La hermenéutica es uno de esos conceptos complejos en los que es necesario detenerse y examinarlos cuidadosamente, no solo porque su significado ha variado a lo largo de los siglos, sino también porque representan la base de nuestra experiencia vital.
En efecto, y aunque no seamos conscientes de ello, a lo largo de nuestra vida estamos practicando constantemente la hermenéutica. En el momento en que descodificamos información, interpretamos y adquirimos una serie de ideas que, a su vez, configurarán la base de nuestra personalidad y nuestra relación con el mundo, estamos aplicando este método tan estudiado y diseccionado por filósofos de todos los tiempos.
Pero... ¿Qué es, exactamente, la hermenéutica? ¿Podemos reducir este concepto tan rimbombante y, a priori, tan extraño, a una definición comprensible y aplicable a nuestra vida cotidiana? Veámoslo a continuación.
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¿Qué es la hermenéutica?
Etimológicamente, la palabra hermenéutica proviene del griego hermeneia, que quiere decir, literalmente, traducción, interpretación. Originalmente, se entendía la hermenéutica como la interpretación de los textos sagrados, como los mitos y los oráculos de la antigua Grecia y, especialmente, hacía referencia a la exégesis o explicación de la Biblia. Es decir; la hermenéutica se basaba en la extracción del significado profundo de una revelación religiosa.
Actualmente, el término hace referencia a la interpretación de un texto o una fuente en general, ya tenga carácter religioso, filosófico o literario. Pero se trata de la interpretación real, auténtica; es decir, lo que ese texto nos quiere comunicar realmente, no la visión que tenemos del mismo. Por este motivo, no son pocos los filósofos y pensadores que han considerado la hermenéutica como un método poco menos que imposible. Veamos el por qué.
La hermenéutica y los prejuicios
Para que el proceso hermenéutico sea correcto, la interpretación de la fuente en cuestión debe ceñirse al contexto histórico y social en el que esta fue elaborada. Los filósofos que, a lo largo de los siglos, se han enfrentado con este tipo de proceso, no han ocultado la dificultad que entraña esta tarea, ya que el significado de una fuente es múltiple y heterogéneo. En otras palabras; el intérprete no es una tabula rasa y, al estar imbuido de sus propias ideas, valores y prejuicios, su interpretación no puede contener la objetividad necesaria para poder extraer el verdadero significado de la fuente, aquel con el que, originariamente, fue elaborada.
Pero detengámonos en la idea de “prejuicio”. Si pensamos en ello, probablemente nos venga a la mente algo negativo. Efectivamente, en nuestra sociedad actual, el prejuicio ha perdido todo su significado etimológico original para pasar a determinar una idea preconcebida que, ante todo, es dogmática, dañina. Pero el origen de la palabra es muy diferente. “Prejuicio” significa, simplemente, “antes del juicio”, sin entrar a juzgar si este preconcepto es positivo o negativo. Un prejuicio es, pues, una idea que la persona tiene antes de enfrentarse a una nueva fuente de información.
El filósofo Hans-Georg Gadamer ya comentó, en su magnífica obra Verdad y método (1960), que los prejuicios nos vuelven sordos a la interpretación del texto. Gadamer es famoso por haber renovado el concepto de hermenéutica. Discípulo de otro grande en el tema, Martin Heidegger, Gadamer fue llamado el “filósofo de los prejuicios” por su defensa de los mismos como algo inseparable de la naturaleza humana, que no tenía por qué ser, además, algo peyorativo. Así es; tal y como ya hemos comentado, un prejuicio es, simplemente, una idea previa fruto de experiencias pasadas.
Y es que, en realidad, todos tenemos prejuicios. Es algo inherente al ser humano; a medida que vamos creciendo, vamos adquiriendo una serie de experiencias, que forman la base con la que interpretamos el mundo. Es imposible desvincularse totalmente de estas experiencias, porque son precisamente ellas las que nos configuran tal y como somos, por lo que, efectivamente, todos estamos moldeados con la arcilla de los prejuicios.
