Una de las características de nuestra especie como seres humanos es la predisposición que mostramos a pensar a medio y largo plazo. Gracias a nuestra capacidad de pensamiento abstracto, se nos da muy bien hipotetizar con un alto grado de detalle acerca de lo que podría ocurrir dadas ciertas circunstancias.
Esta habilidad nos permite solucionar problemas complejos “experimentando” en nuestra imaginación y realizando predicciones acerca de las consecuencias de nuestras acciones, lo cual hace posible que orientemos parte de nuestras vidas a lograr metas a meses o años vista. Es un fenómeno que no ocurre con la mayoría de especies animales, más orientadas hacia la inmediatez: la evitación de peligro físico, la interacción inmediata con seres vivos cercanos, etc.
Ahora bien, toda habilidad psicológica vinculada al pensamiento abstracto va de la mano de nuevas maneras de desarrollar problemas psicológicos. Y la facilidad con la que hipotetizamos sobre el futuro no es una excepción a esto: en la otra cara de la moneda se encuentran elementos de malestar emocional como el miedo al futuro.
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¿Qué es el miedo al futuro como problema psicológico?
Tal y como he adelantado, el miedo al futuro es una de las consecuencias naturales de nuestra habilidad de pensar a largo plazo y realizar predicciones.
Esto es así porque la mente humana muestra una predisposición a “rellenar” vacíos de información, es decir, utilizar la información limitada de la que disponemos para luego procesarla y extraer conclusiones que queden por encima de lo que ignoramos, ocultándolo y aportándonos una sensación de que sabemos más de lo que realmente conocemos sobre la realidad.
Este sesgo que consiste en sobreestimar la información con la que contamos no existe por causalidad: actúa como un elemento pragmático que nos lleva a tomar decisiones y pasar a la acción incluso cuando estamos muy lejos de saber lo que nuestros actos desencadenarán.
Sin embargo, a veces se dan una serie de circunstancias que nos dejan sin el amparo de ese sesgo optimista acerca de nuestros conocimientos, y nuestro foco atencional pasa de estar dirigido a lo que (creemos que) sabemos, a estar orientado a aquello que no sabemos.
Esto no es algo necesariamente malo: a veces, nos ayuda a replantearnos nuestras creencias y nuestros esquemas de interpretación de la realidad, permitiéndonos superar crisis o adaptarnos a situaciones cualitativamente distintas a aquello a lo que estamos acostumbrados. Dar un paso atrás y replantearnos nuestra manera de pensar y de tomar decisiones puede servir para apreciar matices que de otro modo habríamos pasado por alto.
Pero sí es cierto que en otras ocasiones, el miedo al futuro pasa de ser una etapa de la adaptación a un reto, a ser un obstáculo que nos bloquea y nos impide avanzar.
En situaciones de este tipo, entramos en un círculo vicioso en el que el propio malestar causado por ese temor nos recuerda una y otra vez que nos falta información importante, que estamos obligados a asumir ciertos riesgos y a gestionar la incertidumbre. Y como nos vemos ante la necesidad de “superar” esas ambigüedades y falta de información a la vez que nos sentimos mal, tendemos a traer hacia nosotros pensamientos catastróficos, predicciones vinculadas a emociones dolorosas.
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¿Cómo se aborda el miedo al futuro en terapia?
Muchos pacientes que acuden al psicólogo sufren un problema relacionado con los pensamientos catastróficos sobre su futuro. Se ven incapaces de tomar decisiones, y como aplazan una y otra vez el momento de elegir una opción acerca de lo que deben hacer, los problemas se les van acumulando, con lo que su malestar va creciendo.
Estos pensamientos catastróficos asociados al miedo al futuro tienen a veces un componente obsesivo, y otras veces son parte de una depresión. En uno de estos casos, la persona trata por todos los medios de neutralizar ese temor al futuro buscando soluciones que eliminen la incertidumbre, consiguiendo el efecto contrario al deseado; en el otro caso, el miedo al futuro se basa en el hecho de haber adoptado una mentalidad muy pesimista acerca de aquello de lo que uno es capaz y acerca del funcionamiento del mundo.
Saber diferenciar estos dos tipos de alteraciones con características similares es muy importante, ya que las terapias psicológicas a utilizar son diferentes dependiendo de cuál sea el origen del problema.
Por ejemplo, si el componente obsesivo es el que predomina, cobrarán protagonismo las técnicas de gestión de la ansiedad y de aceptación de un cierto nivel de malestar emocional, para que de ese modo la persona deje de alimentar el círculo vicioso de pensamientos intrusivos. Y si predomina el componente depresivo, se ayuda a la persona a mejorar su autoestima y a involucrarse en patrones de comportamiento mediante los cuales se auto-obligue de pasar de los pensamientos a la acción: de ese modo, el estado emocional propiciado por esas acciones y la liberación de hormonas asociada a ello le ayudará a salir de ese bache emocional.
Froilan Ibáñez
Froilan Ibáñez
Psicólogo Clínico Educativo y pericial
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