La palabra angrofobia hace referencia al miedo excesivo al enojo. Se trata de un miedo al enojo ajeno y también del miedo enojarse o a ser percibida como una persona “enojona”. Aunque es un fenómeno que no ha sido estudiado por la psicopatología, es un término que es utilizado con cierta frecuencia en el lenguaje coloquial, cuestión que hace que valga la pena revisarlo.
Veremos a continuación qué es la angrofobia así como algunas hipótesis sobre sus causas y consecuencias.
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¿Qué es la angrofobia?
Como su nombre lo dice, la angrofobia es el miedo irracional o excesivo al enojo. Se trata, por un lado, del miedo a enfadarse. Esto quiere decir que se teme a experimentar sentimientos de ira, enfado, molestia o disgusto hacia una o varias personas. Por otro lado, se trata de un miedo a que otras personas experimenten dichos sentimientos hacia uno mismo.
Al tratarse de una fobia, podemos decir que el miedo irracional que la caracteriza surge de la combinación de eventos estresantes externos, pudiendo estos ser objetivamente nocivos, o no; con un determinado esquema personal de afrontamiento hacia dichos eventos.
Aunque no en todos los casos ocurre, las fobias pueden generar un malestar clínicamente significativo, es decir, pueden afectar la forma en la que la persona realiza sus actividades cotidianas. Si se trata de una fobia a la emoción del enojo, lo más probable es que, de producirse dicho malestar, afectaría la forma en que la persona se relaciona.
Es decir, en tanto que el enojo es una de las emociones básicas y está presente en las interacciones más cotidianas, una persona con miedo a dicha emoción puede tener alguna dificultades para establecer y mantener los vínculos interpersonales. Por lo mismo podría ser considerada un tipo de fobia social.
No obstante, dicha fobia, como hemos dicho, no es una enfermedad ni un cuadro clínico que esté reconocido como tal por especialistas. Se trata de un término que forma parte del lenguaje coloquial y que se utiliza más en la narrativa literaria para expresar el temor al enojo, y también a sus consecuencias.
¿Por qué temer al enfado?
El enojo es una emoción que ha sido tradicionalmente estudiada y analizada como una “emoción negativa”. Por un lado se ha catalogado así por su asociación con situaciones de conflicto que involucran una serie de malestares físicos que van desde el aumento del flujo sanguíneo, hasta el aumento del ritmo cardiaco y la presencia de una cantidad importante de energía, que en ocasiones puede canalizarse de manera agresiva o violenta.
A partir de lo anterior es que hemos generado toda una serie de normas sobre ante quién, cuándo, cómo y en dónde es adecuado enojarnos, y en qué circunstancias o hacia qué personas no.
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La socialización contradictoria del enfado
La socialización por la que muchas personas hemos pasado mediante el enojo ha sido la de frenarlo, o en todo caso, intercambiarlo por calma, control, desahogo, pausas, o mediante minimizar las situaciones por las que nos hemos enojado. Incluso, lo anterior ha ocurrido mediante catalogarse de “tontos” una vez nos hemos enojado. Desde jóvenes se nos pide, por un lado, evitar experimentar enojo, o por lo menos evitar que su expresión sea notoria; y por otro lado, se nos demanda lo contrario: expresarla, ya que es la mejor manera de canalizar adecuadamente (Renata-Franco y Sánchez Aragón, 2010).
La educación emocional hacia el enojo ha sido entonces contradictoria, lo que muchas veces forma parte tanto del seno familiar como de la escuela, los medios de comunicación y las propias teorías científicas sobre las emociones. Así pues, se ha generado y generalizado una cultura de miedo a las emociones negativas, como el enojo, por la idea de que estas últimas nos pueden impedir tanto la felicidad y logro de objetivos personales, como la interacción y el cumplimiento del deber ser social.
Del rechazo al miedo a las “emociones negativas”
Si vamos un poco más allá y somos más específicos en este asunto, podemos ver que, de hecho, hay algunos perfiles de individuos a quienes se les ha permitido histórica y socialmente sentir o expresar su enojo de ciertas formas; y hay otros perfiles de individuos a quienes las mismas formas se les han negado. Por poner un ejemplo, el enojo externalizado en la forma de agresión física o de palabras altisonantes, puede estar más socialmente aceptado en la masculinidad que en la feminidad.
Ante una reacción de este tipo, las personas pueden después recibir reprimendas y rechazos distintos. De hecho, es común utilizar el adjetivo “enojado” o “enojada” para hablar de ciertas personas y justificar las pocas intenciones de convivir con ellas. Está cuestion es una de las que puede desencadenar un miedo progresivo al enojo y una negación de dicha emoción que desencadena en temores irracionales.
En este sentido, la angrofobia puede manifestarse de distintas maneras en distintas personas: algunas pueden tener miedo a ser percibidas como enojonas, y rechazadas socialmente gracias a dicha percepción; y otras, pueden tener miedo a desencadenar el enojo ajeno. La consecuencia en cualquier caso puede ser la de evitar expresar opiniones, pensamientos o conductas determinadas por miedo a ser percibidas como personas que se enojan fácilmente, o bien, por temor a que los demás se enojen con ellas.
Tratamiento del miedo irracional al enojo
Después de haber experimentado una educación emocional contradictoria sobre las emociones negativas como el enojo, y sin haber reforzado esquemas de afrontamiento sólidos ante las situaciones conflictivas que pueden provocar dicha emoción, es de esperarse que algunas personas desarrollen una necesidad excesiva de evitar el enojo en todas sus expresiones.
Como ocurre cuando se desarrolla de manera excesiva cualquier necesidad, la exposición ante el evento que desencadena el estrés (en este caso, el enojo), puede provocar malestares importantes, que van desde estados de estrés o de ansiedad, y sus correlatos físicos, hasta pensamientos obsesivos y conductas de retraimiento que protegen del evento percibido como riesgoso.
Por lo anterior, una manera de prevenir la angrofobia es analizar los componentes que rodean dicho temor irracional y trabajar de conciliar, fuera de la contradicción, una educación emocional verdaderamente orientada a la asertividad. Es necesario trabajar con profesionales de la salud mental que guíen el proceso a través de la psicoterapia.