Los terapeutas contamos con el privilegio diario de sentarnos con nuestros clientes y establecer relaciones con una variedad de personas que quizás en otras profesiones o ámbitos de la experiencia humana no resultarían tan accesibles.
Este hecho, al menos para mí, es un regalo que enriquece nuestra experiencia profesional e incluso personal y permite ahondar en nuestro conocimiento profundo del ser humano, deseo de saber que creo inherente a cualquier profesional que se dedique a la psicoterapia.
A través de nuestra intervención nos vinculamos con las almas que acuden a nuestra consulta y acompañamos su sufrimiento de la mejor manera que sabemos.
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El sufrimiento del paciente
Sin excepción, todas las personas que tenemos la suerte de acompañar llegan a nuestros centros con, en la mayoría de casos, una cantidad mayor o menor de sufrimiento en forma de un estado de desregulación emocional.
A día de hoy, ya sabemos que una hiper-activación del estado emocional o una hipo-activación del mismo no son fenómenos abstractos, sino que son procesos fisiológicos que pueden ser bien medidos en nuestro sistema nervioso.
La variación en nuestro estado de activación emocional va a depender fundamentalmente de dos variables; por un lado, nuestro temperamento, y por el otro, todas las experiencias que conforman nuestra historia de vida.
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¿Qué somos las personas?
El temperamento nos va a venir dado, va a conformar la mano de cartas de esa baraja con las que venimos a jugar en nuestro viaje por la vida y nos determinará como seres más emocionales - perceptivos o más analíticos – estructurados.
Los primeros atesoran la impronta de vivir las emociones, como suelo trasladar yo a mis pacientes, en alta definición. Tanto los estados regulados como los más perturbadores serán para ellos un disfrute y un reto en la gestión emocional.
Los segundos tienen el reto de reconectar con su cuerpo y sentir su experiencia de vida, ya que su impronta les lleva hacia la atenuación de su fuente de energía principal que son sus emociones.
Sabemos también que el primer grupo tiene en su sistema nervioso un predominio del hemisferio derecho cerebral, gestor natural de lo visual, perceptivo, creativo; y en los segundos es predominante el hemisferio izquierdo, gestor del análisis y del procesamiento más anclado en la realidad.
Por su parte, las experiencias de vida van a ir conformando nuestro yo y situándonos también en un nivel de activación emocional, base en el que adquiriremos la tendencia a movernos la mayoría del tiempo.
De especial importancia son las experiencias vividas en los primeros años de vida, y sobre todo las vividas con las figuras de vínculo (madre, padre o cuidadores principales).
Desde bien temprano, todas las personas vamos a necesitar vivir experiencias en las que sintamos que hay una mirada que nos aporte la seguridad necesaria para comenzar el camino de la exploración y la autonomía.
Seguridad básica o alerta básica
Un porcentaje muy alto de las personas que acuden a terapia no han tenido la suerte de tener esa mirada emocional puesta sobre ellos y ellas en sus historias de vida y es por esto que su mundo interno no camina con la calma y seguridad suficiente como para sentir que viven con bienestar.
Para recuperar esa seguridad interna que en muchos recorridos vitales ha sido negada desde muy temprano, a día de hoy, la psicoterapia, de la mano ya desde hace varias décadas de la neurociencia, ha desarrollado muchas y variadas técnicas que caminan en busca de aspectos que se han demostrado bien útiles para ello, como son la presentificación, el arraigo, el redescubrimiento de los propios recursos o la conexión corporal, entre muchos otros.
Todas estas técnicas ayudan a ir regulando poco a poco el estado emocional y a preparar el terreno para trabajar la propia historia de vida y la consciencia y aceptación sobre la misma.
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Vínculo y regulación
Aunque muy útiles y cada vez más basadas en la evidencia, no hay todavía ninguna herramienta más potente para este cometido que el vínculo entre dos seres humanos.
No hemos descubierto a día de hoy, nada que alivie e integre más el sufrimiento humano que conectar con otro ser humano, recibir una mirada y una escucha atenta, que no nos juzgue, que no nos dé directrices sobre lo que hacer, que respete los silencios necesarios para que cada uno de nosotros lleguemos al camino que debemos encontrar para hallar la calma, que, por otro lado, es el único válido y verdadero, ya que nadie lo va a encontrar por nosotros.
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Tarea del terapeuta
Los terapeutas debemos ahondar en el conocimiento sobre la mente humana, atesorar muchas y diferentes herramientas en nuestro hacer y conocer enriquecedoras aproximaciones al acompañamiento del sufrimiento, pero, sobre todo, siento profundamente que nuestra labor es la de convertirnos en nuestra trayectoria profesional en auténticos maestros en el acariciar y acompañar almas humanas.
Para ello es bueno que, como Picasso al comenzar a pintar, conozcamos todas las disciplinas posibles en profundidad, pero al sentarnos con nuestros pacientes, nos olvidemos de todo y simplemente tratemos de ser almas que se encuentran y caminan juntas.
Vitaliza Psicología De La Salud
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Centro de Psicología
Autor: Arturo Lecumberri Martínez