¿Qué es el eslabón perdido, y por qué es un mito?

El concepto de eslabón perdido es un mito presente en la cultura popular al hablar de la evolución.

¿Qué es el eslabón perdido, y por qué es un mito?

¿Cuándo se encontrará el eslabón perdido? ¿Y si lo han encontrado ya? ¿Cuantos podrían haber?

La idea, o mejor dicho, el mito del eslabón perdido ha tenido una gran repercusión tanto en la comunidad científica como en la cultura popular, pese a que en sí es una idea que surge de una interpretación un tanto simplista de lo que es la evolución como proceso.

Son muchos quienes han ido en su búsqueda pero, cada vez que lo han “encontrado” han acabado descubriendo que habían más. A continuación veremos más a fondo la controversia del eslabón perdido, sus orígenes y sus repercusiones a nivel popular.

El eslabón perdido: ¿qué es exactamente?

Coloquialmente, la expresión “eslabón perdido” se refiere a los fósiles de formas intermedias entre dos especies de las que sí se tienen restos y que se sabe que una podría descender de la otra. Es decir, un eslabón perdido, entendido en la cultura popular, los medios de comunicación y sectores con un conocimiento no experto sobre las tesis evolucionistas, es aquel estadio intermedio en el registro fósil que todavía está por descubrirse.

Esta expresión es muy controvertida en el ámbito científico porque no es para nada apropiada en base a lo que se sabe hoy en día de la evolución. La idea del eslabón perdido implica pensar que las especies se desarrollan de forma lineal, y que van pasando de estadio en estadio, todos ellos más o menos definidos, de forma brusca y claramente delimitada. Es decir, implica pensar que una especie evoluciona a otra y luego a otra pero repentinamente, pudiendo establecer un antes y un después muy claramente visibles.

Si bien está claro que dentro de un linaje evolutivo habrán organismos muy distintos a los anteriores, no se debe entender como que la evolución se ha producido de forma repentina. La evolución es un proceso gradual el cual se lleva a cabo durante miles de años en los que se introducen sutiles modificaciones en un conjunto de individuos, las cuales pasarán a las siguientes generaciones en función de lo adaptativas que sean con respecto a las demandas del medio en el que habita esa especie.

Teniendo en cuenta esto, si se toman los restos fósiles de dos individuos de los que se cree que podrían tener relación evolutiva directa, sospechándose que uno desciende del otro, entre ellos no habrá uno o dos “eslabones perdidos”, sino tantos como generaciones hayan pasado desde que vivió uno hasta que vivió el otro. Los descendientes de uno y los antepasados del otro serían todos ellos “eslabones perdidos”, individuos que escenificaron el proceso evolutivo que dieron lugar al individuo más moderno.

Es por este motivo que, desde un punto de vista científico, no tiene sentido hablar de eslabones perdidos, puesto que existiría un número prácticamente interminable de ellos. El propio Charles Darwin ya habló que entre dos formas podría haber un sinfín de formas intermedias, de las cuales muchas de ellas jamás hallaremos su fósil puesto que de todas las formas de vida que han habitado alguna vez el planeta muy pocas llegan a tener la “suerte” de dejar restos.

Pese a este hecho científico, no son pocos los medios de comunicación que suelen llamar a cualquier fósil recientemente hallado como el “eslabón perdido”, sobre todo si tiene que ver con la historia evolutiva de los seres humanos. A la mínima que se encuentra una forma entre un homínido y otro los telediarios, periódicos y demás no tienen ningún reparo alguno en usar la muletilla del “eslabón perdido” para vender titulares. Es, sin lugar a dudas, un concepto que tuvo sus orígenes en la ciencia y que ha trascendido a la cultura popular.

Orígenes de la idea

Si bien Charles Darwin intuyó que, una vez popularizada su obra, muchos serían quienes buscaran desesperadamente el vínculo que conectaba a los primates con los humanos, la idea del eslabón perdido se la debemos al naturalista alemán Ernst Haeckel. Sin quererlo ni beberlo, este científico dio al mundo un concepto que se convertiría en un mito muy difundido tanto por la comunidad científica del siglo XIX como por la cultura popular y los medios.

Haeckel estaba muy influenciado por las tesis evolucionistas y consideraba que la evolución era un proceso de progreso, en que todas las formas van desde estructuras y funciones más simples a más complejas, estando en lo alto de la línea evolutiva la especie humana. En base a estas ideas, Haeckel se atrevió a hacer un diagrama en la que describía una secuencia evolutiva para el ser humano. En ella dibujó 24 figuras que iban desde el más simple de los microorganismos hasta la especie humana.

La número 23 llamaba la atención, puesto que era un ser simiesco, dibujado de espaldas y que se encontraba entre la 22, los primates, y la 24, los humanos en sí. Era esta figura 23 su interpretación del estadio intermedio entre monos y hombres, el “eslabón perdido” que supuestamente conectaba al mundo de los seres humanos con el de los animales. Llegó a ponerle hasta nombre: es el Pithecanthropus alalus u hombre-mono sin habla.

Para Haeckel el rasgo humano que más nos diferenciaba de los animales era el lenguaje, idea que hoy en día sigue bastante vigente tanto en círculos científicos como en no tan académicos. Especuló que primero vinieron el bipedismo y la forma humanoide y, después, se fueron desarrollando las capacidades mentales las cuales dieron origen a una comunicación hablada. Así pues, su eslabón perdido era un ser parecido a los humanos pero que no tenía la capacidad del habla.

