy, en cambio, vivimos en una cultura que demoniza la pausa y glorifica la productividad. Estar ocupado no solo es la norma, sino también una forma de mostrar valor personal.
Este rechazo al aburrimiento tiene varias raíces. Vivimos expuestos a un flujo incesante de estímulos: notificaciones, contenidos, tareas múltiples. Todo está diseñado para captar nuestra atención de forma inmediata. En este entorno, cualquier momento de “vacío” se percibe como intolerable. Nos hemos desacostumbrado a estar solos con nosotros mismos, sin distracciones externas. El tiempo libre ya no se vive como descanso, sino como oportunidad para “hacer algo útil”. Incluso el ocio debe ser productivo: leer algo que nos forme, hacer ejercicio, aprovechar cada minuto.
En este contexto, aburrirse parece un fracaso o una pérdida de tiempo. Muchas personas expresan que el aburrimiento no les molesta por sí mismo, sino por lo que aparece en ese silencio que el aburrimiento trae consigo. Para algunas personas, quedarse sin estímulos externos implica tener que escuchar el ruido interno de pensamientos ansiosos, emociones difíciles, sensación de soledad o desconexión existencial.
En esos momentos, el aburrimiento actúa como una especie de espejo emocional, nos confronta con lo que venimos tapando a través del hacer constante. No se trata, entonces, solo de incomodidad, sino de miedo a lo que pueda aparecer en ese espacio vacío. El silencio, lejos de sentirse como un lugar fértil o creativo, puede vivirse entonces como una amenaza. Por eso, muchas veces evitamos el aburrimiento no porque no sepamos qué hacer, sino porque no sabemos cómo estar con nosotros mismos cuando no hacemos nada.
Aunque solemos ver al aburrimiento como un estado inútil o incómodo, cada vez más investigaciones y experiencias clínicas lo reconocen como un espacio fértil, especialmente si aprendemos a no taparlo de inmediato. Lejos de ser un problema, puede convertirse en una oportunidad. El aburrimiento puede funcionar como un disparador creativo. Cuando el entorno no nos estimula, el cerebro comienza a buscar internamente nuevas ideas, asociaciones y posibilidades.
Es en esas pausas sin dirección concreta donde muchas veces surgen soluciones inesperadas, proyectos personales o momentos de inspiración. Aburrirse enseña a esperar, a sostener la incomodidad sin actuar de inmediato. Esto es clave tanto en la infancia como en la vida adulta.
En un mundo donde todo es inmediato, el aburrimiento puede ser una especie de “gimnasia emocional” para fortalecer la paciencia, la flexibilidad mental y la capacidad de demorarse sin desesperar. También puede abrir una puerta hacia adentro. En la pausa, aparece la posibilidad de escuchar nuestros propios ritmos, deseos, necesidades o estados emocionales. Puede ser una oportunidad para preguntarnos: “¿Qué necesito realmente?”, “¿Qué me pasa cuando no tengo nada que hacer?”, “¿Qué deseo y no me estoy permitiendo?, literalmente de que tengo ganas?
Esta conexión, aunque a veces incómoda, fortalece el autoconocimiento y esto nos hace poseedores de más herramientas para afrontar nuestro interior y sentirnos mejor. Cuando dejamos de ver el aburrimiento como un enemigo, empezamos a recuperar el derecho al descanso real. No todo tiene que ser útil, productivo o valioso para los demás. A veces, simplemente estar, sin hacer, ya es un acto reparador.
- Quizás te interese: "¿El aburrimiento nos aleja de la felicidad?"
Un apartado especial: el aburrimiento en la infancia
En los últimos años se ha vuelto cada vez más común ver a adultos preocupados porque sus hijos “se aburren”. Ante la queja infantil “me aburro, no sé qué hacer”, muchos padres sienten que deben intervenir de inmediato, ofreciendo actividades, juguetes o pantallas para mantenerlos entretenidos. Sin embargo, esta reacción, aunque comprensible, puede estar privando a los niños de una experiencia fundamental para su desarrollo. El aburrimiento en la infancia no es un problema que haya que eliminar, sino, como dijimos antes, un espacio que puede favorecer habilidades y herramientas.
Cuando no hay propuestas externas, el niño empieza a inventar, imaginar, transformar objetos en mundos, usar el cuerpo y la mente en libertad. El juego espontáneo, no dirigido, es uno de los mayores motores del desarrollo creativo, emocional y social. También desafía al niño a encontrar sus propios recursos. ¿Qué puedo hacer con lo que tengo? ¿Qué me gusta? ¿Qué me interesa? Es un espacio que fomenta la autonomía, la exploración y el contacto con el deseo propio, algo fundamental para construir identidad.
Poder atravesar ese momento incómodo en el que “no pasa nada” ayuda a desarrollar herramientas para gestionar el malestar sin huir de él. En la vida adulta, esta habilidad será central para enfrentar tiempos de espera, cambios, frustraciones o transiciones inevitables.
Muchas veces observamos cómo una infancia con tiempos sobrecargados y sin espacios vacíos puede generar adultos con baja tolerancia al aburrimiento, la soledad o la pausa. Por eso, más que llenar el tiempo de los niños, es importante enseñarles a habitarlo.
Aprender a aburrirnos puede parecer un acto de rebeldía silenciosa. Pero, como vimos, el aburrimiento no es solo un momento incómodo para evitar, sino una oportunidad valiosa para crecer, crear y conectar con nuestro interior. Reaprender a habitar esos espacios de silencio y vacío es, en definitiva, reconectar con nosotros mismos. Es permitirnos respirar, sentir, imaginar y descubrir qué queremos más allá del ruido constante.

Silvana Weckesser
Silvana Weckesser
Magister En Psicología. Especialista en Clínica.Escritora
Es en el vacío donde muchas veces nace lo nuevo. Podemos empezar por pequeños momentos sin estímulo y ver qué aparece. Aburrirse no es fracasar, es una sensación humana y por lo tanto es conveniente escucharla. Como adultos, y también como padres, podemos empezar a cambiar la cultura del “no aburrirse nunca” por una cultura que valore la pausa, el tiempo libre auténtico y el encuentro con el silencio interno. De este modo, abrimos camino a una vida más rica, creativa y emocionalmente saludable.
¿Y vos? ¿Te animas a darle una oportunidad al aburrimiento?