Nos dan una mala noticia: alguien a quien amamos ha muerto inesperadamente. Nos quedamos pálidos, paralizados, sin saber qué hacer y con la mirada perdida.
Nos llaman por nuestro nombre, pero no reaccionamos. Hacemos todas estas cosas porque estamos en estado de shock, y la impresión de la noticia o evento nos impide procesar los hechos de manera normal. Nuestra mente ha quedado bloqueada, se encuentra en una especie de limbo.
No estamos hablando de algo infrecuente: sea por este u otros motivos en ocasiones tenemos reacciones o bloqueos de gran intensidad debidos a situaciones que no podemos gestionar y que producen una gran ansiedad. Analicemos a continuación qué es, cuando aparece y que supone entrar en estado de shock a nivel psicológico.
¿Qué es el estado de shock?
El estado de shock nervioso es una reacción emocional y fisiológica de gran intensidad ante sucesos altamente estresantes y traumáticos que o acaban de suceder o hemos conocido o procesado en ese momento. Dichas reacciones pueden incluir desde ansiedad, pérdidas de consciencia, visión en túnel, síntomas disociativos, rabia, ira, llanto, risa nerviosa, temblores, taquicardias o incluso una completa indiferencia y falta de reacción.
Lo más habitual es que o bien se presente un embotamiento afectivo y pérdida de habilidades cognitivas o bien una reacción histérica y/o agresiva ante el hecho.
Reacción ante sucesos traumáticos: shock emocional
El estado de shock es un choque emocional que puede darse por múltiples motivos siempre y cuando estos sean muy significativos, tanto a nivel de vivencia personal como de observación o notificación de un suceso.
Si bien ocasionalmente puede aparecer en circunstancias positivas que nos causen gran emoción (contrataciones inesperadas, grandes logros, cumplimiento de objetivos vitales, ganar la loteria, etc.), generalmente el estado de shock aparece ante situaciones y acontecimientos traumáticos y aversivos (por ejemplo, son motivos habituales de que entremos en estado de shock la una muerte de un ser querido, una violación, un accidente, la pérdida de facultades físicas o psíquicas, una ruptura o rechazo amoroso o un despido).
Es importante tener en cuenta que el estado de shock emocional es una respuesta normal, y no algo patológico, que ocurre de una manera transitoria durante un periodo de tiempo relativamente corto (desde minutos a varios días). No es algo que tenga que ver con un funcionamiento anormal del cuerpo, ya que normalmente el estado de shock aparece ante situaciones muy inusuales en las que está justificada la implicación emocional.
¿Qué nos hace entrar en este estado?
Hemos dicho ya que el desencadenante del estado de shock es un evento traumático o muy estresante para nosotros. ¿Pero qué condiciones ha de tener este suceso en sí para que aparezca?
Por norma general, en lo que se refiere al suceso en cuestión se considera que para que una situación genere el estado de shock esta ha de ser percibida como extremadamente dañina y dolorosa para el sujeto (o bien lo contrario si el shock es por algo positivo). Es decir, que se da una situación en la que todo nuestro sistema nervioso se activa para responder a una situación compleja en la que hay mucho en juego y en la que deberíamos responder de manera rápida.
También es necesario que sea inesperada y que no tengamos o creamos tener poder de decisión o control sobre ella. Así, podemos considerar que lo que causa el estado de shock es la percepción del suceso más que el propio suceso per se.
Siendo pues la percepción del evento lo que provoca la reacción psicoemocional y fisiológica propia del shock y teniendo en cuenta que no todo el mundo experimenta este estado de la misma forma en las mismas situaciones, es innegable que ha de haber variables internas de la persona que experimenta este fenómeno implicadas en la vivencia del estado de shock.
La configuración de neurotransmisores y estructura neuronal, el tipo de personalidad y autoestima, las experiencias previas vividas y el valor otorgado al tipo de evento que se llega a considerar traumático son ejemplos de características que van a afectar a si se presenta o no un estado de shock emocional, su intensidad y el tipo de reacción que se va a desencadenar.
Shock y trastornos por estrés
Es frecuente que se hable de entrar en estado de shock en situaciones en las que aparecen trastornos por estrés. De hecho, se podría considerar que sería un primer paso que nos puede situar entre la vivencia de un evento traumático y el padecimiento o no padecimiento de un trastorno por estrés, sea agudo o postraumático.
Esto es debido a que se considera el choque emocional o estado de shock una primera fase, aguda y de impacto, en el proceso de reaccionar al suceso traumático. En esta situación el trauma aún no se ha terminado de procesar, siendo las primeras reacciones de incredulidad y de una reacción directa a conocer determinado evento que aún no hemos aceptado.
Dicha fase puede durar de unos minutos a unos días, siendo en este momento de shock inicial la fase en la que suelen aparecer los procesos de negación del suceso típicos del duelo por una pérdida. Posteriormente aparece una segunda en la que aparece la continuación de los mismos síntomas anteriores, pero esta vez empezándose a asimilar el hecho.
Es en este punto en que podría aparecer el trastorno por estrés agudo, en el que aparecería la evitación de situaciones parecidas o que recuerdan al trauma y se presentaría un conjunto de problemáticas tales como la reexperimentación persistente de parte del suceso, hiperactivación o síntomas disociativos como la despersonalización. Y si los síntomas se mantuviesen durante más de tres meses, el diagnóstico podría ser el de trastorno por estrés postraumático.
Tratando el estado de shock
Estar en estado de shock ante una situación muy dolorosa es algo normal. Es un proceso por el que es necesario pasar y que normalmente acabará remitiendo por sí solo según la persona integre el suceso en su realidad.
Sin embargo, según la intensidad de la reacción (pueden por ejemplo aparecer crisis de ansiedad) o la ausencia de ésta puede ser de ayuda para gestionar la situación el acompañamiento y asesoramiento psicológico en los primeros momentos. Si la reacción es muy intensa pueden aplicarse técnicas de relajación y respiración o incluso puede llegar a administrarse un tranquilizante. En este sentido, la posibilidad de prestar Primeros Auxilios Psicológicos es muy positiva.
Teniendo en cuenta que en ocasiones el shock viene de la notificación de algo inesperado, es necesario tener en cuenta cómo se comunica y el tipo de persona a la que se le comunica, requiriendo de una aproximación diferente en función del individuo. Por ejemplo, se puede suavizar la reacción emocional si se da de una manera tranquila o cercana una mala noticia, mientras que demorarla o precipitarla en exceso puede prolongar la angustia y causar una ansiedad anticipatoria previa al propio shock. La empatía es crucial en estos casos.
Posteriormente puede trabajarse para prevenir la aparición de trastornos por estrés agudo o postraumático, y en el caso de que aparezcan estos trastornos se pasaría a trabajar sobre ellos y tratarlos de manera adecuada (siendo técnicas de exposición, reestructuración cognitiva y técnicas de relajación algunas de las estrategias más eficaces).
Referencias bibliográficas:
- American Psychiatric Association. (2013). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Quinta edición. DSM-V. Masson, Barcelona.