Desde una perspectiva biológica, podemos afirmar que el cerebro, a lo largo de nuestra vida, va creando conexiones nuevas y destruyendo otras en base a lo que experimentamos. Se trata de un proceso natural que tiene como objetivo una mayor adaptación al medio, ya que se crean respuestas automáticas a ciertos estímulos que, en última instancia, economizan tiempo y energía. Todo este proceso forma parte de nuestra naturaleza y es absolutamente imposible desvincularnos de él. Ahora bien, este proceso natural puede representar un bache a la hora de interpretar correctamente una fuente de información.
Pongamos un ejemplo para verlo más claro. Si nosotros sabemos, por la experiencia diaria, que el autobús que necesitamos coger para ir al trabajo se detiene siempre en la parada núm. 3, no será necesario tomar cada día la guía de autobuses de nuestra ciudad para confirmar que, efectivamente, el autobús se detiene en la parada 3. Nuestra experiencia ya nos dice cuál es el lugar en cuestión, y hacia allí nos dirigiremos cada mañana. Esto, aunque no lo creamos, es un prejuicio. Nuestra mente no ha tenido ninguna necesidad de pensar y reflexionar; da por sentada una realidad en base a la experiencia.
Ahora bien, si una mañana llegamos a la parada 3 y vemos un cartel en el que pone: “Hoy el autobús de la línea X se detendrá en la parada 5”, nuestro cerebro tendrá que hacer un esfuerzo extra y adaptarse a esta nueva realidad. Y, probablemente, al día siguiente ya no iremos a la parada 3 por inercia, si no que tomaremos la guía y miraremos si el autobús sigue deteniéndose en la 5 o si, por el contrario, vuelve a su parada de origen.
De esta forma tan sencilla entendemos qué es el “círculo hermenéutico” o, en otras palabras, cómo respondemos a un estímulo, ya sea textual, visual o auditivo. Lo veremos con mayor detalle en el siguiente apartado.
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El “círculo hermenéutico”
Así se denomina a este proceso de comprensión, que todos hacemos de forma inconsciente en nuestro día a día. Comprender, pues, es un acto circular. Veamos por qué.
Según Gadamer, el texto o fuente que tenemos que interpretar es una cosa alienada que nosotros, es decir, el intérprete, resucitamos. Pero el intérprete no es, como ya hemos comprobado, una tabula rasa, es decir, una página en blanco. El intérprete se enfrenta a la fuente moldeado por su propia experiencia y, por tanto, por sus propios prejuicios. Precisamente por ese motivo, el círculo de comprensión es ilimitado, infinito; siempre existirá una nueva interpretación, dependiendo del intérprete y/o del momento en que este se enfrente a la fuente en cuestión.
Efectivamente, el intérprete se enfrenta al estímulo con una serie de prejuicios. Estas ideas preconcebidas son las que van a hacer que, incluso antes de acceder a la fuente, el intérprete ya haya establecido en su mente una conclusión. Siguiendo el ejemplo del apartado anterior, podemos decir que, cuando nos dirigimos hacia la parada 3, estamos considerando que, efectivamente, el autobús se va a detener en esa parada y no en otra.
Tomemos ahora otro ejemplo. Imaginemos que nos disponemos a leer un libro que trata sobre la Edad Media. Imaginemos también que no hemos profundizado nunca en ese periodo histórico, y que nuestro único conocimiento del mismo proviene de las películas y las novelas. Es muy probable, pues, que esperemos encontrar información acerca de la escasa higiene de la época y de la prácticamente nula actividad intelectual de sus gentes. Vemos como, ya antes de leer el libro, nuestra mente ha establecido una hipótesis sobre lo que va a encontrarse. Este es el primer punto del círculo hermenéutico: la idea previa que el intérprete lleva en su cabeza a la hora de enfrentarse a la fuente.