Del círculo científico al mundo

La idea del eslabón perdido y, también, las propias ideas de la evolución despertó opiniones encontradas dentro de la comunidad científica. Debido a diferentes factores sociales y culturales, incluso entre los más meticulosos y rigurosos científicos había alguno que no se acababa de creer que las especies iban evolucionando con el paso del tiempo y, mucho menos, querían aceptar que los seres humanos descendieran de los monos, aunque sí que es cierto que no es que descendamos de ellos directamente, pero sí estamos relacionados.

Los científicos menos partidarios de la evolución insistieron en que, de ser ciertas las ideas darwinianas, entonces ¿a qué esperaban los defensores para mostrar al mundo ese mono-hombre que había comentado Haeckel? Y como consecuencia de esto muchos evolucionistas se embarcaron en una auténtica fiebre paleontológica en búsqueda del eslabón perdido, la conexión entre primates y humanos.

La lista de personas que se embarcaron en la caza del eslabón perdido es muy larga, y muchos de ellos encontraron restos tanto de posibles homínidos como de otros mamíferos, pero es especialmente llamativo el caso de un médico holandés llamado Eugène Dubois. Este investigador se trasladó a Java en 1890 para realizar unas excavaciones por el lugar y tuvo mucha suerte pues encontró los restos de un homínido, un fósil que hoy en día sabemos que se corresponde con los de un Homo erectus.

Este hallazgo no pasó desapercibido y, de hecho, los medios de la época le dieron cobertura mediática bautizándolo como el Hombre de Java. No tuvieron reparo alguno en llamarlo el eslabón perdido e, incluso, el propio Haeckel llegó a decir que eran esos restos los del Pithecanthropus alalus que él había predicho que un día se encontrarían. Se había encontrado, aparentemente, lo que confirmaba las tesis de Darwin y demás evolucionistas.

Sin embargo, esto no era prueba lo suficientemente convincente para muchos críticos de la evolución. De hecho, que se hubieran encontrado esos resto no acababa de demostrar la relación entre primates y humanos. Sí, era una forma aparentemente intermedia pero también podría ser una especie de mono que nada tenía que ver con los humanos. De estar relacionada con nuestra especie, deberían existir otras formas intermedias que se parecieran un poco más a los humanos.

Esto que, aparentemente, podría ser una crítica de los creacionistas se convirtió en el mejor argumento para los evolucionistas. La búsqueda de nuevos eslabones fue a más y, de hecho, es gracias a esta obsesión por encontrar formas intermedias entre lo que ya se había encontrado que ha contribuido a la antropología del siglo XX. Sin embargo, también ha contribuido a ideas muy equivocadas sobre la noción de la evolución y ha dado fuerza al mito de que se produce de forma lineal en vez de en forma de árbol con diferentes linajes.

Repercusión en la cultura popular

A principios del siglo XX se tenían unas ideas muy racistas y supremacistas sobre los “salvajes”. Incluso dentro de la comunidad científica se llegó a pensar que las tribus del África, Asia y el Amazonas eran un ejemplo claro de cómo eran los ancestros de los seres humanos modernos. El hombre blanco era visto como el ejemplo más evolucionado dentro de la especie humana, mientras que el resto eran formas intermedias o poco evolucionadas.

Pero dentro de la cultura popular la cosa fue todavía a más. Muchas compañías de circo quisieron aprovechar el “boom” de la idea del eslabón perdido para hacer negocio, y una de ellas la consiguió con creces. Antonio el Gran Farini, alias de William Leonard Hunt, se hizo de oro al presentar al mundo lo que se llamó un eslabón perdido vivo: Krao. Se trataba de una niña laosiana con hipertricosis, es decir, más vello en el cuerpo de lo normal. El Gran Farini la presentó como la miembro de una simiesca tribu, todos ellos con vello y arborícolas, aprovechándose de la triste condición médica de una niña.

Hoy en día el eslabón perdido sigue teniendo mucha repercusión en nuestra cultura popular. No hace falta hacer una investigación muy profunda para ver que, a la mínima que se descubre un hueso homínido, los medios de comunicación no pueden resistirse a poner titulares del estilo “¿Será este el eslabón perdido?” puesto que la idea de dónde venimos y de quienes podríamos descender llama mucho la atención. De hecho, si ponemos “eslabón perdido” en nuestro buscador y especificamos que queremos buscar noticias nos saldrán unas 43.000 entradas que demuestran lo vivo que está este mito todavía.

Referencias bibliográficas:

  • Gregory, T.R. (2009) Understanding Natural Selection: essential concepts and common misconceptions. Evolution: Education and Outreach 2:156–175
  • Kjærgaard, P. C. (2010) The Darwin Enterprise: From Scientific Icon to Global Product. History of Science 48:105–22
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  • Kjærgaard, P. C. (2011) Hurrah for the Missing Link!’: A History of Apes, Ancestors and a Crucial Piece of Evidence. Notes and Records of the Royal Society 65: 83–98
  • Kjærgaard, P. C. (2018) The missing link and human origins: understanding an evolutionary icon. In Perspectives on Science and Culture. ISBN: 978-1-61249-521-7
  • Richter-Boix, A (2018). El eslabón perdido: la construcción de un mito. EvOikos. Extraído de https://andaresdelaciencia.com/2018/06/17/el-eslabon-perdido-la-construccion-de-un-mito/

Graduado en Psicología con mención en Psicología Clínica por la Universidad de Barcelona. Postgrado de Actualización de Psicopatología Clínica en la UB.

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