En el ámbito de las empresas y la dirección de equipos es muy habitual hablar del liderazgo como un fenómeno interpersonal. No sorprende que sea así, ya que la capacidad de encabezar grupos de personas que trabajan de manera armoniosa y combinando sus aptitudes individuales resulta tan espectacular como práctico en el contexto laboral, dado que hace posible obtener resultados inalcanzables por cada uno de los involucrados por separado.
Sin embargo, no debemos pasar por alto que para que exista liderazgo, es necesario que antes se haya dado un trabajo de autoliderazgo. Este proceso, que no es tan interpersonal como intrapersonal, tiene que ver con conocerse a uno mismo y gestionar las propias emociones adecuadamente.
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¿Qué es el autoliderazgo?
Empecemos por una definición rápida. El autoliderazgo es la capacidad que nos permite influir de manera consciente en nuestros pensamientos, emociones y conductas, es decir, en el propio comportamiento, con la finalidad de conseguir nuestros objetivos y metas de manera resolutiva.
Es muy importante poseer una buena capacidad de autoliderazgo si queremos ser buenos líderes ante con los demás; si no somos capaces de dirigirnos a nosotros mismos... ¿Cómo guiaremos y dirigiremos a un grupo de personas?
De este modo, mantener una buena capacidad de autoliderazgo aumenta la posibilidad de alcanzar las propias metas establecidas, ya sea a corto o a largo plazo y siendo capaz de aplazar la gratificación inmediata y mantenerse motivado para conseguir un objetivo mayor en el futuro.
Esta habilidad repercute positivamente no solo en el desempeño laboral, sino también en el bienestar personal; nos ayuda a ser capaces de tomar nuestras propias decisiones sin ligarnos a marcos de pensamiento que nos vienen impuestos desde fuera y nos llevan a cometer una y otra vez los mismos errores. Así, nos orienta hacia las estrategias de acción en las que podemos comportarnos de manera independiente y manteniendo una actitud crítica ante lo que hacemos.
Asimismo, el autoliderazgo se desglosa en cinco habilidades que influyen él: el autoconocimiento, capacidad de identificar nuestros propios pensamientos y emociones; el mantenimiento de una correcta autoestima, entendida como la valoración que hacemos de uno mismo; la autonomía, o habilidad de establecer los propios objetivos; la autogestión, que es la capacidad de regularse a uno mismo emocionalmente, y la automotivación, que consiste en mantenerse fuerte ante los retos para alcanzar una meta.
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El proceso de consolidación del autoliderazgo
La capacidad de autoliderazgo se puede trabajar, es decir, podemos aprenderla teniendo en cuenta una serie de puntos o condiciones.
Liderar no quiere decir estar en lo alto de una jerarquía o mandar a otros, sino saber guiar a un grupo de personas con el propósito de conseguir las metas u objetivos preestablecidos, y para poder realizar correctamente esta función antes será necesario saberse liderar o guiar uno mismo.
¿Qué se puede hacer en este sentido para mejorar en la capacidad de autoliderazgo?
1. Tener claro cuáles son tus valores y creencias y respetarlos
Es muy importante que tus objetivos y metas estén en consonancia con tus creencias, valores y modo de pensar, ya que así te será más fácil mantenerte fiel y firme a tu proyecto hasta poder conseguirlos a través de estrategias consistentes. Te sentirás más cómodo sabiendo que estás haciendo lo que realmente quieres o sientes que debes hacer.
Dada la dificultad de mantener un objetivo a largo plazo, si este no es acorde a nosotros, será más probable que desistamos antes.
Así pues el proceso de autoliderazgo será más sencillo y próspero si dirigimos nuestros objetivos a alcanzar la autorrealización, a desarrollar nuestras capacidades, habilidades y talentos para conseguir lo deseado. De este modo, daremos sentido a la propia vida y desarrollaremos nuestro propio potencial.
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2. Conocer cuáles son las fortalezas de cada uno
Es importante que para dirigir de forma óptima nuestra conducta y actuación hacia un objetivo conozcamos y nos sirvamos de nuestras mejores habilidades para así asegurarnos un buen resultado y poder alcanzar las metas de manera más fácil.
3. Trabajar nuestras propias habilidades
Las habilidades no son estáticas, es decir, las podemos trabajar para que éstas aumenten y prosperen. De este modo, entrenarlas de un modo sistemático permitirá partir de nuestras predisposiciones y talentos y allanarnos el amino en la fase más delicada: el inicio.
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4. Ser autoconscientes y sinceros con uno mismo
Es importante ser sincero con uno mismo ante las carencias o habilidades que necesitamos trabajar. Una vez hecho, podemos focalizarnos en realizar un aprendizaje y trabajo con ellas. Autoengañarse ignorando las propias vulnerabilidades no nos beneficia, al contrario, actúa en nuestra contra, no permitiéndonos aprender y evolucionar.
5. Tener nuestros objetivos claros
Como ya avanzábamos, fijarse objetivos a corto plazo no es incompatible con tener objetivos a futuro, ya que unos se complementan con los otros. De este modo, es necesario saber dónde queremos llegar, qué queremos conseguir para poder trabajar e incluso descomponer nuestra meta final en objetivos más pequeños para que así sea más fácil el camino y alcanzar el propósito final.
También se recomienda tener claro qué queremos conseguir y ser realistas. Marcarse metas irreales solo nos distrae y nos hace perder el tiempo, generando un alto coste de oportunidad.
¿Qué aporta el coaching?
Como hemos visto, no se puede liderar bien (un proyecto, un equipo...) sin autoliderazgo.
En este sentido el coaching fomenta el autoconocimiento necesario para generar ese autoliderazgo tan necesario para liderar nuestra vida como queramos.
¿En qué nos puede ayudar el coaching?
- Mejorar nuestro autoconocimiento.
- Mejorar nuestras relaciones sociales desde la gestión emocional.
- Ayudarnos a ser más ágiles y flexibles mentalmente.
- Detectar pensamientos que sabotean nuestros proyectos a largo plazo.
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