Paola tiene 28 años y, hasta hace no mucho, solía tener una energía que parecía inagotable. Era de esas personas que encuentran belleza en lo cotidiano, que hacen de lo simple algo interesante, y que suelen contagiar entusiasmo sin proponérselo.
Su trabajo creativo no solo era su fuente de ingresos, también una parte importante de su identidad. Sin embargo, con el paso del tiempo, empezó a notar que algo se había desdibujado dentro de ella.
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No estaba particularmente triste, pero se sentía vacía, desconectada y desconcentrada. No lloraba con frecuencia, ni hablaba de sentirse mal. Simplemente había dejado de sentirse. Cuando, un par de meses después, recibió el diagnóstico de depresión, todo cobró sentido. Aun así, le costó aceptar que eso que le ocurría tenía ese nombre, porque su experiencia no coincidía con la idea que siempre había tenido sobre cómo se ve una persona deprimida.
Lo cierto es que su historia no es una excepción, y probablemente se parece a la de muchas personas que aún no lo saben.
¿Cuánta gente vive con depresión sin saberlo?
La depresión es un tema mucho más presente de lo que suele reconocerse públicamente. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, se ha convertido en una de las principales causas de discapacidad a nivel global. No es una rareza ni algo que ocurra solo en contextos extremos. De hecho, muchas personas la experimentan sin ser conscientes de ello, y no porque estén en negación, sino porque no siempre es fácil identificarla.
En países como España, se estima que afecta a alrededor del 5% de la población, aunque los datos reales podrían ser mayores, ya que muchas personas no llegan a consultar nunca con un profesional.
Hay varios factores detrás de esto: la falta de información, el estigma asociado a los trastornos mentales, la idea errónea de que hay que “aguantarse” o que “ya pasará”, e incluso el acceso limitado a servicios de salud mental. Todo eso hace que mucha gente conviva con síntomas depresivos durante meses o años sin ponerles nombre, simplemente pensando que han perdido el interés en la vida o que están atravesando una etapa gris.
La depresión no se manifiesta siempre con tristeza intensa o crisis emocionales. Hay quienes la viven con una especie de adormecimiento interno, una fatiga que no desaparece con descanso, una desconexión emocional que no se arregla con un viaje o una charla. Por eso es importante entenderla desde una perspectiva más amplia.
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Apatía y desinterés: no siempre es pereza o desmotivación
Es común confundir algunos síntomas de la depresión con estados emocionales pasajeros. A todos nos puede pasar que estemos menos motivados en ciertos momentos, pero cuando esa falta de energía se convierte en algo constante, cuando lo que antes nos daba placer ahora nos resulta indiferente, o cuando simplemente nada logra generar una emoción clara, conviene mirar más de cerca lo que está ocurriendo.
La depresión muchas veces se presenta de forma silenciosa, con una mezcla de cansancio crónico, dificultades para concentrarse, irritabilidad y una profunda sensación de falta de propósito. No tiene por qué haber un motivo evidente. No siempre hay una pérdida, un trauma reciente o un conflicto concreto. A veces, simplemente se instala.
Además de la apatía, hay otras señales que pueden indicar que se trata de algo más que una racha complicada: alteraciones en el apetito, cambios en los hábitos de sueño, dificultad para disfrutar de las relaciones personales, pensamientos repetitivos sobre el sinsentido de la vida o incluso la idea de desaparecer.
También hay quienes experimentan síntomas físicos sin causa aparente, como dolores de cabeza persistentes, tensión muscular o molestias digestivas. En los hombres, en particular, es frecuente que la depresión se manifieste como irritabilidad, conductas impulsivas o necesidad de evasión. En adultos mayores, muchas veces se interpreta como “desgano por la edad”, cuando en realidad puede tratarse de una depresión no diagnosticada.
Conocer estos matices ayuda a tomar decisiones más informadas, pero no sustituye una evaluación profesional. Informarse es útil, pero intentar resolverlo todo en soledad o automedicarse puede complicar aún más el panorama. Saber identificar ciertas señales permite dar el primer paso, pero no reemplaza el acompañamiento necesario.
¿Qué opciones tengo si sospecho que algo no está bien?
Si algo de lo que estás leyendo te resuena, o si llevas tiempo sintiendo una inexplicable desconexión de lo que antes te importaba, compartimos contigo algunas claves que pueden ayudarte:
1. Hablar con un profesional puede abrirte nuevas perspectivas
Lo mejor que puedes hacer es permitirte explorar esa posibilidad con la ayuda de alguien que sepa guiarte. Pedir ayuda es una señal de que reconoces que algo no encaja del todo, y que estás dispuesto o dispuesta a entenderlo mejor.
Terapias como la cognitivo-conductual pueden ser especialmente útiles si sientes que tu mente va en piloto automático. Esta herramienta te permite reconocer los pensamientos que generan tu malestar y practicar nuevas formas de reaccionar ante tus emociones.
2. Algunas cosas pequeñas que también pueden ayudarte
Además del acompañamiento profesional, hay ciertas prácticas sencillas que pueden darte algo de estabilidad mientras avanzas. No necesitas hacer grandes cambios, pero sí prestar atención a lo básico: mantener horarios más o menos regulares, comer aunque no tengas mucha hambre, salir a tomar aire, moverte aunque no tengas ganas, o buscar momentos con personas con quienes no tengas que fingir.
No se trata de fingir bienestar, sino de crear rutinas mínimas que te sostengan, incluso cuando lo demás parece estar en pausa.
3. Deja de exigirte estar como siempre
Otra parte importante del proceso es dejar de exigirte funcionar al mismo ritmo que antes. Cuando algo dentro de ti no está bien, seguir como si nada te pasa factura. A veces, cuidarte empieza por ajustar tus expectativas y hablarte con un poco más de paciencia. No es rendirse, es entender que no estás en el mismo punto que antes, y por lo tanto, no puedes tratarte igual.
Pensar la salud mental como parte de la vida cotidiana
Hablar de salud mental debería ser tan común como hablar de nutrición o ejercicio. No se trata únicamente de evitar diagnósticos, sino de cultivar un espacio interno donde sea posible estar en paz, incluso cuando las cosas fuera no marchan del todo bien. La salud mental no es la ausencia de problemas, sino la capacidad de hacerles frente sin romperte por completo.

Tomas Santa Cecilia
Tomas Santa Cecilia
Psicologo Consultor: Master en Psicología Cognitivo Conductual
Sabemos que hay muchas barreras: falta de recursos, servicios limitados, estigmas sociales. Pero mientras todo eso se transforma (porque sí, hay cambios que tienen que ocurrir a nivel estructural) también podemos empezar a cambiar nuestra forma de mirar y nombrar lo que sentimos. Validar lo que nos pasa, permitirnos preguntar sin sentir culpa o vergüenza, y hablar de estas cosas con más naturalidad puede abrir caminos.
Porque cuando la vida empieza a sentirse plana, cuando nada parece tener brillo, lo más probable es que algo más profundo esté ocurriendo. Y darle nombre a eso, sin minimizarlo ni disfrazarlo, es una forma de empezar a cuidarse.


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