Bien, ya hemos terminado de leer el libro. Tras la lectura, nos damos cuenta de que: a) en la Edad Media existían numerosas casas de baños en las ciudades, donde la gente acudía a asearse y a pasar ratos de ocio. Y b) que la Edad Media supuso, entre otras cosas, el nacimiento de las universidades y de la escolástica, importante corriente de pensamiento que intentaba, entre otras cosas, acceder al mensaje divino mediante la razón humana. Y aquí llegamos al punto 2 del círculo hermenéutico: el cuestionamiento de nuestra hipótesis previa. Los descubrimientos nos harán cuestionarnos la primera hipótesis y configurarán una nueva base, con la que nos enfrentaremos, al día siguiente, a la lectura de un nuevo libro. Y este es el punto final y, al mismo tiempo, inicial, del círculo. Cuando abramos este segundo libro, la hipótesis con la que iniciemos el proceso de comprensión será la segunda del primer proceso. Y así sucesivamente, una y otra vez.
Es por ello por lo que el círculo hermenéutico no tiene fin. Estamos constantemente experimentando; es decir, sentando y rompiendo hipótesis, por lo que es imposible llegar al final del proceso. Por tanto, la experiencia no es una culminación, sino que, simplemente, es el punto de partida para una nueva experimentación, para un nuevo proceso. El círculo hermenéutico rompe con la idea de que el conocimiento es un camino lineal y ascendente, y nos abre la mente hacia un tipo de aprendizaje circular y eterno. Siempre estamos experimentando y aprendiendo.
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¿Es viable, pues, la hermenéutica?
Llegados a este punto, podemos preguntarnos si, realmente, la hermenéutica entraña, realmente, un conocimiento real de las fuentes de información. Como ya hemos comentado anteriormente, los filósofos se han planteado esta cuestión a lo largo de los siglos; Martin Heidegger, por ejemplo, sostenía que la interpretación correcta de la fuente debe liberarse de las limitaciones de los hábitos mentales precedentes (es decir, de los prejuicios). Pero ¿es que esto es viable, siendo como somos seres moldeados por una multitud de prejuicios, adquiridos por la experiencia vital?
Estos “hábitos mentales” de los que habla Heidegger han gozado de consideraciones diversas dependiendo del momento histórico. Por ejemplo, durante la Ilustración, la “tradición” (es decir, los prejuicios heredados de nuestros padres y de la sociedad en la que nos desarrollamos) pasó a ser considerada como un elemento que “estorbaba” a la hora de comprender una fuente de información. Los ilustrados pretendían conquistar un pensamiento individual, libre de prejuicios, fruto del razonamiento individual y alejado de cualquier influencia externa. Pero, repetimos, ¿es eso posible, considerando que el ser humano construye su personalidad y su ser en base a una serie de ideas preconcebidas? ¿Realmente es viable un razonamiento absolutamente autónomo?
En el Romanticismo, la corriente filosófica y artística que surgió, en parte, como respuesta a esa Ilustración precedente, la “tradición” adquiere de nuevo un estatus relevante a la hora de emitir conclusiones. Si esa tradición, si esos prejuicios se han mantenido durante siglos, y se han transmitido de padres a hijos, es porque guardan en su seno una verdad. Pero, de cualquier manera, la pregunta sigue siendo la misma. Más allá de si la tradición tiene o no validez, ¿es viable desvincularse de ella?
Todo parece indicar que no, que la interpretación real de una fuente, que es lo que la hermenéutica en su sentido moderno propone, no es viable. El intérprete puede acercarse más o menos al sentido real de esa fuente, pero en ningún caso puede extraer su significado auténtico, porque el intérprete, como sujeto, está vinculado a una serie de idea preconcebidas de las que no puede desligarse, ya que, si lo hiciera, dejaría de ser ese sujeto. Lo que sí que es viable es ser consciente de que, en tanto que sujetos, poseemos esos prejuicios. Cuando un prejuicio se lleva a la consciencia, es mucho más fácil alejarse de él y, de esta manera, acercarse a la fuente de manera más objetiva.
En materia de filosofía y pensamiento, no hay blancos o negros. Que cada uno extraiga sus propias conclusiones. Y recordad: las conclusiones que saquéis hoy probablemente serán vuestros prejuicios de mañana. Y así sucesivamente, en un círculo sin final.